Escuchamos a diario acerca de los problemas de nuestras ciudades. Las historias de injusticia, violencia y actividad criminal parecen ser una marea constante en muchas ciudades de todo el mundo.
En un momento dado, algunas casas en mi propio vecindario habían sido allanadas y robadas. Los vecinos se sentían invadidos, perturbados, incluso violados. El barrio estaba en vilo. Varios de nosotros nos reunimos una noche para considerar cómo defender nuestros hogares; decidimos formar una vigilancia vecinal.
Además de tomar estas medidas prácticas con mis vecinos, decidí orar. Pensé en el registro bíblico de Nehemías, quien vio que su ciudad, Jerusalén, enfrentaba una crisis terrible y potencialmente mortal (véase Nehemías, capítulos 2-6). Se dirigió a los gobernantes y ciudadanos de la ciudad, expresando la necesidad de reconstruir el muro circundante para proteger a la ciudad de sus enemigos. Pero lo más importante es que sus fieles oraciones lo llevaron a reconocer que la única protección segura es Dios. Aunque los gobernantes vecinos despreciaron los esfuerzos de los israelitas para reconstruir el muro, empleando finalmente amenazas, subterfugios y rumores infundados para tratar de detener su progreso, Nehemías mantuvo el rumbo con valentía. Cuando comenzó la obra, dijo a sus enemigos: “El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén” (Nehemías 2:20). Para mí, esto significaba que Dios tiene todo el poder, y que el mal no estaba presente en Jerusalén, ni tenía derecho a estar presente en el futuro, ni había evidencia de que hubiera estado presente en el pasado.
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