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Original Web

Salir de la oscuridad hacia la luz

Del número de marzo de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 2 de diciembre de 2019 como original para la Web.


Mientras leía el libro Learning to Walk in the Dark (Aprendamos a caminar en la oscuridad) de Barbara Brown Taylor, me impactó su descripción de una “espiritualidad completamente solar”. Ella dice que es la razón por la cual el cristianismo pierde seguidores: le encanta disfrutar de la luz de Dios las 24 horas, los 7 días de la semana. Pero cuando cae la noche, es decir, cuando se pierde un trabajo, un matrimonio se acaba o un niño hace alguna travesura para llamar la atención, la iglesia solo dice que, si tenemos suficiente fe, las cosas cambiarán. ¿Y si no lo hacen? “… tarde o temprano será evidente para ti que eres el culpable de la oscuridad, porque no tienes suficiente fe”.

 Ella dice que este veredicto no tiene la intención de ser cruel. Sin embargo, el cristianismo que se centra únicamente en el lado bueno de las cosas no es suficiente. Necesitamos medios para navegar a través de las cosas malas.

Comprendí su punto. Y mi experiencia como Científica Cristiana ha sido exactamente eso: aprender de las Escrituras cómo una comprensión de Dios ilumina el camino a través y fuera de la oscuridad, de las situaciones difíciles.

Por ejemplo, en la Biblia está la historia de José, cuyos hermanos primero lo arrojaron a un pozo y luego lo vendieron como esclavo. No obstante, el propósito de su vida distaba de haber terminado. Finalmente, ocupó un puesto en el que hizo el bien a mucha gente, incluidos sus hermanos. Otra historia cuenta acerca de Rut, quien perdió a su esposo y acompañó a su suegra a una tierra en que enfrentó discriminación por ser extranjera. Sin embargo, ella permaneció allí, se volvió a casar y contribuyó con el linaje de Jesús.

 Leer las Escrituras me enseña que comprender a Dios nos capacita para dejar de ignorar las dificultades, o culpar a alguien por ellas. Dios “revela cosas profundas y misteriosas y conoce lo que se oculta en la oscuridad, aunque él está rodeado de luz” (Daniel 2:22, NTV). Las enseñanzas de Jesús muestran cómo, en momentos de necesidad, Dios nos brinda ideas inspiradas que ayudan a guiar el pensamiento para recibir mensajes de bien. Tal vez caminemos por un valle sombrío; pero no nos quedamos atrapados allí.

Jesús nos enseñó a vernos como la luz del mundo. Esta luz que hay dentro de cada uno de nosotros es el espíritu del Cristo eterno que, como Jesús dijo, está siempre con nosotros. Jamás puede apagarse, por más oscura que pueda ser una situación. Funciona como una influencia divina irresistible que puede atravesar toda oposición al bien.

La oración saca a luz esta influencia divina cuando sentimos que estamos en un lugar oscuro. La oración en la Ciencia Cristiana no es un análisis de la mente humana y de cómo causa nuestras dificultades. Es escuchar conscientemente los mensajes de Dios. Para poder escuchar esta intuición divina debemos acallar nuestra mente.

La oración a menudo pone al descubierto patrones de pensamiento que es necesario eliminar. Y la curación se produce cuando la mente humana cede a esta realidad espiritual en la consciencia humana, la Mente única, Dios, que es del todo buena y no tiene oposición alguna.

Para sanar por medio de esta oración, no podemos ignorar las cosas malas y difíciles. Hacerlo no las hace desaparecer. La Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, enseñó a sus estudiantes a no ser indulgentes con el mal y las formas en que trataría de disfrazarse como si fuera nuestro propio pensamiento (véase La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 213). De acuerdo con John C. Lathrop, estudiante de la Sra. Eddy, “Alguien le envió un juego de tres pequeños monos de bronce: ‘No mires el mal, no escuches el mal, no digas cosas malas’. La Sra. Eddy dijo esencialmente que eso no es Ciencia Cristiana; …los Científicos Cristianos no cierran sus ojos ante el mal, sino que los abren. Abren sus ojos, su discernimiento espiritual, y toman consciencia de la verdadera naturaleza del mal o pecado, de sus falsas pretensiones, métodos, sutilezas, etc., y luego comprenden su nada, su absoluta falta de poder para controlar o hacer daño” (We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Volume I, p. 269).

