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Original Web

El poder de ver la perfección presente

Del número de octubre de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 8 de julio de 2024 como original para la Web.


Al escuchar las noticias hoy en día, es posible que nos sintamos consternados por los numerosos problemas que enfrentamos, incluidas las guerras, los fenómenos meteorológicos extremos, las crisis de inmigración y los conflictos políticos. Para cualquiera que esté preocupado por el estado del mundo, ayudar a la humanidad puede parecer un desafío abrumador. Incluso si tomamos medidas para ayudar, los problemas parecen demasiado grandes como para que una sola persona pueda tener algún efecto. 

Sin embargo, la Ciencia Cristiana nos señala el camino para que hagamos una verdadera diferencia. Su descubridora, Mary Baker Eddy, enfrentó muchos desafíos serios y demostró que la oración es un remedio muy eficaz para resolver dificultades de todo tipo, pequeñas y grandes. Trabajó incansablemente para compartir la Ciencia del Cristianismo con el mundo, sabiendo que este método de curación, basado en las enseñanzas y el ejemplo de Cristo Jesús, es la forma de resolver cualquier problema que la humanidad esté enfrentando. 

En Pulpit and Press, la Sra. Eddy nos anima gentilmente con estos versos de un poema de William Cutter: 

“¿Qué pasaría si la llovizna dijera:
         ‘Una gota tan pequeña como yo
no puede refrescar una tierra decaída,
         me quedaré en el cielo’”.

Continúa explicando: “Una gota de rocío refleja el sol. Cada uno de los pequeños de Cristo refleja el infinito Uno, y, por lo tanto, la declaración del vidente es verdadera, de que ‘uno solo del lado de Dios es mayoría’” (pág. 4).  

Una mañana, mientras reflexionaba sobre los acontecimientos actuales, de repente vi la importancia de recordar que, en nuestros esfuerzos por ayudar, no estamos simplemente tratando de ser buenos. De hecho, ya somos buenos, porque Dios nos hizo de esa manera. Sabiendo que Dios es bueno y ama a Su creación, podemos estar seguros de que Él nos ha proporcionado un camino a seguir para resolver cualquier problema que se nos presente. Podemos dejar que cada pensamiento y acción sea gobernado por el hecho de que Dios nos impulsa a ser Su reflejo perfecto. Podemos esperar que Dios cuide de Su universo en cada detalle. Y en la medida en que estemos dispuestos a confiar totalmente en Dios de esta manera, veremos más allá del espejismo del caos material el orden y la armonía que Dios creó y mantiene.

También podemos dejar que este hecho de la bondad del hombre informe nuestra visión de los demás, así como de nosotros mismos. Cuando nos acercamos a cada persona desde la perspectiva de que ya es, siempre ha sido y siempre será el hijo perfecto de Dios, seremos capaces de ver más allá de la falsa apariencia de la falible personalidad humana. Cuando nuestro pensamiento refleja el hecho espiritual de la bondad siempre presente de Dios, nuestra consciencia elevada no puede menos que alzar todo pensamiento receptivo que encontremos. 

Con el mismo criterio, podemos ver la irrealidad del pecado, la enfermedad o la discapacidad, por más arraigados que parezcan, simplemente porque no pueden ser ciertos para el hijo de Dios. En el mundo real de la creación de Dios, del Espíritu, no hay lugar para que el mal exista. Debido a que Dios es Amor y es la única fuente de todo lo que existe, no hay lugar donde falte el amor. Una idea o expresión divina tampoco puede imponerse a otra. Todas están bajo el gobierno del Principio divino, y en realidad expresan legalidad y tienen ilimitada provisión. No hay fricción entre las ideas divinas, y a nadie se le puede hacer que dé testimonio de un conflicto que no tiene lugar alguno en el reino de Dios.

