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Original Web

Curación de heridas punzantes

Del número de marzo de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 5 de diciembre de 2019 como original para la Web.


En nuestro jardín de atrás había parte de una vieja terraza de madera apoyada boca abajo sobre bloques de concreto. Una noche, salí a ver cómo corría y jugaba nuestro nuevo gatito entre las plantas del jardín. Pensé que había elegido una parte de la terraza que no tenía clavos para sentarme, pero cuando lo hice, me di cuenta de que me había sentado con todas mis fuerzas sobre varios de ellos. Me costó ponerme de pie. Estaba sobresaltada, atemorizada y considerablemente adolorida, así que fui a buscar a mi marido para que me ayudara. Si bien trataba de orar con verdades espirituales que conocía muy bien, me resultaba difícil olvidarme del dolor y el temor.

La Lección Bíblica de aquella semana, que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y está compuesta de pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, incluía declaraciones sobre la oscuridad y la luz. La luz representa lo que es bueno y espiritual, mientras que la oscuridad representa el error y la materia. Yo sabía que por ser hija de Dios reflejaba esa luz perfecta, y la oscuridad no podía apoderarse de mi pensamiento o hacerme daño.

Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento mediante la oración, y mi esposo me leyó de la Lección Bíblica. Finalmente, me quedé dormida. Cuando me desperté adolorida y con molestias alrededor de las 3 de la madrugada, leí un correo electrónico que me había enviado el practicista el cual también hacía referencia a la oscuridad y a la luz. Con la convicción de que mi vida es en verdad luz, me sentí más cómoda y aliviada físicamente, y volví a dormirme.

Al día siguiente, un sábado, me sentía considerablemente mejor. En mis oraciones, reconocí que soy ahora y eternamente seré la hija de Dios, y reflejo Sus cualidades, las cuales no incluyen preocupación, temor o dolor, que nada en mí podía ser menos que el reflejo de la armonía perfecta de Dios. Fue un día lleno de alegría mientras cocinaba preparándome para la fiesta que tendríamos al siguiente día en la iglesia.

Aunque sabía que la perfección espiritual que Dios me había dado estaba intacta, y había cierta evidencia de que se estaba produciendo la curación, todavía había algo que preocupaba mi pensamiento. Me cuestionaba qué daño podrían haber causado los cuatro clavos, y temía que tal vez no se estuviera atendiendo ni sanando aquello que no podía ver; lo que estaba en la oscuridad, por así decirlo.

Después de la iglesia, disfruté de la fiesta al conversar con los niños de la Escuela Dominical y el resto de la congregación. Cuando me fui, todavía me fastidiaba la sensación de que debía comprender algo más, que algo seguía incompleto en mi pensamiento, y sentía que tenía que ver con mis dudas de que esta herida pudiera realmente sanar. Al entrar en el coche para irme, volví mi pensamiento a Dios y simplemente Le pregunté: “¿Qué más necesito saber ahora mismo?”. La respuesta me vino claramente al pensamiento. ¡Me impresionaba cuán enorme era la lesión! Me impresionaban las heridas que habían dejado esos cuatro clavos. Estaba permitiendo que el temor me conmocionara, que aquello que para mí era una herida “espantosa” me hiciera dudar de que pudiera realizarse la curación.

Me di cuenta de que no solo necesitaba sanar de la herida causada por los cuatro clavos de 10 centímetros de largo que me habían perforado, sino también comprender que “para Dios todo es posible” (Mateo 19:26). Al percibir esto, me sentí espiritualmente muy elevada. Supe con absoluta claridad que estaba completamente sana; que nada podía persistir dentro de mí que necesitara ser corregido; y que mi identidad espiritual está ahora, y por siempre ha estado, perfectamente intacta, ilesa y jamás podía sentirse impresionada por nada. A partir de ese momento, no ha vuelto a haber ninguna indicación de una herida. Las marcas de las perforaciones sanaron por completo, y nunca más tuve dolor.

Estoy eternamente agradecida por la diaria manifestación de la grandeza de Dios, y por el “pan nuestro de cada día” (Mateo 6:11) de esta comprensión espiritual.

Jan Dempsey 
Sebastopol, California, EE.UU.

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