Mi padre era alcohólico y muy dominante. Para sacarme de la caótica atmósfera de nuestra casa, mi madre me mandaba a vivir con varios amigos cercanos durante unos días cada vez. La falta de estabilidad y disciplina mientras crecía contribuyó a que fuera una estudiante indiferente en la escuela.
Después del bachillerato, traté de hacer estudios universitarios, pero reprobé un par de asignaturas porque no tenía la habilidad necesaria para estudiar. Una prometedora beca para asistir a una escuela de ballet tampoco resultó bien, ya que mi padre insistió en que renunciara a la práctica de la danza después de tan solo un año.
Vivir en casa sin perspectivas para el futuro me recordaba constantemente los fracasos del pasado. Mi vida parecía limitada y sin esperanza y culpaba a los demás por mis problemas.
Sin embargo, en medio de esta deprimente situación, me acordé de que una querida maestra de la Escuela Dominical había señalado esta instrucción de Jesús: “¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad para sacar la mota del ojo de tu hermano” (Mateo 5:7, LBLA). Fue entonces que me di cuenta de que podía hacer algo para ayudarme a mí misma, es decir, podía cambiar mi forma de pensar.
Un día, pasé junto a una mesa de mi casa y tomé el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Me sentí atraída por él y comencé a leerlo. Me pareció que el libro había sido escrito para mí, y continué leyendo desde la mañana hasta la noche durante muchas semanas. Tenía un anhelo tan grande de aprender acerca de Dios y mi relación con Él que leí el libro de texto tres veces de forma consecutiva.
Yo siempre había sido demasiado tímida y retraída, pero un nuevo concepto del hombre como la expresión espiritual de Dios se desarrolló en mi pensamiento. Comencé a verme a mí misma y a los demás con compasión y aprecio, en vez de condenación. La comprensión que estaba adquiriendo de mi verdadera identidad como la hija amada de Dios renovó mi confianza.
Un día, me vino la idea de escribir alChristian Science Monitor y solicitar un empleo allí. Fui contratada para trabajar en el departamento de anuncios clasificados, y mi padre estuvo de acuerdo en dejarme ir a Boston.
La noche antes de viajar, una amiga vino a visitarme. Me preguntó por qué parecía estar tan diferente, tan en paz. Compartí con ella algo de lo que estaba aprendiendo en la Ciencia Cristiana, y recuerdo que pensé: “Vas a tener que probar estas cosas que le estás diciendo”.
Tan pronto ella regresó a su casa, comencé a terminar un dobladillo en el cuarto de costura. Como generalmente hacía, me puse varios alfileres en la boca para facilitar la tarea, pero de pronto los alfileres fueron a parar a mi garganta. Recurrí a Dios en busca de ayuda, e instantáneamente me vino a la mente un versículo de la Biblia: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; …enaltecido seré en la tierra” (Salmos 46:10).
En ese momento, sentí que la presencia y el amor total de Dios por mí inundaban mi ser por entero, eliminando por completo todo temor. Me embargó la paz más grandiosa que haya conocido jamás y su serenidad era indecible. Después de un rato, simplemente me fui a la cama y no le dije a nadie lo que había sucedido. Y jamás sufrí ningún efecto negativo por haberme tragado los alfileres.
Sentí que este incidente era como la experiencia que tuvo Moisés con la zarza ardiente. Ambas podrían considerarse ejemplos de cómo la ley espiritual revoca la ley material y falsa. El hombre es el reflejo espiritual de Dios, eternamente abrazado por Su armonía.
Después de llegar a Boston, continué leyendo Ciencia y Salud en cada momento que podía. Llegar a conocer a Dios se transformó en el objetivo principal de mi vida, y continué creciendo espiritualmente.
Anteriormente, mi salud dental no había sido buena. Mi dentista había mencionado que, si tenía más caries, él tendría que sacarme los dientes, porque ya no había lugar en ellos donde colocar más empastes. Y durante el tiempo que viví en Boston, comenzaron a dolerme dos dientes.
Tomé Ciencia y Salud, lo abrí de manera aleatoria y leí una pregunta en la página 468: “¿Qué es la sustancia?” La respuesta comienza así: “La sustancia es aquello que es eterno e incapaz de manifestar discordia y decadencia. La Verdad, la Vida y el Amor son sustancia, como las Escrituras usan esta palabra en Hebreos: ‘La certeza [la sustancia] de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve’”. El pasaje continúa diciendo que el hombre refleja la sustancia del Espíritu.
Esta respuesta me pareció tan clara que no volví a pensar en el dolor, y desapareció. Dos semanas más tarde regresó, y otra vez y sin pensarlo abrí el libro en ese mismo pasaje. No pude evitar sonreír y decirle a Dios: “¡Está bien, ya entendí!”.
El dolor volvió a desaparecer, y esta vez no volvió. Cuando regresé de Boston al final del año y visité al dentista, no tenía ninguna caries nueva. Él me dijo: “Lo que sea que estés haciendo, sigue haciéndolo”. En los años que han transcurrido desde entonces, mi salud dental ha mejorado muchísimo.
Más tarde, me casé, crié dos hijos y llegué a tener una larga y productiva carrera como agente de bienes raíces. Una de las claves de mi éxito profesional es que aprendí acerca de la integridad mediante el estudio de la Ciencia Cristiana.
Estoy sumamente agradecida por la Biblia, los escritos de Mary Baker Eddy y las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. Bendiciones y curaciones continúan fluyendo de mi estudio de la Ciencia del Cristo, y la afiliación a la iglesia ha enriquecido inmensurablemente mi vida.
Nan Stewart
Elsah, Illinois, EE.UU.