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Original Web

Sé un vencedor

Del número de octubre de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 4 de abril de 2024 como original para la Web.


Los informes diarios de noticias y mensajes en las redes sociales pueden hacer que parezca que vivimos en una era de victimización. Constantemente oímos hablar de las actitudes y sucesos actuales más angustiosos, como las enfermedades, los desastres, la guerra, la corrupción y el odio. Y aunque nuestros corazones naturalmente tienden la mano con compasión hacia aquellos que han sido víctimas, podemos temer que las malas acciones nunca terminen y que nosotros también nos convirtamos en víctimas. Entonces, ¿dónde buscamos ayuda real y permanente para vencer el mal?

El deseo de ser un vencedor sobre el mal es en realidad una oración por el bien: por la paz, la seguridad y la salud. Pero para ser eficaz, esta oración debe llevarnos a admitir humildemente que nosotros no poseemos la inteligencia o la fuerza para vencer el mal por nuestra cuenta y que debemos recurrir a una fuente superior: Dios, la Verdad divina. 

Cristo Jesús nos mostró que, puesto que somos hijos e hijas de Dios, es posible vivir sin temor. Y él esperaba que lo siguiéramos en pensamiento y en acción por el camino recto y angosto de la obediencia a los mandamientos de amar a un solo Dios por encima de todo y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. En la víspera de su crucifixión, Jesús dijo amorosamente a sus discípulos: “Estas cosas os he hablado, para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

Ciertamente, esto no sugiere que debamos tolerar la tribulación hasta que finalmente lleguemos al cielo. Si ese fuera el caso, entonces, ¿cuál habría sido la misión de nuestro Mostrador del Camino aquí en la tierra? Él venció tribulaciones y expuso el pecado, sanando el cuerpo y la mente de plagas físicas y psicológicas.

San Pablo escribe en su Epístola a los Romanos: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? … Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (8:35, 37). Un discípulo cristiano desafía el mal y lo vence al seguir el amoroso ejemplo de Jesús.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, demostró que la ley de Dios de la curación divina es el Consolador que Jesús prometió que vendría. Su vida estuvo dedicada a la curación cristiana, a la enseñanza y publicación de la Ciencia del Cristo, la Verdad, y a fundar una iglesia. Ella fue una verdadera guerrera cristiana —una vencedora sobre el pecado y el sufrimiento— y esta Ciencia nos muestra cómo ser vencedores para nosotros mismos y para los demás.   

El libro de texto de la Ciencia Cristiana declara: “Un aroma se torna beneficioso y agradable sólo en la proporción en que se esparza en la atmósfera circundante. Lo mismo sucede con nuestro conocimiento de la Verdad. Así como uno no reñiría con su prójimo por haberlo despertado de una pesadilla cataléptica, tampoco debiera resistir la Verdad, que expulsa —sí, que destruye para siempre con el testimonio superior del Espíritu— la así llamada evidencia de la materia” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 128). Este “aroma” o atmósfera del Espíritu, cuando se lo respira, elimina la repugnante creencia en la vida y el ser como materiales, y obtenemos una nueva visión de Dios, el Espíritu y Su amor por nosotros.

Ciencia y Salud también explica: “Este sentido científico del ser, que abandona la materia por el Espíritu, de ningún modo sugiere la absorción del hombre en la Deidad y la pérdida de su identidad, sino que confiere al hombre una individualidad ampliada, una esfera de pensamiento y acción más extensa, un amor más expansivo, una paz más elevada y más permanente” (pág. 265).

Mi vida ha sido bendecida más allá de toda medida a través del estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, y estoy agradecido por cada victoria sobre el mal que esta práctica ha traído. Cuando tenía veinte años, cinco hombres robaron la tienda donde trabajaba y luego se volvieron contra mí. El líder de la pandilla me apuntó con el dedo a la cara, y todos gritaron mientras me rodeaban. Molesto por el dedo en mi cara, lo aparté a un lado. Entonces empezaron a darme puñetazos. Mis brazos cayeron a los costados y solo miré a los ojos del líder.  

Cuando dejé de tratar de defenderme físicamente, sentí la seguridad de Dios de que estaba a salvo en Él. Lo más importante en mi pensamiento fue el primer versículo del Salmo noventa y uno: “El que habita en el lugar secreto del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente” (KJV). No odiaba a los hombres, ni tenía miedo. Pronto dejaron de golpearme, caminaron hacia su auto y se fueron, dejándome todavía de pie. Aunque terminé con un ojo morado, no me dolió y desapareció en unos días. Sin embargo, la lección que aprendí sobre el amor de Dios por todos no ha desaparecido.

Llamé a la policía, pero también oré para saber que la experiencia no dejó a estos hombres donde los encontró. Había decidido tomar la postura de un vencedor, no de una víctima, al habitar en el Amor, y sabía que eso tenía que beneficiarnos a todos. 

El mal nunca es el vencedor. Sólo el bien es eterno y, cuando nos adherimos a él como la Verdad, probaremos ser victoriosos. Tenemos la ayuda que necesitamos para vencer el mal en cualquier forma al recurrir a Dios y a Su Cristo en busca de guía, protección y curación. Al hacerlo, por fin podremos decir con Jesús con gratitud: “He vencido al mundo”. 

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