La Biblia contiene muchísimos relatos del triunfo del Espíritu sobre la materia; relatos tan maravillosos que tal vez parezcan increíbles. Realmente, ¿cómo podemos comprender totalmente la historia de Sadrac, Mesac y Abed-nego, quienes fueron arrojados al horno de fuego y no fueron consumidos por las llamas? ¿Y qué decir de Daniel, que fue lanzado al foso de los leones, y al sacarlo de allí al día siguiente, no tenía ni un rasguño?
La Ciencia Cristiana explica que sucesos como estos, que contradicen las aparentes leyes de la materia, no son milagros que pertenecen a una era ya pasada, sino demostraciones de la ley más elevada del Espíritu, Dios, la cual está siempre en operación. Son pruebas tangibles de la totalidad de Dios y Su poder redentor.
La Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras:“El Amor divino, que volvió inofensiva la víbora venenosa, que libró a los hombres del aceite hirviendo, del horno de fuego ardiendo, de las fauces del león, puede sanar al enfermo en toda época y triunfar sobre el pecado y la muerte” (pág. 243). A continuación, ella dice que este Amor era la esencia de las obras sanadoras de Cristo Jesús y que, para repetir esas maravillas, debemos tener “la misma ‘Mente… que también estaba en Cristo Jesús’”; es decir, un conocimiento de la Ciencia que sustenta las curaciones.
La Sra. Eddy define la Ciencia Cristiana como “la ley de Dios, la ley del bien, que interpreta y demuestra el Principio divino y la regla de la armonía universal” (Rudimentos de la Ciencia divina, pág. 1). Sus escritos muestran que alcanzar una clara comprensión de esta ley nos capacita para sanar de la manera que Jesús enseñó.
Hace tres años tuve la oportunidad de probar por mí mismo el poder sanador del Amor divino cuando sufrí graves quemaduras en un incendio. Estaba limpiando y haciendo el mantenimiento de los inodoros, echándoles sustancias químicas para desinfectarlos, cuando se produjo una explosión y mis ropas prendieron fuego. Tenía quemaduras en la cara, la cabeza, el pecho y el brazo derecho.
El ruido de la explosión atrajo no solo a mi familia, sino también a multitud de personas que vinieron desde las afueras de la ciudad para ver qué había ocurrido. Al ver la magnitud del daño que había hecho el fuego, todos estaban muy preocupados por mí. Me di cuenta de que no podía perder ni un momento y que debía orar de inmediato.
Fui a mi cuarto y comencé a afirmar mi identidad espiritual real como hijo de Dios. Me esforcé por estar consciente de mí mismo como idea espiritual de Dios, por siempre perfecta e intacta, jamás tocada por la materia.
Fue muy útil pensar en la respuesta a la pregunta “¿Qué es el hombre?”, en la página 475 de Ciencia y Salud, la cual comienza: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a la imagen y semejanza de Dios”.
Razoné que, en el relato de la Biblia, el horno de fuego ardiendo no causó ningún efecto perjudicial sobre los tres cautivos hebreos porque ellos eran obedientes al Amor infinito, Dios, y sabían que el mal no podía hacerles daño. Comprendí que yo también podía rechazar lo que los sentidos materiales estaban diciendo acerca de que mi cuerpo había sido lastimado por el fuego, y en cambio estar consciente de la omnipotencia de Dios.
Eso disipó mi temor, así que pude volverme completamente a Dios, en quien “vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28, LBLA). Al darme cuenta de que Dios es Todo-en-todo, tuve la certeza de que nada podía dañarme porque, por ser la idea espiritual de Dios, siempre habito bajo las alas del Todopoderoso.
Mientras reflexionaba acerca de estas verdades espirituales, la multitud que había venido corriendo se cansó de esperar para ver en qué estado me encontraba. Exigieron que me llevaran a un hospital. Mi familia también estaba preocupada por mí, aunque sabían que yo había dejado de tomar medicamentos hacía muchos años, cuando comencé a apoyarme en la Ciencia Cristiana para sanar. Para calmar la preocupación de todos, estuve de acuerdo en ir al hospital.
El personal médico que estaba de guardia ese día me llevó a la sala de operaciones para limpiar y vendar la piel dañada, y los escuché decir que tenía quemaduras de segundo y tercer grado. Esto no me impresionó de ninguna manera cuando recordé que el horno de la historia bíblica fue calentado siete veces más de lo usual, no obstante, no pudo anular el orden establecido por el Todopoderoso.
Más tarde, cuando me levanté de la cama del hospital para ir al baño, me encontré frente a un espejo que colgaba de la pared, el cual reflejaba una imagen completamente deformada de mí. De inmediato negué ese cuadro por ser falso, pues sabía que nada en él representaba lo que soy como la imagen y semejanza de Dios.
Las enfermeras querían inyectarme un medicamento para prevenir una infección, pero rechacé ese tratamiento. En cambio, le pedí ayuda por medio de la oración a un practicista de la Ciencia Cristiana. Cuando decidí dejar el hospital y le solicité a la persona a cargo que preparara mis documentos para irme, él manifestó su preocupación por el riesgo de infección. Pero yo sabía que en el universo de Dios no existe ni la infección ni la enfermedad ni nada que temer.
Antes de salir del hospital, entré una vez más al baño, donde mi reflejo en el espejo mostraba que mi piel se había vuelto muy oscura, aunque generalmente tengo la tez clara. Había estado orando seriamente para comprender que una idea de Dios permanece perfecta e inalterable, así que rechacé esa imagen desconocida porque era una mentira, y afirmé que el fuego no podía tener ningún efecto sobre mi verdadero ser.
Regresé a trabajar como de costumbre, donde me encontré con una mujer que me preguntó si era realmente yo el que estaba delante de ella. Le respondí que sí. Me preguntó: “¿Es que vas a recuperar tu aspecto usual?”. Y le respondí afirmativamente, sabiendo que la imagen de Dios es indestructible. Yo no veía nada que pudiera impedir que apareciera mi verdadero aspecto.
Varios días después, mi piel había mejorado tanto que la misma mujer no tuvo ningún problema para reconocerme. Gracias a las oraciones basadas en las verdades que contienen la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, la completa curación de las quemaduras tomó un total de tres semanas, sin que quedaran cicatrices o decoloración.
Alphonse Touadikissa
Brazzaville, República del Congo