Para abordar de frente las cosas difíciles, debemos abandonar la idea de que estamos a cargo de la situación. En la Ciencia Cristiana la base para no ignorar la oscuridad es fundamentalmente que la oscuridad no es oscura para Dios; la noche es tan brillante como el día. La presencia divina de Dios nos fortalece para que enfrentemos lo que parece oscuridad y encontremos, en cambio, un renovado sentido de la luz. Prender un fósforo pequeñito en un cuarto oscuro trae suficiente luz para ver, al igual que una chispa de la presencia divina de Dios ilumina la consciencia y puede disipar los pensamientos malos. La presencia divina es real y permanente de una forma que la oscuridad, o el temor, jamás pueden serlo.

Hace años, de pronto encontré a una querida amiga y compañera de cuarto sentada en el piso del baño, lista para suicidarse. Yo sabía que ella había estado en un lugar oscuro después que terminó una relación. Todos los días ponía una cara feliz y trataba de pensar positivamente. Pero cuando llegaba a casa por la noche, el pensamiento positivo no era suficiente para mantener alejados los malos pensamientos.

Después de luchar tremendamente en los meses que siguieron, el punto decisivo para ella fue cuando se enteró de que sus pensamientos debían ser como sus amigos. Si trataban, en cambio, de convencerla de que ella no tenía ningún valor, entonces no eran sus propios pensamientos, y podía echarlos fuera de la consciencia en lugar de escucharlos. Clave para este esfuerzo fue descubrir que el Cristo, la luz del amor de Dios, actuaba en su consciencia. En lugar de usar la voluntad humana para recuperar la calma, ella aprendió a ceder al poder de la presencia del Amor divino.

Los malos pensamientos tienen poder solo si respondemos a ellos. Jesús ilustró esto en una historia del Evangelio de Mateo (véase 4:5, 6). Él está sentado en el punto más alto del templo, “conversando” con el diablo. Caractericemos al diablo aquí como la encarnación de los pensamientos malos. En la historia, el diablo sugiere que Jesús se arroje del pináculo para que Dios pueda salvarlo, y así probar para sí mismo que es el Hijo de Dios. Pero el diablo no podía realmente empujar a Jesús. Solo podía sugerirle que saltara. Jesús hubiera tenido que aceptar ese pensamiento, escucharlo y luego obedecerlo para que el mismo tuviera algún poder.

El bien divino no mora en oposición al mal, sino que es el único poder real. Ya sea que sintamos que nuestras vidas están bajo los rayos del sol o en la sombra, la presencia divina jamás nos abandona. La oscuridad no es oscura para Dios. Creer en el mal es creer en un concepto falso de poder. Como la oscuridad, no es algo en sí mismo, sino solo una experiencia que sugiere la ausencia de Dios, el bien divino. No estamos lidiando con ambos, el mal real y el bien real, sino con una realidad espiritual que solo tiene un lado genuino, y un único y solo poder real: el bien que Dios otorga.

La bondad divina está siempre en operación. Esto nos da una base para no sentirnos temerosos de enfrentar las cosas malas. Hasta un diminuto rayito de luz brinda una vislumbre de la Verdad divina —una comprensión del poder de una presencia divina del todo amorosa— y puede comenzar a romper la influencia de la oscuridad mental. Y la sustancia pura —la luz espiritual sin oposición alguna— inherente a la verdadera naturaleza de cada uno de nosotros, nos saca de la oscuridad hacia la claridad, la vida y la verdadera paz.

Larissa Snorek
Redactora Adjunta

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