Puesto que Dios es el bien infinito por toda la eternidad, nunca hubo un instante cuando alguna fase del mal haya podido afianzarse dentro de esta infinitud. La universalidad eterna del reino de Dios, donde moran a salvo todas las manifestaciones de Dios, no puede ser invadida. El mal —por siempre hipotético y falso— no tiene ninguna capacidad para relacionarse con Dios, o con nada que sea de Dios o esté en Él. Todo pensamiento, condición o sentido de personalidad del mal, permanece para siempre fuera de la totalidad de Dios, en la nada de la falsedad.
En estas simples verdades están las respuestas a los múltiples aspectos de las mentiras del mal, el cual sugiere con mucha persistencia que de alguna manera, en el pasado, ha irrumpido por las puertas de la infinitud de Dios y encontrado allí un punto donde afianzarse. A partir de ese comienzo hipotético, el mal pretende haber iniciado un proceso sumamente agresivo en contra de la vida del hombre, con el cual ahora puede atormentarlo.
Pero el mal, la mente material y mentirosa, no puede hacer otra cosa más que mentir. No conoce verdad alguna para contar. Cuando repetidamente afirma que en el pasado causó, personificó y afectó adversamente lo que llama nuestra historia material, cada una de sus declaraciones es falsa. No hay evidencia que sustente sus pretensiones, excepto el testimonio de su propio sentido material, el cual jamás debe creerse. El mal mentiroso cuenta sus mentiras a sus propios estados hipotéticos de pensamiento, y ciegamente cree haber probado su caso cuando dice que su mentira expresa la verdad.
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