Hace años trabajé como niñera para una familia que tenía una perrita. Un lunes por la tarde, al levantarla de una cama, me mordió con fuerza en el puente de la nariz. Me impactó, ya que estaba acostumbrada a que la tocaran y nunca antes había reaccionado de esa manera conmigo.
Sintiéndome mareada y temerosa de perder el conocimiento, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara mediante la oración. Tan pronto como me comuniqué con ella, el miedo a perder el conocimiento desapareció y el mareo se desvaneció rápidamente.
El tema de la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana de esa semana era “Dios”, y contenía varias referencias al rostro, que la practicista me leyó de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy. Una en particular se destacó: “Cuando dijiste: Buscad mi rostro, mi corazón te respondió: Tu rostro, Señor, buscaré” (Salmos 27:8, LBLA). Buscar el rostro de Dios es buscar la fuente divina de nuestro propio ser, que no ha sido tocada por las llamadas creencias mortales, incluida la imprevisibilidad o la violencia.
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