Tengo mucho por lo que estar agradecido como resultado de haber sido criado en la Ciencia Cristiana; una bendición aún mayor por haber conocido sus enseñanzas a edad muy temprana, cuando el pensamiento está más abierto a nuevas ideas.
Mi madre conoció la Ciencia en Inglaterra en lo que debe haber sido un momento muy difícil. La Segunda Guerra Mundial acababa de comenzar, y su esposo había sido recluido como un “enemigo extranjero”, lo que la convirtió efectivamente en una madre soltera. En aquellos días oscuros, cuando Inglaterra luchaba por sobrevivir, la vida debe haber parecido bastante sombría. Fue durante este período que el cuñado de mi madre le habló de la Ciencia Cristiana; una religión cuyos seguidores se apoyaban en Dios para sanar.
Mi madre tenía mucho con lo que lidiar: un bebé, un esposo ausente, sin trabajo, una guerra atroz. A pesar de estos desafíos, o tal vez debido a ellos, algo acerca de esta nueva religión le atrajo. Tal vez fue la idea de poder apoyarse en Dios como “el infinito sostenedor” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. vii). Cualquiera fuera el caso, como resultado de la perspicacia, percepción y fortaleza de mi madre al aplicar su creciente comprensión de la Ciencia Cristiana, sus necesidades fueron ampliamente satisfechas —empleo, vivienda, etc.— y su hijo recibió el beneficio de una educación en sus enseñanzas. Estoy muy agradecido por esta educación porque sé cuánta ayuda ha traído (y todavía trae) a mi vida.
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