Conocí la Ciencia Cristiana hace poco más de una década. Como mucha gente, yo estaba en búsqueda de la verdad. Había tomado cursos y leído libros sobre diferentes religiones y filosofías, y estaba practicando una filosofía que básicamente decía que yo era Dios, y era responsable por el bien y el mal en mi vida. Si yo pensaba bien me iba bien. Si no, me iba mal. Esto era demasiada carga sobre mis hombros.
Atravesaba en ese momento un gran desafío: pérdida de trabajo, un sentido profundo de soledad, y el cuidado de una hija pequeña con una enfermedad respiratoria crónica. Como madre sola me sentía abrumada.
Un día, no aguanté más, y en un momento de claridad supe que yo no era Dios; no era el creador o gobernador de nada. Me rendí ante Dios, caí de rodillas, y dije: “¡Dios, si Tú existes, por favor, muéstrame!”. Entonces me vino al pensamiento este nombre: Mary Baker Eddy. No recordaba haberlo escuchado o leído antes, pero a través de una búsqueda en Internet, me enteré de que ella era la Descubridora de la Ciencia Cristiana, y que la Ciencia Cristiana enseña que únicamente hay un solo Dios que es del todo amoroso, todopoderoso e incorpóreo, quien gobierna al hombre y el universo.
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