Nuestra responsabilidad es siempre corregir nuestro propio pensamiento, ver lo que Dios ya conoce: la perfección presente de nosotros y del mundo. ¡Una creación perfecta no necesita arreglos! Pero a veces puede ser necesario un esfuerzo muy persistente para elevar la mirada por encima de la dificultad que parece estar hipnotizándonos. Este esfuerzo no es ignorar el sufrimiento de nuestro prójimo, sino, mediante la oración, elevarnos a nosotros mismos y a los demás del sufrimiento, tal como Jesús enseñó que podíamos hacerlo. Él dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12).

¿Qué parecería interponerse en el camino de vernos a nosotros mismos y a nuestro prójimo más claramente, como expresiones rectas y completamente armoniosas de la Mente divina? El concepto erróneo que nublaría nuestra visión de la realidad espiritual es lo que en la Ciencia Cristiana se llama magnetismo animal, la creencia hipnótica de la existencia mortal. Pero si estamos atentos a las sugestiones hipnóticas que la llamada mente carnal presenta, entonces es mucho menos probable que caigamos en la trampa.

Mantener un estado de vigilancia es muy útil para evitar que el mal se afiance en el pensamiento y en la experiencia, tanto nuestras como en las de los demás. En lugar de detenernos en el problema, por impresionante que parezca, debemos comenzar con Dios y afirmar que Él ha hecho que toda Su descendencia o ideas sean buenas, e incapaces de odiar o ser hipnotizadas. Cuando comprendemos esto claramente, cualquier cosa desemejante a Dios se destaca con gran claridad. Podemos confiar en que Él nos mostrará qué pensamientos necesitan ajustarse para estar de acuerdo con la realidad espiritual, y qué acción humana tal vez necesitemos tomar.

Hace varios años, tuve una experiencia modesta que me dio la oportunidad de poner en práctica estas ideas. Yo estaba sirviendo como Primera Lectora en mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en ese momento, y un miembro parecía sentir que yo era responsable de una decisión de la iglesia con la que él estaba totalmente en desacuerdo. Él mencionaba esto con frecuencia cada vez que teníamos contacto, y yo siempre trataba de calmar la confrontación diciendo que era una decisión de la iglesia, no mi decisión personal, y que podría tratarse nuevamente en una futura reunión de miembros. 

Pero un día después de que el tema saliera a relucir una vez más, me sentí frustrada y salí del edificio de la iglesia, solo para encontrarlo parado frente a mi auto, impidiéndome salir del estacionamiento. En un instante, me vino a la mente un pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El hombre es incapaz de pecar, enfermar y morir. El hombre verdadero no puede desviarse de la santidad, ni puede Dios, por medio de quien el hombre es desarrollado, engendrar la capacidad o libertad de pecar” (Mary Baker Eddy, pág. 475). 

De repente, mi corazón se inundó de amor por este querido individuo, y con la misma rapidez se apartó del camino. A partir de ese momento me pareció una persona completamente diferente, bastante agradable, y nunca más volvió a sacar el espinoso tema.

Es probable que cada uno de nosotros pueda pensar en situaciones difíciles en las que se nos ha pedido que expresemos el espíritu del Amor divino, como hizo Jesús. Y en la medida en que nos elevemos por encima de la tentación de creer en las pretensiones del magnetismo animal —a través del reconocimiento de la realidad siempre presente del reino de los cielos, donde reina la armonía— ayudaremos al mundo a superar el flagelo del odio y la violencia. De esta manera veremos realizada la verdad expresada en el Padre Nuestro, de que Su voluntad se hace “en la tierra como en el cielo”.

Al orar para ver esta verdadera visión de la coexistencia armoniosa, podemos tener la certeza de que nuestros esfuerzos darán fruto en nuestras vidas personales y, finalmente, ayudarán a leudar el pensamiento de toda la humanidad. La Sra. Eddy describe este progreso en el libro de texto de la Ciencia Cristiana de esta manera: “La Verdad eterna está cambiando el universo. A medida que los mortales se desprenden de sus pañales mentales, el pensamiento se expande en expresión. ‘Sea la luz’ es la exigencia perpetua de la Verdad y el Amor, cambiando el caos en orden y la disonancia en la música de las esferas” (Ciencia y Salud, pág. 255).

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