Los informes diarios de noticias y mensajes en las redes sociales pueden hacer que parezca que vivimos en una era de victimización. Constantemente oímos hablar de las actitudes y sucesos actuales más angustiosos, como las enfermedades, los desastres, la guerra, la corrupción y el odio. Y aunque nuestros corazones naturalmente tienden la mano con compasión hacia aquellos que han sido víctimas, podemos temer que las malas acciones nunca terminen y que nosotros también nos convirtamos en víctimas. Entonces, ¿dónde buscamos ayuda real y permanente para vencer el mal?
El deseo de ser un vencedor sobre el mal es en realidad una oración por el bien: por la paz, la seguridad y la salud. Pero para ser eficaz, esta oración debe llevarnos a admitir humildemente que nosotros no poseemos la inteligencia o la fuerza para vencer el mal por nuestra cuenta y que debemos recurrir a una fuente superior: Dios, la Verdad divina.
Cristo Jesús nos mostró que, puesto que somos hijos e hijas de Dios, es posible vivir sin temor. Y él esperaba que lo siguiéramos en pensamiento y en acción por el camino recto y angosto de la obediencia a los mandamientos de amar a un solo Dios por encima de todo y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. En la víspera de su crucifixión, Jesús dijo amorosamente a sus discípulos: “Estas cosas os he hablado, para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
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