A menudo he tenido que solicitar visas para trabajar o estudiar en otros países, ya que hace muchos años que no vivo en mi país de origen. El proceso de solicitud generalmente implica muchos procedimientos y largos tiempos de espera. A través de mi estudio de la Ciencia Cristiana, he aprendido que el mejor lugar para comenzar con cualquier cosa, incluidos estos trámites de solicitud, es la oración. Así que eso fue lo que hice cuando recientemente solicité una extensión de mi visa de trabajo en los Estados Unidos.
Este proceso se había vuelto mucho más difícil desde la última vez que me presenté, y sabía que necesitaba orar profundamente por ello. Contraté a una abogada de inmigración que parecía ser la más capacitada para ayudarme. Pero me quedé con algunas dudas en cuanto a si había hecho la elección correcta.
Menos de dos meses antes del vencimiento de mi visa, la abogada me envió un correo electrónico diciendo que sentía que ya no podía ayudarme. Era obvio que nuestros enfoques eran muy diferentes, y nuestra relación de trabajo se había vuelto tensa. Preparar una solicitud generalmente lleva de dos a tres meses, y la mayoría de los abogados solo toman casos con bastante anticipación. Encontrar otro abogado tan cerca de la fecha límite parecía imposible.
Llena de miedo e indignación por este cambio de última hora por parte de la abogada, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana. Ella me aseguró que Dios me estaba guiando y que mientras estuviera atenta a esa guía, sabría cuáles eran los pasos correctos para seguir adelante. Ella me animó a confiar la abogada a Dios y concentrarme en ceder humildemente a Su voluntad, que siempre es buena. También me recordó que no debía comparar este proceso de solicitud con los anteriores que habían sido más fáciles, sino que debía abrir mi pensamiento a nuevas ideas y renovados enfoques, ya fuera con esta abogada u otra. Yo sabía que la practicista tenía razón.
Antes de hablar con la abogada al día siguiente, oré por la humildad que sabía que esto requeriría, ya que todavía sentía que sus acciones eran injustificadas y que ella estaba equivocada. Cuando hablamos, me explicó su razonamiento, y pude responder con calma que no había entendido completamente su estilo de trabajo, pero que las cosas estaban ahora más claras, y estaba dispuesta a adaptarme para poder seguir trabajando juntas. Ella estuvo de acuerdo en seguir ayudándome.
En las siguientes semanas, hubo muchos retrasos en el trabajo de la abogada en el caso. A medida que se acercaba la fecha límite, las dudas sobre mi elección de abogado comenzaron a invadirme nuevamente. La practicista me animó a saber que no dependía de una persona, sino de Dios, y que podía confiar en Él. Sabía que el Cristo —al que la Ciencia Cristiana define como “el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana" (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 332) era mi verdadero defensor. Y oré para comprender que tanto la abogada como yo estábamos escuchando el mensaje de Dios, y que nos estaba guiando en el momento adecuado de este proceso de solicitud. Cuando hubo otros retrasos en la obtención de los documentos que necesitaba, oré para comprender que no había ninguna interrupción de la acción correcta y que Dios, la Mente divina omniactiva, es imparable. El Amor Divino, Dios, estaba satisfaciendo todas mis necesidades, incluso la necesidad de cumplir con todos los requisitos para la visa y la solicitud.
La abogada parecía pensar que mi mejor opción era presentar mi solicitud muy cerca de la fecha de vencimiento de la visa que tenía, y que debía usar el tiempo para reforzar mi solicitud. Yo no pensaba que eso fuera una buena idea en absoluto, ya que no creía que hubiera otras posibilidades para fortalecer mi solicitud. Con la incertidumbre en el clima político de ese momento, yo quería que mi solicitud entrara lo antes posible. Pero al orar sobre esto, fui guiada a poner a un lado toda voluntad humana y no presionar a mi abogada a aceptar mi cronograma. En cambio, cedí a la voluntad de Dios y dejé que Él determinara el momento oportuno.
Mientras continuaba orando de esta manera, se me ocurrió la idea de ayudar a la abogada redactando yo misma algunas de las cartas requeridas. Esto resultó ser de gran ayuda, ya que nadie conocía mis cualidades mejor que yo. Fue también un ejercicio maravilloso para mí el reconocer mis cualidades, mi idoneidad y el verdadero valor de mi trabajo. Pensar detenidamente en esto me ayudó a aprender a no subestimarme al permitir que otros no me valoraran a mí o a mi trabajo. Al hacerlo, el estrés que había estado sintiendo dio paso a una profunda seguridad y comprensión de que ¡Dios ya había establecido mi verdadero valor! Como dice la Biblia, “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31).
Resultó que, durante ese período de retraso, recibí inesperadamente tres nuevas oportunidades de trabajo, lo que hizo que mi solicitud fuera mucho más sólida cuando la presentamos, ya muy cerca de la fecha límite. Si hubiéramos seguido adelante con mi cronograma, me habría perdido la oportunidad de incluir estas nuevas oportunidades. Y a menos de dos semanas de presentarla, recibí una comunicación que indicaba que mi petición para la extensión de mi visa había sido aprobada. Hasta la abogada se sorprendió por la velocidad con la que se había tramitado la solicitud.
Estoy muy agradecida por esta evidencia del hecho de que siempre dependemos solo de Dios más bien que de personas o circunstancias, que podemos apoyarnos en Él con confianza y humildad, y que, como ciudadanos del reino de Dios, ya tenemos Su aprobación, ¡la única que realmente cuenta!
Nitya Thomas
Nueva York, Nueva York, EE.UU.
