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Original Web

Acepta y reclama la bondad ilimitada de Dios

Del número de mayo de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 11 de enero de 2021 como original para la Web.


Muchas personas conocen muy bien la parábola de Cristo Jesús del hijo pródigo, que se encuentra en el capítulo 15 del Evangelio de Lucas (véanse versículos 11–32). Es la historia de un joven que pide su herencia y la recibe, abandona a su padre y a su hermano mayor, y se va para tener una nueva vida “de perdición” en otro lugar. Gasta todo su legado y finalmente se traga su orgullo y decide pedirle permiso a su padre para regresar como sirviente. Su padre es un hombre bondadoso que primero le concede la herencia y luego recibe a su hijo de vuelta con los brazos abiertos, no como a un siervo, sino como a un hijo amado. Incluso organiza una fiesta de bienvenida para él.

 De niña, al aprender acerca de esta parábola en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, encontré muchos aspectos del comportamiento del padre que criticar. Su bondad y magnanimidad iban en contra de mi limitado sentido de responsabilidad y justicia. Y, de hecho, el otro hijo se queja (con todo derecho, según yo sentía) porque nunca había recibido ningún tratamiento especial, a pesar de que no se había ido de la casa de su padre; entonces, ¿por qué lo había hecho su hermano? Jesús indica que el hijo mayor dijo: “He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos”. Yo estaba totalmente de parte del hijo mayor.

Antes de mi adolescencia, una vez incluso usé un argumento similar al discutir con mi madre. La mayoría de mis amigos recibían una asignación más alta que yo, y sentía que eso era injusto. Así que, siguiendo la lógica del hermano mayor, me quejé de que yo era mejor que algunos de esos chicos, pero recibía menos. Mi madre no se sintió impresionada. Los hábitos de los vecinos más ricos no preocupaban a una viuda con tres hijos. Queriendo promover mi argumento, busqué la historia del hijo pródigo en Lucas y encontré algo que me sorprendió. El padre respondió con amor a la queja antes citada del hijo mayor: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”. Me di cuenta de que tenía todo lo que necesitaba, y nunca más me pareció bien usar ese argumento.

Repasé la historia a lo largo de los años, y un día surgió algo nuevo. Siempre había pensado que el padre de la historia solo le había dado algo al hijo menor, pero dice: “Les repartió los bienes”. No obstante, lo que se destacó para mí cuando era preadolescente todavía parece contener una lección espiritual clave: “Todas mis cosas son tuyas”.

La parábola de Jesús posee muchos mensajes espirituales que nos ayudan a lidiar con nuestras circunstancias humanas. Parece que su público necesitaba entender que el amor y la bondad que se extendían a los demás (incluidos aquellos que habían pecado) no les quitaba nada, porque Dios siempre está impartiendo cualidades e ideas espirituales ilimitadas para el beneficio de todos.

Jesús contó esta parábola después de que los líderes judíos se quejaron de que él pasaba el tiempo con personas que ellos consideraban pecadoras (véase Lucas 15:1, 2). En respuesta, Jesús demostró que Dios (como lo ilustra el padre en la parábola) acoge con los brazos abiertos a aquellos que recurren a Él (al igual que el hijo pródigo), y que el amor de Dios nunca se agota. El bien que Dios da está disponible para todos, por lo que el bien que una persona acepta no puede disminuir el de nadie más. Esto es lo que el hermano mayor necesitaba aprender. 

Dios nos cuida de múltiples maneras, llenas de amor que nunca puede agotarse.

La parábola es también un mensaje de misericordia, ya que se relaciona con ambos hermanos; al más joven, que es bienvenido y homenajeado después de que, “volviendo en sí”, reconoció que sus malas acciones lo habían llevado a su condición de pobreza, y al hermano mayor al que se le asegura: “Todas mis cosas son tuyas”. Dios nos cuida de múltiples maneras, y cada una está llena de generosidad y amor que nunca pueden disminuir. ¿Por qué no? Porque Dios, Su amor y Su creación son infinitos. El amor y el bien de Dios son interminables, nunca se agotan en lo más mínimo, no importa cuánto bien imparta continuamente a Su linaje. En nuestra experiencia humana solo tenemos que aprovechar la provisión espiritual de Dios para todos. 

