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Original Web

Dios no tiene nietos

Del número de mayo de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 18 de enero de 2021 como original para la Web.


Hace poco tuve que cuidar a mi nieto. La pasamos muy bien. Le di el biberón, le canté y lo sostuve mientras dormía la siesta, y luego jugamos en el suelo con sus juguetes. Él estaba muy feliz, y yo también. Pero cuando llegó su mamá, quedó extasiado. Gateó hacia ella tan rápido como pudo, y cuando lo levantó en sus brazos, me miró con una enorme sonrisa y se rió. Actúa de la misma manera cuando su padre vuelve a casa del trabajo. Los padres de mi nieto lo aman muchísimo; están tan contentos de verlo como él de verlos a ellos.  

Como he estado pensando en esto, sé que es natural que sintamos lo mismo acerca de nuestra relación con nuestro divino Padre-Madre, Dios. Nuestra relación con Él no es como la de un nieto con un abuelo —una generación de por medio—, sino como la relación tan cercana de un hijo con un padre amoroso. Dios nos aprecia y se alegra por cada uno de nosotros porque somos Su propio hijo. En la Biblia, el profeta Jeremías comprendió esto y escribió: “Desde lejos el Señor se le apareció, diciendo: Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia” (Jeremías 31:3, LBLA).

¿Nos damos cuenta realmente de cuánto nos ama Dios a cada uno de nosotros? Este amor no es esporádico ni temporal. El amor de Dios —el Amor que es Dios— está con nosotros todo el tiempo, y nos atesora, dirige, protege y guía. David, el pastor, lo percibió al escribir: “El Señor es mi pastor”, y luego describió en detalle cuánto cuida Dios de Su creación (véase Salmos 23, LBLA).

No obstante, fue Jesús quien habló aún más de la ternura de este Progenitor divino cuando llamó a Dios Abba, un término entrañable para “padre”. ¿Quién de nosotros no querría una relación tan íntima y cariñosa con Dios, el Amor divino? Jesús sabía que todos tenemos esta relación, porque la oración que nos enseñó comienza con las palabras “Padre nuestro”. Esta intimidad con el Pastor que es todo sabiduría y del todo amoroso es nuestra ahora. Todos, en cada lugar, tenemos esta relación cálida y cariñosa con Dios y podemos aceptar lo que eso significa.

Es posible que algunas personas nunca hayan tenido una relación especial con sus padres humanos. Pero independientemente de nuestras familias humanas, nuestra relación con Dios está intacta, es fuerte, satisfactoria y fortalecedora, porque coexistimos con nuestro divino Padre-Madre Dios. Nuestra relación con Él es de unidad. No nos crea a través de los demás, ni nos ha adoptado o puesto bajo Su cuidado. Él nos creó, y nunca nos ha dejado ir. Siempre hemos existido en Su amor. No hay nada en nuestro pasado que pueda interponerse entre Dios y Su amor por nosotros.

La comprensión de nuestra individualidad espiritual —nuestro verdadero ser como hijos de Dios— se encuentra en la Biblia. El apóstol Pablo escribió a los cristianos en Roma: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:16, 17). Dios, no dos padres humanos, nos ha creado como Su linaje espiritual, y heredamos todas las buenas cualidades que componen la Deidad, tales como afecto, belleza, bondad, inteligencia, perspicacia, alegría, felicidad, sentido espiritual, pureza, perfección. Y debido a que Dios es del todo bueno, sin un tinte de mal, nunca hemos heredado una “mala racha” de Él ni ninguna susceptibilidad a la enfermedad, la tentación o la adicción. Solo Dios determina nuestra composición “genética”, la cual es espiritual, no biológica.

Somos una familia de hijos, todos bajo el cuidado y la guía de un Padre-Madre divino y amoroso.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, estudió la Biblia y vivió la vida de bondad que la Biblia enseña a lo largo de toda su existencia. En su libro, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, define a Dios usando siete sinónimos basados en la Biblia: Principio, Mente, Alma, Espíritu, Vida, Verdad y Amor. Y explica la verdadera identidad espiritual del hombre (es decir, de todos nosotros, hombres y mujeres), en parte, con estas palabras: “El hombre es espiritual y perfecto; y porque es espiritual y perfecto, tiene que ser comprendido así en la Ciencia Cristiana. El hombre es la idea, la imagen, del Amor; no es el físico. Es la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas; el término genérico para todo lo que refleja la imagen y semejanza de Dios; la consciente identidad del ser como se encuentra en la Ciencia, en la cual el hombre es el reflejo de Dios, o la Mente, y por tanto, es eterno; …” (Ciencia y Salud, pág. 475).

La Mente Divina es la fuente de nuestra inteligencia, comprensión y estabilidad. La Vida divina es el origen de nuestra agilidad y habilidad. El Alma infinita nos ha hecho armoniosos, hermosos y pacíficos. Heredamos el valor, la fortaleza y la convicción del Espíritu. La Verdad nos da integridad y honestidad. El Principio divino nos mantiene equilibrados y bajo el orden divino. Y el amor, la compasión y la cordialidad que sentimos por los demás provienen directamente del Amor divino. Heredamos estas maravillosas cualidades y muchas más de Dios. La lista es prácticamente interminable, porque la bondad de Dios es infinita. Esto no es algo que esperamos que suceda algún día; es cierto ahora. Solo necesitamos aceptar que esta individualidad espiritual es la verdad acerca de nosotros mismos y vivir partiendo de esta base.

Pablo también dijo a los romanos: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 8:38, 39). ¡Eso lo cubre todo!

Jamás estamos separados de Dios, nunca apartados de Él. Convivimos con Él porque somos Su propio hijo. Nada —ninguna circunstancia, situación, medio ambiente o pasado— puede separarnos del amor y el íntimo cuidado de Dios. No hay razón para creer que estás alejado de tu Padre-Madre Dios ni siquiera por un momento. ¿Quién no querría tener esa relación? Nunca somos ni demasiado viejos ni demasiado jóvenes para eso.  

Todo esto me resultó muy útil cuando llegué a cierta edad: la edad en que mi abuela, mi padre y mi hermano habían fallecido. Al acercarme a ese número de años, comencé a preguntarme si había algo en la constitución de nuestra familia que nos hiciera predispuestos a fallecer prematuramente. En realidad, oré para saber que, por ser una idea espiritual, un hijo de Dios, estaba más relacionado con Él que con mi propia familia humana. Realmente examiné quién pensaba que era yo y lo comparé con quien Dios sabía que yo era. Me quedó claro que soy el hijo de Dios, no la progenie de dos padres humanos (aunque muy amorosos).

Llegué a conocer a Dios aún más a través de esos siete sinónimos deíficos, y los valoré como mi verdadero origen. Obviamente, no fallecí a esa edad. De hecho, pasé ese hito hace muchos años. Esta comprensión de la ascendencia divina también me ha convertido en un mejor padre, ya que sé que el verdadero Padre y Madre de mis hijos (y ahora de mi nieto) es Dios.

¡Qué familia somos todos alrededor del mundo! Una familia de hijos, todos bajo el cuidado y la guía de un Padre-Madre divino y amoroso. Nadie pertenece a una generación (o más) distanciada de Dios, sino que todos somos Su hijo querido ahora y para siempre.

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