A veces parece como que la experiencia humana es constantemente vulnerable. Los titulares de las noticias ciertamente apoyan esta creencia. En nuestras propias vidas parece como que nos enfrentamos a diario con la sugestión de que somos seres vulnerables. ¿Es posible confiar en que nuestra salud, bienestar y seguridad son fijos, y no son susceptibles a ningún ataque?
La Ciencia Cristiana nos ayuda a alcanzar la profunda comprensión espiritual de que estamos seguros en Dios. Comienza reconociendo la absoluta totalidad de Dios, quien es el Ser Divino ilimitado y eterno, el Espíritu infinito. Esta fuerza todopoderosa e invisible –aunque se siente profundamente– es el Amor divino, el cual es reflejado por el hombre espiritual. Y este hombre de la creación de Dios no es el concepto que se tiene comúnmente del hombre como un ser material y mortal, sino la imagen y semejanza del Espíritu divino. Esta es la verdadera identidad de cada uno de nosotros.
El Cristo con amabilidad, persistencia y poder nos recuerda a cada uno de nosotros que el hombre es el reflejo total de Dios, sin demora o ausencia momentánea.
Esta verdad espiritual acerca de la relación inquebrantable de Dios y el hombre puede parecer difícil de comprender. La consciencia mortal, al ignorar la realidad espiritual, se aferra a su percepción de una realidad basada en la materia y se opone a las verdades de la naturaleza espiritual y real del hombre. Esta resistencia y renuencia a comprender nuestra naturaleza espiritual nos deja con la sensación de que estamos separados del cuidado de Dios, lo que produce el temor de que la armonía de nuestro bienestar está a merced de una existencia imprevisible.
No obstante, en lugar de recurrir a Dios para liberarse de ese temor, muchos buscan paz y seguridad en otras direcciones, tales como el pensamiento positivo, la meditación, el ejercicio y otras prácticas que prometen calmar las ansiedades que provienen al aceptar un sentido mortal de la existencia. Incontables libros, seminarios, podcasts, que presentan consejos bien intencionados, ofrecen formas de calmar ese temor.
En una ocasión, Cristo Jesús explicó a sus discípulos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida en sacrificio por las ovejas. El que trabaja a sueldo sale corriendo cuando ve que se acerca un lobo; abandona las ovejas, porque no son suyas y él no es su pastor. Entonces el lobo ataca el rebaño y lo dispersa. El cuidador contratado sale corriendo porque trabaja solamente por el dinero y, en realidad, no le importan las ovejas” (Juan 10:11-13, NTV). Podríamos pensar que el contratado representa esos intentos y métodos de la mente humana para protegerse contra el temor del mal y las limitaciones recurrentes que produce ese temor. Es posible que se tengan las mejores intenciones al compartir esas prácticas, y por un tiempo puede que algunas de ellas parezcan hacer un buen trabajo al “cuidar de las ovejas”. Pero cuando surgen serios desafíos, ¿son acaso eficaces? O como el cuidador contratado, ¿es que esencialmente “huyen”, sin brindar ninguna seguridad?
El contratado huye cuando se enfrenta con el peligro porque no tiene interés en las ovejas, y estas son momentáneamente vulnerables al peligro. Pero el Cristo sí tiene interés porque las ovejas le pertenecen. El pastor, que es dueño de cada una de sus ovejas, siempre está disponible para enfrentar el desafío. El Cristo, que Jesús representó tan plenamente, expresa la naturaleza espiritual de Dios y nos pastorea al impartir el mensaje de Dios a la consciencia humana individual. El Cristo es una influencia divina siempre presente que nos impulsa a reconocer que nuestro ser espiritual jamás puede estar sin Dios y Dios jamás puede estar sin Su expresión. El Cristo con amabilidad, persistencia y poder nos recuerda a cada uno de nosotros que el hombre es el reflejo total de Dios, sin demora o ausencia momentánea.
No puede haber brecha en esta relación eternamente reflejada; ningún reflejo parcial, semi reflejo o reflejo ocasional. Los rayos del sol no son medio cálidos, así como las gotas de agua del océano no son medio mojadas. Mary Baker Eddy escribe en su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La Ciencia divina del hombre está tejida en una sola tela consistente, sin costura ni rasgón” (pág. 242). Afirmar nuestra relación inquebrantable con el Amor divino nos capacita para defendernos constantemente del temor de ser vulnerables al peligro. El Amor divino repara los desgarres de las rupturas que producen temor y nos restaura a nuestro ser nativo e impecable.
La parábola de Jesús me ha obligado a esforzarme constantemente por reconocer que el Cristo está siempre presente y que los sentimientos de vulnerabilidad no tienen lugar alguno en la consciencia. Esto me ha traído un sentido más consciente de paz y seguridad en todo lo que hago. La Verdad divina es el Pastor que protege nuestro pensamiento y nuestra vida, haciéndonos susceptibles únicamente a la bondad y a la protección del Amor.