Cuando tus padres amorosos, tiernos y solícitos comparten contigo desde temprana edad su confianza en Dios, esa confianza te marca de por vida. Y en algún momento, esa confianza puede convertirse en la tuya.
Me siento muy feliz al recordar que cuando mis hermanos o yo nos despertábamos en la noche, llorando porque algo nos dolía, mis padres nos tomaban en sus brazos y caminaban por la sala, orando y cantando himnos en voz alta. Con nuestras cabezas reclinadas sobre sus hombros, escuchábamos esas verdades alentadoras e inspiradoras de confianza que nosotros mismos habíamos aprendido al asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. El hecho de que estas palabras estuvieran asociadas con la confianza misma de nuestros padres en Dios y en Su amor les daba un significado más tangible y reconfortante para nosotros.
Padres amorosos que querían lo mejor para sus hijos, confiaban en lo que estaban aprendiendo sobre la omnipresencia y omnipotencia de Dios, y se apoyaban con convicción en las verdades espirituales que enseña la Ciencia Cristiana. Y con mucha frecuencia, en esas ocasiones en que mis hermanos o yo necesitábamos ayuda, nos quedábamos dormidos pacíficamente en sus brazos, sanados en ese mismo momento.
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