“¿Cuánto me ama Dios?”,
le pregunté a mi mamá un día que paseábamos por la playa.
“Más que todos estos granos de arena,
más que la profundidad de los océanos”.
“¿Cuán grande es el amor de Dios?”,
le pregunté a mi papá en la cima de una colina muy alta.
“Más grande que todo lo que crece allá abajo,
mucho más grande que el cielo”.
“¿Cómo se siente el amor de Dios?”,
me pregunté en la cama, mientras el sol color rosa se elevaba.
Entonces sentí la tibieza y la luz
que mis cortinas no podían ocultar.
“¿Qué sucede si me porto mal?”,
le pregunté a mi papá.
“¿Dios me ama
aún?”
“Siempre”, dijo él, mientras
me abrazaba tiernamente,
“y una y otra vez
y otra vez”.
“¿Cómo es posible eso?”,
pregunté mientras contemplábamos
el cielo nocturno
resplandeciente de estrellas.
“Dios no ve
la oscuridad que tú no eres.
Él conoce la estrella
que tú eres”.
“Mamá, ¿cómo sabes que Dios me ama?”
“Dios me lo muestra cada día.
Mi amor por ti me muestra la visión de Dios.
Eres amada en todas las formas posibles”.
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