Poco después de jubilarme de un intenso trabajo cuando estaba en mi novena década, me mudé a un apartamento en el segundo piso en la casa de mi hija menor y su esposo. Ellos son Científicos Cristianos, como lo he sido yo desde que me dieron a conocer la Ciencia Cristiana cuando era niña.
La entrada a mi apartamento está en el primer piso, en un pequeño pasillo que también incluye la entrada al sótano. Un viernes por la noche, hace aproximadamente un año y medio, cuando me dirigía hacia las escaleras de mi apartamento después de cenar con mi familia, me equivoqué al girar en la oscuridad y caí por el largo tramo de escaleras del sótano. Mi hija y mi yerno escucharon el ruido y me encontraron en el sótano en lo que parecía ser un estado de shock y confusión. Sin embargo, me dicen que comencé a decir en voz alta el Padre Nuestro con mi yerno, mientras mi hija llamaba al 911. También se comunicó de inmediato con un practicista de la Ciencia Cristiana para solicitarle tratamiento mediante la oración, como yo misma le hubiera pedido que hiciera.
Recuerdo que me di cuenta de mis circunstancias en la ambulancia y escuché a mi hija, que me acompañaba, cantar himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Me dijeron que íbamos de camino al centro de traumatología de un hospital local. Allí, me hicieron una resonancia magnética, y el veredicto médico fue un cráneo fracturado, costillas fracturadas y múltiples abrasiones. Mi deseo era confiar totalmente en Dios para la curación, y mientras me daban puntos de sutura, rechacé los analgésicos y otros tratamientos médicos que me ofrecieron los doctores.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!