Mi padre era alcohólico y muy dominante. Para sacarme de la caótica atmósfera de nuestra casa, mi madre me mandaba a vivir con varios amigos cercanos durante unos días cada vez. La falta de estabilidad y disciplina mientras crecía contribuyó a que fuera una estudiante indiferente en la escuela.
Después del bachillerato, traté de hacer estudios universitarios, pero reprobé un par de asignaturas porque no tenía la habilidad necesaria para estudiar. Una prometedora beca para asistir a una escuela de ballet tampoco resultó bien, ya que mi padre insistió en que renunciara a la práctica de la danza después de tan solo un año.
Vivir en casa sin perspectivas para el futuro me recordaba constantemente los fracasos del pasado. Mi vida parecía limitada y sin esperanza y culpaba a los demás por mis problemas.
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