Cuando comprendemos que Dios es nuestro Progenitor, comenzamos a ver que Él está constantemente revelándonos a todos y a cada uno de nosotros nuestra verdadera identidad espiritual, cualidades íntegras y bondad. Sin embargo, tal bondad y cuidado constantes a veces pueden ser difíciles de entender para nosotros los seres humanos. No podemos reclamar para nosotros mismos lo que no comprendemos. A veces he luchado para ver cuál es mi verdadera naturaleza y cuál es el camino correcto en diferentes situaciones. No obstante, por más desconcertantes que hayan sido las circunstancias, siempre he encontrado una respuesta. Las mismas han surgido al reconocer más de mi verdadera individualidad creada por Dios, y darme cuenta de que todo lo que Dios da es mío, de modo que puedo abrirme a la ilimitada fuente espiritual de Dios y reclamar mi derecho al bien. 

El despertar del hijo menor a la sabiduría de llevar una vida divina genuina, y la seguridad para el hijo mayor acerca de la vida abundante que Dios nos da a todos, son indicadores para nosotros.  

Para mí, un punto decisivo respecto a estas ideas fue cuando llegué a cierta edad y me pregunté si había algo que necesitaba cambiar. ¿Me veía, actuaba, pensaba de una manera “apropiada para mi edad”, como debía hacerlo? Pensé en esto varios meses. No me sentía de ninguna manera diferente, pero pensé que se esperaba algo nuevo de mí; tal vez algo más digno, o incluso una perspectiva más cautelosa sobre las cosas. Finalmente, le pregunté a Dios directamente: “¿Cómo debería ser?” Lo que escuché me sorprendió y me mostró Su dulzura: “Sé la hija de Dios”. Sabía que esto quería decir que fuera lo que estaba hecha para ser. Al meditar en esto, comprendí que ser hijo de Dios constituye una norma viable que no tiene edad. Siempre seré la hija de Dios, sin importar la edad que se considere que tengo en años humanos. 

Usar esto como mi principio rector para actuar y pensar en realidad fue bastante fácil de hacer, para evitar caer en los errores de cualquiera de los hijos de la parábola. ¿Le falta algo al hijo de Dios? ¿Trata el hijo de Dios a los demás con falta de respeto? ¿Desahoga su frustración, se jacta, lastima el medio ambiente, amenaza a los demás el hijo de Dios? No. ¿Está bien cuidado el hijo de Dios, es cariñoso, honorable, alegre, considerado? ¡Sí! Así que cuando me enfado o me preocupo, me siento frustrada o impaciente, antes de hacer nada vuelvo a esa norma tan clara. ¿Te sientes en desventaja? ¿Le hablas con irritación a la gente? ¿Te sientes envidiosa o incapaz de perdonar? No, esto no es aceptable para la hija de Dios. 

Cuando surge la pregunta de si estamos viviendo la vida como el linaje divino de Dios, podemos recurrir a Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, quien explicó una y otra vez en sus escritos cómo reclamar nuestra herencia como hijos de Dios. En su libro de texto sobre la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escribe: “La Ciencia Cristiana alza el estandarte de la libertad y exclama: ‘¡Seguidme! ¡Escapad de la esclavitud de la enfermedad, del pecado y de la muerte!’ Jesús trazó el camino. Ciudadanos del mundo, ¡aceptad la ‘libertad gloriosa de los hijos de Dios’, y sed libres! Este es vuestro derecho divino” (pág. 227). 

Ya sea que estemos bajo el yugo del pecado, la enfermedad y la muerte, de la escasez, la pobreza y la soledad, o tal vez algo más que parece impedirnos avanzar, podemos recordar nuestra primogenitura y reclamar —¡acepta!— la “libertad gloriosa de los hijos de Dios”. Y dado que este derecho, este otorgamiento, pertenece a cada hijo de Dios —cada hombre, mujer y niño en la tierra— no podemos apartarnos para siempre del bien, y el bien que otro experimenta nunca puede disminuir el nuestro.

La parábola de Jesús presenta comportamientos que parecen muy realistas. A veces me he reconocido en la representación del hermano mayor, tanto en su justificación propia como en su lealtad a su padre. Y el hecho de que necesitara ayuda para reconocer el bien que ya era suyo fue una llamada de atención para mí. Como el Himno 70 del Himnario de la Ciencia Cristiana tan bien lo expresa, refiriéndose a Dios: “A Él acudid; Él os dará, / Su rica gloria ya” (Elizabeth C. Adams). 

La riqueza de Dios incluye nuestra verdadera identidad como Su hijo, las cualidades gloriosas que expresamos y la abundante bondad. Una vez que acepté la riqueza de Dios en mi vida, se volvió fácil compartirla. Otro de los himnos de Elizabeth Adams, el N° 58, proporciona el modelo para esta manera de compartir: “Comparte tu alegría y exprésala con libertad” (según versión en inglés). Esto se ha convertido en uno de mis lemas, y surgió en parte al alcanzar una mejor comprensión y tomar en serio la parábola de Jesús acerca del hijo pródigo.

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