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Original Web

La disposición de ser como un niño y cambiar

Del número de mayo de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 11 de enero de 2021 como original para la Web.


La necesidad de estar abierto al cambio es constante en la práctica de la Ciencia Cristiana. Al hablar del “nuevo nacimiento”, Escritos Misceláneos 1883-1896 por Mary Baker Eddy dice: “Empieza con momentos y continúa con los años; momentos de sumisión a Dios, de confianza como la de un niño y de gozosa adopción del bien; momentos de abnegación, consagración, esperanza celestial y amor espiritual” (pág. 15).

Esa “confianza como la de un niño” acepta que Dios gobierna y sabe que, cualquiera sea el cambio que se produzca, Él se mantiene en control. Como dice una estrofa del Himno 148 del Himnario de la Ciencia Cristiana: “No teme cambios mi alma / si mora en santo Amor” (Anna L. Waring). No dice que no habrá cambios en nuestra vida, sino más bien que no necesitamos temer el cambio cuando nuestros pensamientos están anclados en Dios. 

Incluso podemos abrazar y buscar con entusiasmo el cambio a la manera de un niño. El cambio puede traer esperanza, alegría, energía y estimular el pensamiento. Nos obliga a apartarnos de la rutina de tener un sentido personal de las cosas y de las antiguas maneras de actuar y pensar. 

Recientemente, al pensar en el cambio, recordé la historia bíblica de Moisés al enfrentarse con un arbusto en llamas. Si hubiera continuado su camino, habría perdido un cambio fundamental en su enfoque respecto a su relación con Dios. Detenerse y contemplar el fenómeno de un arbusto que ardía y no se consumía le brindó una conversación directa con su Creador y un sentido de la ciencia no basado en la materia: la Ciencia divina. 

Dios se reveló a Moisés proclamando: “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14). Esto plantó la base para la obra de Moisés como líder del pueblo hebreo. Él los sacó del cautiverio, y a través de un desierto de nuevos pensamientos y experiencias, los llevó a alcanzar una nueva comprensión de su relación con el creador. Los llevó a ser gobernados por medio de la ley divina. Este fue un cambio profundo para la gente. Habían sido esclavos, y a través de cuarenta años de vagar, y muchos siglos de cambio y lucha en la Tierra Prometida, ellos y sus descendientes encontraron libertad y dirección mediante un cambio de perspectiva acerca de Dios, el legislador supremo. 

Los cambios que se producen nos impulsan a mejorar nuestra perspectiva acerca de la creación de Dios. El himno 148 también nos asegura: “Segura es tal confianza, / no hay cambios para Dios”. ¿Es esto contradictorio cuando es obvio que las circunstancias humanas están cambiando? No. En el Amor celestial, donde moramos, Dios lo ha creado todo, y es muy bueno, y “sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá”, como dice la Biblia (Eclesiastés 3:14). Ningún cambio es necesario en Dios. Pero se nos brinda constantemente la oportunidad de cambiar nuestra perspectiva humana y de ver más claramente la realidad presente de la creación de Dios y sentir Su amor tierno. Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy afirma: “En la Ciencia Cristiana la mera opinión no tiene valor” (pág. 341). Podemos dejar nuestras opiniones humanas, nuestras nociones preconcebidas y ver el cuidado y la guía de Dios en cada cambio. 

¿Cómo trabajamos realmente con los cambios que nos sacan de nuestra zona de confort y nos hacen sentir incómodos, o tan inquietos que no queremos que se produzca el cambio?

Recuerdo una época de mi vida en la que batallé contra el cambio de todas las maneras que pude.

La Marina de los Estados Unidos me pidió que me mudara de mi casa de campo en el Medio Oeste a la ciudad de Washington. Donde nos encontrábamos, nuestras familias y amigos estaban cerca, teníamos varias niñeras gratuitas para nuestro hijo de dos años y cuidadores bien dispuestos que podían ayudar. Además, mi esposa estaba luchando con lo que se consideraba una enfermedad incurable. Por todas estas razones, sentí que no había razón lógica, económica y productiva, y mucho menos armoniosa y sabia, para hacer el cambio. 

Pensé que el bien se transformaría en mal para mí si hacía esta mudanza. Sin embargo, el bien es Dios, el Espíritu, y Él está siempre presente y es eterno, por lo que el bien nunca nos abandona. Todos somos Sus hijos eternos y armoniosos, y ese hecho perpetuo no puede cambiar. 

La verdadera pregunta no era: ¿Por qué se está produciendo este cambio? Era, más bien, como dice la Biblia, ¿voy realmente a “[confiar] en el Señor con todo [mi] corazón; y no [apoyarme] en [mi] propio entendimiento” (Proverbios 3:5 NTV), o voy, en cambio, a ser tentado a confiar a Dios algunas ideas y luego aportar mi propia opinión respecto a las demás? Recuerdo que abrí Ciencia y Salud y decía lo siguiente: “La disposición de llegar a ser como un niño y dejar lo viejo por lo nuevo, torna el pensamiento receptivo a la idea avanzada” (págs. 323–324). Me humillé y decidí aceptar lo que más glorificaría a Dios, y dejé lo viejo por lo nuevo.

El cambio que, según yo, produciría el mal en mi vida solo trajo el bien. Cuando recogimos nuestras pertenencias y nos mudamos, hicimos nuevos amigos que fueron como una familia. Mi posición me permitió hacer mucho más bien y me llevó a dedicarme tiempo completo a la práctica de la curación en la Ciencia Cristiana. Me convertí en Primer Lector de la nueva filial de la Iglesia de Cristo, Científico, de la que nos hicimos miembros. Lo más importante fue que mi esposa se sanó. Dios, la Mente divina, solo conoce el bien, incluso cuando nosotros, aún, no podamos ver la sabiduría detrás de un posible cambio. 

Como actual Fideicomisario de La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, también he visto la necesidad de estar abierto al cambio. Ha sido maravilloso observar y participar en esta evolución. No obstante, si en algún momento siento un poco de temor, simplemente recuerdo cómo mi mundo avanzó cada vez que confié en la voluntad de Dios y no en la mía. Descubrí que nunca me privaron del bien, sino que lo experimenté aún más. 

Cuando se produce un cambio necesario, cada uno de nosotros puede elevar el mundo al ser como un niño y saber que Dios, el Amor divino, es el fundamento desde el cual trabajamos en oración. Con esta confianza infantil podemos decir: “No teme cambios mi alma”, porque moramos para siempre en el Amor: el Amor celestial.

T. Michael Fish
Escritor de Editorial Invitado

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