Muchos conocen la máxima “Aquellos que son más difíciles de amar son los que más lo necesitan” (a menudo atribuida a Sócrates), y yo la he estado diciendo la mayor parte de mi vida. Pero recientemente se me ocurrió una nueva perspectiva de esto.
Como Científico Cristiano, me he tomado muy en serio los dos grandes mandamientos que señaló Cristo Jesús (véase Mateo 22:37, 39), que podrían resumirse como “Ama a Dios y ama al hombre: a ti mismo y a todos los demás”. También nos enseñó a amar a nuestros enemigos, así que por difícil que sea aceptarlo, el hecho de que alguien sea difícil de amar no es excusa para no amarlo.
Pero ¿qué pasa si la persona a la que me resulta tan difícil amar, y que más lo necesita, no es alguien de “ahí fuera”, sino realmente... yo mismo? La norma que Jesús da para amar a todos los demás es amarlos como nos amamos a nosotros mismos, y esa norma se basa en amar a Dios, nuestro creador.
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