Para muchas personas, incluyéndome a mí, la Biblia es una guía espiritual de la cual sacar fuerzas, una fuente de inspiración, un mensaje cuyo poder puede sacarlas del atolladero. Nos consuela con estas palabras: “Encomienda al Señor tu camino, confía en Él, que Él actuará; hará resplandecer tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía” (Salmos 37:5, 6, LBLA).
La Mente divina, la inteligencia divina, siempre actúa con justicia, y su fidelidad permanece eternamente. La ley divina es poderosa, infalible e irreversible. Momento a momento, podemos confiar en el Dios eterno, bajo cuyo gobierno se encuentra todo lo que existe, y que siempre cuida tiernamente de Sus amados hijos.
Hace varias décadas, en mi país, la República Democrática del Congo —llamada Zaire en ese momento— la corrupción se había normalizado. No se podía prestar ningún servicio hasta que se hubiera ofrecido una propina. Mi padre esperó en vano su pensión de jubilación después de haber trabajado como funcionario. Amigos, familiares y autoridades locales fueron unánimes en decirle que si no ofrecía una gratificación a la Dirección General de Servicios Públicos, nunca se le pagaría su pensión de jubilación, que había estado esperando durante tres años.
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