Durante mi temprana juventud y adolescencia, estuve enfermo muchas veces con diferentes dolencias. La bronquitis, en particular, siguió repitiéndose durante mi adolescencia. Los medicamentos farmacéuticos no trajeron ningún alivio. El verano después de mi primer año en la universidad, un médico recomendó que me extirparan las amígdalas, diciendo que el procedimiento me liberaría de los ataques de bronquitis. Me sometí a la operación, solo para descubrir que sufría de bronquitis con más frecuencia que antes, y con la misma gravedad. Fue entonces que dejé de ir a los médicos. Eran buenas personas que hicieron todo lo posible para ayudarme, pero sus tratamientos simplemente no me mejoraron.
Meses después de graduarme, comencé a asistir a clases en la Facultad de Derecho en una universidad que tenía una Organización de la Ciencia Cristiana (OCC). Como un amigo ya me había dado a conocer la Ciencia Cristiana, asistí a las reuniones semanales de la OCC. El consejero del campus de la OCC era practicista de la Ciencia Cristiana. Para resumir: Un día, cuando los síntomas de la bronquitis eran particularmente agresivos, el consejero me preguntó si quería que él orara por mí. Acepté humildemente su oferta, y en tan solo un momento o dos, todos los síntomas simplemente desaparecieron. Tuve una curación completa de esa condición crónica. (Véase mi testimonio en la edición de octubre de 1980 de The Christian Science Journal.)
Aproximadamente un año después de esta curación, comencé a sufrir de una enfermedad que era endémica en la parte del país a la que me había mudado. Oré a Dios para que me sanara, pero también reduje mi ingesta de alimentos de acuerdo con la teoría de la época de que uno debe comer menos cuando tiene fiebre.
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