Una noche, estaba poniendo la vajilla en la lavadora de platos, y pensé: “Si no tuviera que gastar dinero en la comida de la niñera, podría ir reduciendo mi deuda”.
Ya sé que suena descabellado. Realmente, ¿cuánto dinero podría haber ahorrado? Pero así de apretada me sentía en aquel momento.
Fue entonces que recibí lo que llamo un pensamiento de Dios. No vino de mí. Yo estaba en pánico y trataba de encontrar formas de ahorrar y obtener algo de dinero vendiendo algunas de mis pertenencias. No obstante, este mensaje era apacible y reconfortante: “No te preocupes. No estás gastando ‘tu’ dinero en la niñera. Estás compartiendo Mi provisión [con M mayúscula, porque Dios estaba hablando]. No se va a acabar”.
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