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Original Web

El cambio climático

Del número de octubre de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 11 de julio de 2024 como original para la Web.


Cuando era niña, pude ver bien la Vía Láctea por primera vez cuando nuestra familia se mudó a Oregón. En los cielos oscuros sobre nuestra finca, las estrellas y las constelaciones parecían muy cercanas. Parecía como si la tierra fuera parte del infinito. Más tarde, cuando vivía en el Medio Oeste, recuerdo que caminé por un campo de maíz una tarde muy calurosa, húmeda y tranquila. El maíz crecía tan rápido que podía oírlo crujir. Me detuve y escuché, rodeada por el proceso mismo del crecimiento. 

No soy la única que ha tenido este tipo de experiencias. Hay poemas, ensayos, pinturas y fotografías de alrededor del mundo y a través del tiempo, que expresan el amor de la humanidad por nuestro planeta Tierra. 

No obstante, recientes titulares muestran que la tierra y sus habitantes tienen problemas considerables: tormentas violentas, incendios forestales, sequías, inundaciones y extremo calor. Los políticos y los científicos han estado discutiendo sobre qué hacer al respecto o incluso cómo llamarlo. Pero se está tomando conciencia cada vez más de que es necesario sanar nuestra relación con la tierra. 

La Biblia comienza con el relato espiritual de la creación, en el que todo lo que Dios ha hecho no es material sino espiritual. El primer capítulo del Génesis habla de que Dios creó la luz, el firmamento, la tierra, los mares, las plantas, las luces en el firmamento, los peces y los animales, y el hombre. Y luego concluye: “Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (versículo 31).  

La creación de Dios expresa a Dios, al Espíritu. Y la idea espiritual de la tierra se describe en el Glosario de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy de esta manera: “Una esfera; un símbolo de la eternidad e inmortalidad, que tampoco tienen comienzo o fin” (pág. 585). Como idea espiritual y eterna, la tierra es inocente, no tiene ningún elemento que pueda producir o incurrir en destrucción. La definición del Glosario continúa: “Para el sentido material, la tierra es materia; para el sentido espiritual, es una idea compuesta”. Estas dos formas de ver la tierra son muy diferentes, y la visión que adoptamos —la material o la espiritual— marca la diferencia en la forma en que tratamos la tierra.

El sentido de la tierra como material incluye una visión de la tierra como que contiene atractivas riquezas y muchos peligros. El sentido material ve a la humanidad a cargo de la tierra, y que no está haciendo un buen trabajo al respecto; se siente abrumada por los extremos del cambio climático y teme que no se pueda —ni se tenga, la disposición de— hacer lo suficiente sobre ello. Considera la tierra en términos de valor estratégico, acumulación, márgenes de ganancia y pérdidas aceptables o inaceptables. E incluye el creciente temor de que las tendencias actuales estén dañando irreversiblemente la tierra.  

El sentido espiritual de la tierra ve lo que los sentidos materiales no pueden ver: Dios gobierna Su propia creación perfecta. Entiende lo que Cristo Jesús nos enseña en el Padre Nuestro: “Venga Tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). El sentido espiritual ve que la voluntad de Dios es una ley del bien, de la armonía y de la Vida eterna; una ley que es tan omnipotente en la tierra como en el cielo.  

Obviamente, el sentido espiritual y el sentido material se contradicen entre sí, y en realidad, solo uno puede ser verdadero. También es obvio que la forma en que vemos la tierra —a través del sentido espiritual o material— lleva a diferentes resultados.   

Esto se hizo evidente de manera convincente cuando Jesús y sus discípulos se vieron atrapados en una tormenta en el mar (véase Marcos 4:35-41). Jesús estaba durmiendo cuando la tormenta cobró fuerza y llenó la barca de agua. Los discípulos temieron que su barca se hundiera y lo despertaron. Jesús no comenzó a sacar agua de la barca, no tuvo una reacción temerosa ante lo que parecía una fuerza mortal de la naturaleza. La Biblia dice que “levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza”. 

Para Jesús, lo que se necesitaba era el sentido espiritual —ver la realidad espiritual de la tierra como armoniosa— y preguntó a los discípulos: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”. 

Esta autoridad de un sentido espiritual del gobierno de Dios también fue la base para que Jesús enfrentara y sanara sin miedo las enfermedades que para la gente eran perturbadoras, como la lepra, y abordara la necesidad urgente de alimentar a miles de personas en el desierto cuando solo había cinco panes y dos peces pequeños disponibles. 

El mundo está poniendo mucho esfuerzo en documentar las complejidades, el descuido, la codicia y los intereses nacionales que acompañan a un sentido material de la tierra. Pero, si bien esto puede mostrar la necesidad de corregir el rumbo, partir de esta contabilidad tiende a hacer que incluso las negociaciones más honorables parezcan espinosas y que los tratados resultantes sean difíciles de establecer, ejecutar y hacer cumplir.

Cristo Jesús, hablando desde el sentido espiritual, dijo: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lucas 18:27). A lo largo de la Biblia, la historia del cristianismo y el registro de curación en la Ciencia Cristiana, indican que cuando algo parece imposible para el sentido material, no es el final de la historia, ni el final de nuestras oraciones. Por muy imposible que parezca en cualquier punto para el sentido material revertir o reparar las discordias relacionadas con el clima, Cristo Jesús nos ha mostrado que lo que indica el camino es el cambio de un sentido material de la tierra a la verdad espiritual. 

Y la verdad espiritual no es misteriosa ni desconocida para el hombre de Dios. Es el camino que Jesús describe en el Sermón del Monte. Las Bienaventuranzas, en particular, nos muestran cómo vivir en armonía con el Espíritu. Hablan de cosas tales como tener hambre y sed de justicia, y ser mansos, puros de corazón, misericordiosos y pacificadores.   

Caminar por este camino es activismo eficaz. Ciencia y Salud explica: “Tu influencia a favor del bien depende del peso que eches en el platillo correcto de la balanza. El bien que haces e incorporas te da el único poder obtenible. El mal no es poder. Es un escarnio a la fuerza, que muy pronto delata su debilidad y cae, para jamás levantarse” (pág. 192). 

Cuando las cosas parecen desgarradoras o desoladoras, es la habilitación de Dios la que trae luz y comprensión a nuestras acciones. Este poder divino nos convierte a todos en poetas y profetas: videntes espirituales de la creación divina de Dios. La Sra. Eddy escribió: “Nuestros lemas son la Verdad y el Amor; y si moramos en ellos, éstos abundarán en nosotros, y seremos uno en corazón —uno en motivo, propósito y empeño” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 135).

Trabajando juntos de esta manera —bajo el dominio de la Verdad y el Amor— veremos cómo tomar acciones sabias, corregir errores y ayudar tiernamente a los necesitados. Descubriremos que es posible vivir en armonía con nuestra amada tierra.

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