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Conmovida por la compasión, no la lástima humana

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 25 de septiembre de 2023


La Biblia a menudo menciona la compasión, muchas veces haciendo referencia a Cristo Jesús. Está claro que el Maestro irradiaba esta cualidad mientras realizaba su trabajo diario de enseñar y sanar. Pero ¿qué es la compasión, y qué papel juega, debería jugar, en nuestras vidas como seguidores de Jesús? 

Una definición de compasión es “la cualidad humana de comprender el sufrimiento de los demás y querer hacer algo al respecto”. La compasión a menudo se confunde con un sentido humano de lástima, un sentimiento de tristeza causado por el sufrimiento de los demás. Pero la compasión va un paso más allá, al inculcar el profundo deseo de ayudar a aliviar el dolor o el sufrimiento de otra persona.

Mary Baker Eddy escribe: “Los caminos de Dios no son los nuestros. Su compasión se expresa de manera muy superior a la humana. … La compasión de Su Mente eterna se expresa plenamente en la Ciencia divina, la cual borra todas nuestras iniquidades y sana todas nuestras dolencias. La compasión humana a menudo ocasiona sufrimiento” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 102). 

Como ilustración, un sentido inútil de lástima hacia alguien abrumado por el miedo podría ser: “Oh, pobrecito, entiendo lo asustado que debes estar”. Una compasión divinamente inspirada elevaría el pensamiento por encima del temor, como hizo Jesús cuando le dijo a un hombre confrontado con la aparente muerte de su hija: “No temas; cree solamente, y será salva” (Lucas 8:50).

La piedad falsa acepta la evidencia del sufrimiento como real y atribuye el problema a la persona. Se deriva de la creencia en algo aparte del Dios infinito, el bien. Por otro lado, la compasión propia del Cristo rechaza el testimonio de los sentidos materiales y cede a la verdad espiritual de que Dios es todo y gobierna todo armoniosamente. Este punto de vista corrige las falsas pretensiones del mal con la verdad espiritual, trayendo un cambio sanador al pensamiento y a la experiencia humana.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Sra. Eddy resume el poder transformador de la compasión propia del Cristo de esta manera: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos” (págs. 476-477). 

La Ciencia Cristiana pone gran énfasis en el hecho de que Dios es Amor, y que el Amor divino es una fuerza sanadora que eleva, consuela y bendice a la humanidad. Tuve la oportunidad de demostrar este poder hace varios años cuando era maestra de estudiantes con considerables problemas emocionales y de comportamiento. Una de mis alumnas era una chica con severos comportamientos autoabusivos. Después de más de un año de trabajar con ella, había formado un estrecho vínculo con esta muchacha, y habíamos establecido rutinas para usar cada vez que se enojaba. Una de esas rutinas era caminar juntas por el pasillo mientras yo le sostenía las manos para evitar que se lastimara.

Un día, estábamos terminando una caminata, cuando algo la sobresaltó y estalló. Al tratar de mantenerla estable, perdió el equilibrio y comenzó a caer, mientras la seguía sosteniendo. Yo era consciente de la importancia de seguir aferrándome a ella, así como de no caer directamente sobre ella. Evité aterrizar sobre ella, pero mi cabeza golpeó el suelo con tal fuerza que el ruido trajo a otros en mi ayuda. La estudiante resultó ilesa y otra maestra la ayudó a regresar al aula.

No pude ponerme de pie de inmediato por mi cuenta, pero acepté con gratitud la ayuda y me llevaron a la oficina de la enfermera. Me ofrecieron analgésicos, pero los rechacé y me senté en silencio durante unos minutos, llena de gratitud por el apoyo amoroso que la estudiante y yo habíamos recibido. Entonces decidí que lo mejor para mí sería irme a casa.

Una vez en casa, comencé a orar con fervor, aferrándome al hecho de mi ininterrumpida relación con Dios. A pesar de la evidencia de los sentidos físicos, afirmé el hecho espiritual de que nunca había caído fuera del cuidado amoroso de Dios. Sabía que mi verdadera identidad como imagen y semejanza de Dios estaba para siempre intacta y perfecta. 

El dolor estaba disminuyendo y mi sensación de calma estaba aumentando, pero el bulto en mi cabeza todavía palpitaba y era desagradable. Tenía la fuerte sensación de que me faltaba algo importante, y con humildad le pregunté a Dios qué necesitaba saber. 

Las palabras “movido con compasión” me seguían viniendo. Esta frase se usa varias veces en el Nuevo Testamento para describir la respuesta de Jesús a las personas que acudieron a él en busca de curación. Al principio pensé que este no podría ser el mensaje correcto para mí, ya que realmente amaba a la muchacha y siempre la trataba con paciencia y gentileza. Pero luego me di cuenta: me conmovía la lástima humana por ella, no la compasión cristiana. En lugar de verla de la manera en que Jesús lo hubiera hecho —como la hija amada de Dios que no ha sido tocada por el mal— le estaba atribuyendo un pasado traumático y sintiéndome mal en su nombre. Lo que necesitaba hacer era verla libre y siempre cuidada por Dios, y apreciar todas las buenas cualidades que expresaba.

Al abrir mi Biblia, leí los relatos del cuidado compasivo de Jesús por aquellos que necesitaban sanar. Cuando dos ciegos le pidieron que los sanara, él no los miró con falsa lástima, ni habló con simpatía sobre su condición. La Biblia dice que él se compadeció de ellos, expresó una compasión que vio más allá de la apariencia externa hacia el verdadero carácter del hombre como la expresión espiritual perfecta de Dios. Y fueron sanados de inmediato (véase Mateo 20:30-34). 

Este estudio me llenó de inspiración y me trajo alivio físico inmediato. El dolor y el bulto desaparecieron rápidamente, y esa noche pude asistir a una reunión como tenía planeado. Pero la bendición no se detuvo allí. Lo que aprendí cambió profundamente mi pensamiento y experiencia. Mis estudiantes típicamente tenían historias horribles, y leer los archivos de sus casos siempre me había llenado de lástima humana e indignación por las injusticias cometidas contra ellos. Si bien puede ser útil tener cierto conocimiento de los antecedentes, es más importante no limitar o definir a las personas de acuerdo con su pasado humano. 

Elevar el pensamiento del sentido humano de lástima a la compasión cristiana me permitió ver más allá de las supuestas limitaciones de los estudiantes y ayudarlos a guiarlos para progresar. Y, como resultado, ellos y yo fuimos testigos de cambios maravillosos. Cuando surgían problemas de comportamiento de los estudiantes, se resolvían más rápidamente, trayendo una mayor armonía al aula. Y la chica que mencioné anteriormente se volvió menos volátil y autoabusiva.

También me di cuenta de que debo expresar este elemento de compasión a todas las personas con las que entro en contacto. Esforzarnos por ver el mundo a través de ojos compasivos, en lugar de simpatizar con los errores del sentido material que necesitan ser destruidos, dirige nuestro pensamiento hacia las ideas sanadoras que se encuentran en el estudio de la Ciencia Cristiana. Al apartarnos de la imagen mortal hacia la verdad de la creación impecable de Dios, podemos considerarnos unos a otros con amor genuino, libres de opiniones o agendas humanas, sin importar cuán bien intencionados parezcan ser esos puntos de vista.

Cada uno de nosotros puede hacer esto porque la verdadera compasión tiene su fuente en Dios. Es una cualidad que se da, no a unos pocos elegidos, sino a todos los que genuinamente quieren seguir el ejemplo de Jesús. Esta compasión nos eleva y trae esperanza, el reconocimiento de la armonía y la expectativa —y la concreción— de la curación. 

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