El proceso de solicitud para ingresar a la universidad realmente me intimidaba. Si bien había trabajado mucho en el bachillerato, presentar mi solicitud en las universidades aún era para mí como poner mi nombre en un sombrero y cruzar los dedos para que, mágicamente, me eligieran.
Cuando llegó la primavera, comencé a recibir las respuestas de las universidades a las que había escrito, pero una tras otra las cartas eran lo mismo: un rechazo. Me sentía confundida y frustrada porque —en el papel— yo estaba calificada para entrar en casi todas esas universidades. Pero eso parecía que no importaba.
Consternada, me volví a Dios en oración como había hecho tantas veces antes cuando necesitaba ayuda. Quería sentir la guía de Dios y sabía que definitivamente había un lugar para mí y que Dios me guiaría a dondequiera que necesitara estar.
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