A principios del año pasado, participé con mucho amor y entusiasmo en un curso de enfermería de la Ciencia Cristiana de una semana en Chile, cuando una atmósfera alarmante de temor y negatividad comenzó a extenderse por nuestro país debido a la pandemia global.
Trabajo a tiempo parcial, y me había tomado la semana libre para asistir a ese curso en mi ciudad. Durante los últimos años, he estado tomando cursos de enfermería de la Ciencia Cristiana, ya que mi deseo ha sido completar la formación práctica necesaria para comenzar una carrera de tiempo completo como enfermera de esta Ciencia, y proporcionar el cuidado físico que las personas a veces necesitan mientras oran para obtener la curación.
Después de terminar el curso, seguí con mi trabajo a medio tiempo, pero surgieron muchas dificultades. Debido al temor a una pandemia cada vez mayor, el gobierno nos exigió hacer cambios en el consultorio, entre ellos, usar equipo de protección que me impedía comunicarme fácilmente con mis clientes y colegas. Al mismo tiempo, comencé a sentir un creciente ambiente negativo que alteraba las relaciones naturalmente armoniosas que tenía con las personas que me rodeaban.
De repente, empecé a sentirme desanimada, agobiada por una profunda tristeza. Se me ocurrió que no sería capaz de interactuar con otras personas con la familiaridad, el cariño y la alegría que antes expresaba, y en esa condición me pareció imposible ser una bendición para nadie, especialmente para aquellos que necesitaban ayuda y buscaban respuestas espirituales y curación. Estos temores, o sugestiones agresivas, amenazaban con estorbar el progreso y la alegría que había experimentado durante la semana de instrucción de enfermería de la Ciencia Cristiana.
Al mismo tiempo, mi cuerpo se debilitó mucho, y me sentí enferma, con fiebre y otros síntomas. Oraba, pero no sentía la alegría que una vez había tenido, y en algún momento mi condición fue tal que ya no pude levantarme.
Necesitaba mucha ayuda, así que le pedí a un practicista de la Ciencia Cristiana que orara por mí. Él se comunicaba conmigo con mucho afecto todos los días, y por correo electrónico me enviaba ideas espirituales en las cuales pensar y con las que orar, así como pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. En particular, el Salmo 23 y este versículo del Salmo 59 me consolaban: “Cantaré de tu poder, y alabaré de mañana tu misericordia; porque has sido mi amparo y refugio en el día de mi angustia” (versículo 16).
Le pedí a mi esposo, que estaba en casa conmigo y una vez se había ofrecido como voluntario en un centro de enfermería de la Ciencia Cristiana, que me asistiera en mis necesidades diarias. Nuestro país tenía estrictas pautas comunitarias que obedecimos. Mi marido se mantuvo amorosamente a mi lado y me ayudó hasta en las cosas más pequeñas.
Durante unos días estuve en muy malas condiciones, y se me ocurrió que era posible que estuviera sufriendo del virus del que todo el mundo estaba hablando. Pero el amoroso cuidado y la atención de mi esposo, junto con la oración del practicista y las llamadas diarias de mis hijos, me fueron fortaleciendo hasta que me sentí capaz de pensar y orar de nuevo. Lo que me sacó de ese sueño de la enfermedad fue la alegría, el amor y la convicción de mi perfección espiritual como hija de Dios que expresaban todos los que me estaban ayudando. Y esto me estaba restableciendo. Comencé a sentir esa energía ilimitada que sólo viene del Espíritu divino.
El momento crucial llegó cuando dejé de pensar en mí misma como un cuerpo que estaba sufriendo y pude sentir una vez más mi unidad espiritual con Dios, nuestra fuente divina, y el amor de nuestro Padre celestial que todo lo envuelve. La atmósfera de negatividad que había empañado algunas de mis relaciones se disolvió, y pude apreciar todo lo que el practicista de la Ciencia Cristiana y mi familia estaban haciendo por mí con tanto amor abnegado.
Durante ese tiempo, nuestra Sociedad de la Ciencia Cristiana en Santiago estaba transmitiendo sus servicios en línea, y sentí que necesitaba seguir trabajando en mi puesto como Segunda Lectora electa en los servicios religiosos, porque no había sustitutos disponibles. Pero me sentí bendecida por este servicio a Dios como resultado de la preparación espiritual y el estudio que requiere esta actividad de la iglesia. También me sentí bendecida al participar en un grupo de estudio semanal en línea de los enfermeros de la Ciencia Cristiana, y lo que estábamos aprendiendo con la lectura del capítulo de Ciencia y Salud titulado Génesis que examina en profundidad esa parte de las Escrituras.
Mi alegría y energía retornaron, y desaparecieron todos los síntomas de la enfermedad. Nunca hubiera imaginado cuánto necesitaba sentir el amoroso cuidado de Dios y Sus cualidades maternales de afecto y constancia. Pero yo tenía que ser más humilde y reconocer que merecía sentir este amor que cada uno de nosotros posee de parte de Dios. También se ha iluminado mi comprensión del significado de “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39, NTV). No podemos amar de verdad a los demás a menos que nosotros mismos sintamos el amor sanador de Dios.
Sandra Luzio
Santiago, Chile