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Original Web

Lecciones de ser voluntario en una prisión

Del número de octubre de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 5 de agosto de 202 como original para la Web.


Muchos conocen la máxima “Aquellos que son más difíciles de amar son los que más lo necesitan” (a menudo atribuida a Sócrates), y yo la he estado diciendo la mayor parte de mi vida. Pero recientemente se me ocurrió una nueva perspectiva de esto.

Como Científico Cristiano, me he tomado muy en serio los dos grandes mandamientos que señaló Cristo Jesús (véase Mateo 22:37, 39), que podrían resumirse como “Ama a Dios y ama al hombre: a ti mismo y a todos los demás”. También nos enseñó a amar a nuestros enemigos, así que por difícil que sea aceptarlo, el hecho de que alguien sea difícil de amar no es excusa para no amarlo.

Pero ¿qué pasa si la persona a la que me resulta tan difícil amar, y que más lo necesita, no es alguien de “ahí fuera”, sino realmente... yo mismo? La norma que Jesús da para amar a todos los demás es amarlos como nos amamos a nosotros mismos, y esa norma se basa en amar a Dios, nuestro creador.

Cuando expresamos amor, nos sentimos amados. Y cuando nos sentimos amados, no podemos menos que amar a los demás. La forma de sentir y expresar amor es sometiéndonos al amor de Dios, que es el Amor mismo. El libro de Primera de Juan en la Biblia dice: “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero” (4:19, LBLA).

Así que he estado pensando que podríamos entender el dicho como “Las personas son más difíciles de amar cuando no siento el Amor”. Entonces no estamos haciendo que se trate de otras personas o esperando a que alguien más cambie antes de amarlo, sino que los estamos incluyendo en el amor que ya sentimos.

Recientemente tuve la oportunidad de demostrarlo. Durante años observé a mi esposa hacer trabajo voluntario como capellán de la Ciencia Cristiana para las prisiones. Sin falta, volvía a casa de una visita a una prisión o cárcel resplandeciente de inspiración. Yo admiraba su entusiasmo y su disposición para servir de esta manera, pero estaba perfectamente contento de ser su animador. Pero ¿en cuanto a hacer un trabajo similar yo mismo? ¡Ha, no! Me convencí de que este tipo de trabajo no era para mí y que ya tenía bastante que hacer.

Pero para ser sincero, era simplemente el miedo lo que estaba causando mi resistencia. ¿Qué pasaría si me equivocaba? ¿Qué pasaría si decía algo incorrecto? ¿Qué pasaría si los que estaban encarcelados eran crueles conmigo? ¿Qué pasaría si me avergonzaba a mí mismo o a nuestra iglesia o tergiversaba involuntariamente la Ciencia Cristiana? ¿Y si? ¿Y si? Todo estaba centrado en mí mismo.

Comencé a abrirme a la idea de ir a las prisiones y cárceles cuando no había suficientes voluntarios y una gran demanda en nuestra área, pero realmente necesitaba orar al respecto. Comencé por apreciar las cualidades en mí mismo como la buena voluntad, la humildad y la confianza, afirmando que incluyo esas cualidades que Dios nos dio porque soy Su hijo. Mientras lo hacía, me di cuenta de que el miedo y la resistencia no formaban parte de mi verdadera identidad creada por Dios, sino que eran imposiciones mentales que erróneamente había asumido que definían quién soy. Mientras aceptara que estos rasgos de carácter negativos eran verdaderos acerca de mí, me resultaría difícil amarme a mí mismo. Pero cuando reconocí, en cambio, que Dios es mi fuente divina, sentí Su amor por mí, y me di cuenta de que sentía más amor por Sus hijos, viendo que todos, incluso yo, tenemos nuestra fuente en el Amor divino. 

El Amor divino me estaba cambiando. Pasé de una forma de pensar egocéntrica a una centrada en Dios, con el deseo de servir a mi comunidad, y sí, ¡eso incluía visitar centros correccionales! Entonces, un día me sentí completamente en paz con servir en el comité institucional de mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico, y ayudar a celebrar los servicios religiosos en una prisión estatal.

El primer día que entré en la prisión, fue lo más natural del mundo mirar a estos hombres a los ojos y hablarles con bondad y amor, ver a cada uno como Dios lo hace, como Su hijo inocente. Estaba empezando a acostumbrarme a mi nuevo papel cuando las prisiones estatales cerraron debido a la pandemia de Covid-19. Me tomé este tiempo fuera del trabajo voluntario para orar más profundamente sobre algunos desafíos que estaba teniendo y para aprender aún más lo que significa amar a mi prójimo como a mí mismo.

Cuando se nos permitió regresar a las prisiones, descubrí que todavía estaba tentado a ser tímido, pero estaba decidido a poner en práctica todo lo que había aprendido durante mi tiempo fuera. Con el amor como mi motivo e inspiración, haciendo que sea una prioridad dar testimonio de mi verdadero ser y el de todos como el precioso y amado hijo del Amor, mi miedo se disolvió. Fue gratificante y una lección de humildad más allá de las palabras ver a los hombres que visitamos comenzar a vislumbrar que su verdadera naturaleza es adorable y amada. Como resultado hubo curaciones para ellos y para mí.

El primer día de nuestro regreso, uno de los hombres encarcelados llegó tarde, me vio y gritó mi nombre con alegría. Hacía un año que no lo veía. Luego se detuvo en seco y me miró de arriba abajo. Él dijo: “Te ves diferente, te ves más alto. ¡Eso es, estás más alto!”. Le dije que llevaba los mismos zapatos de siempre, y nos reímos.

En el largo camino de vuelta a casa, no dejaba de preguntarme qué había dicho él, y entonces me di cuenta. Él había reconocido mi progreso espiritual. A medida que yo daba fe de su verdadera naturaleza que Dios le había dado, él también estaba viendo la mía. 

El trabajo institucional me ha enseñado la importancia de amarme a mí mismo —de verme a mí mismo como Dios me ve— para que pueda amar libremente a los demás y estar disponible para servir a Dios de la manera que Él señala. Todos podemos reconocer y afirmar que somos a la vez el objeto y la expresión del amor de Dios. Entonces podemos comprender que nadie es difícil de amar.

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