Un lunes a principios del año pasado, me encontré luchando con un dolor intenso cuando trataba de caminar. Acababa de empezar un período como Primera Lectora de mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico, lo que implicaba estar frente a la congregación durante una hora a la vez para dirigir los servicios religiosos del domingo por la mañana y las reuniones de testimonios del miércoles.
Me comuniqué con una practicista de la Ciencia Cristiana para recibir tratamiento metafísico ese día y rápidamente estuve libre de la incomodidad.
Sin embargo, el miércoles por la mañana de esa semana no pude levantarme de la cama. Me resultaba imposible hacer el más mínimo movimiento sin sentir un dolor agudo. Llamé a una amiga que es vecina y enfermera de la Ciencia Cristiana, y le pedí un andador, para ver si podía usarlo para ponerme de pie. No pude hacerlo, así que oramos en voz alta, declarando verdades que ambas conocemos bien de nuestro estudio y práctica de la Ciencia Cristiana, y negando que cualquier condición material pudiera tener poder o efecto sobre mí como expresión espiritual y perfecta de Dios. Persistimos en hacer estas declaraciones de la verdad durante unas horas, hasta que finalmente ella logró moverme lentamente hasta el borde de la cama y pude pararme y caminar con el andador.
Una vez que estuve de pie, pero moviéndome lentamente y todavía con un poco de dolor, mi oración se volvió más insistente. Mary Baker Eddy dice en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Insiste con vehemencia en el gran hecho que abarca todo: que Dios, el Espíritu, es todo, y que no hay otro fuera de Él. No hay enfermedad. Cuando el supuesto sufrimiento desaparece de la mente mortal, no puede haber dolor; y cuando el temor es destruido, la inflamación disminuye” (pág. 421).
En poco tiempo, me encontré insistiendo en este gran hecho no solo para mí, sino para toda la humanidad. Muy pronto, estaba de pie muy naturalmente y caminando con libertad sin el andador.
El cambio fue tan drástico que estaba asombrada y casi abrumada de alegría. ¡Sentí como si estuviera caminando en el aire! ¡Cuán agradecida me sentí de estar en mi iglesia esa noche en mi función de Primera Lectora, y de estar de pie con toda libertad durante nuestra reunión de testimonios de una hora de duración.
Durante varios días después, me desperté por la noche regocijándome, alabando a Dios y orando persistentemente por nuestro querido mundo, lo cual sigo haciendo mientras la humanidad se enfrenta a una crisis sanitaria mundial y a tantos otros desafíos. Confío en que nuestras oraciones, cuando se basan en la comprensión de que las leyes de Dios gobiernan con inteligencia y armonía toda Su creación, están sanando a la humanidad y llevando la paz a todo corazón receptivo.
Dorothy Estes
Sacramento, California, EE.UU.
