Hace poco más de dos años, me llamaron para que fuera a la casa de mi hermano, que sufría de un intenso dolor abdominal y otros síntomas, y necesitaba ayuda inmediata. Como es Científico Cristiano, como yo, y se apoya en la oración para sanar, ya había llamado a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por él.
Mientras me preparaba para ir a su casa y ayudar en todo lo que pudiera, agradecí por tener el tipo de trabajo que me daba la flexibilidad de tomarme un tiempo libre para cuidarlo.
Cuando salí de mi oficina, llamé al practicista, que estaba en otro estado, y le hice saber que iba de camino a la casa de mi hermano; me dijo que sabía de mi hermano lo que Dios sabía acerca de él por ser Su hijo inmaculado y completo. Decidí verlo de esa manera también. Pensé en las cualidades que el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras identifica como necesarias para un enfermero; no solo un enfermero capacitado, sino cualquier persona que pueda ser llamada para cuidar a un amigo o ser querido. Explica: “La enfermera debe ser alegre, ordenada, puntual, paciente, llena de fe, receptiva a la Verdad y al Amor” (Mary Baker Eddy, pág. 395). En la Ciencia Cristiana, la Verdad y el Amor son sinónimos de Dios.
Se me ocurrió que todos incluimos estas cualidades de enfermería porque son cualidades de Dios, y todos Sus hijos Lo reflejan plenamente. Además, cuando somos receptivos a la Verdad y al Amor divinos y escuchamos los pensamientos de Dios en lugar de lo que los sentidos físicos sugieren sobre el problema, no podemos evitar estar tranquilos, libres de temor y ser amorosos.
Al comprender nuestra relación inseparable con Dios, Cristo Jesús pudo mantener una atmósfera mental libre de temor y duda al sanar a las personas. Cuando lo llamaron para ir a la casa de uno de los líderes religiosos de su época, a fin de sanar a la hija enferma del hombre, las personas a su alrededor lloraban y se lamentaban porque la joven acababa de morir (véase Lucas 8:41, 42, 49-55). Pero Jesús no se sintió impresionado por la evidencia material de la enfermedad y la muerte y echó a los dolientes de la casa. A través de su confianza en el poder y la capacidad de Dios, la niña revivió.
Era esta atmósfera de confianza espiritual la que quería traer a la situación de mi hermano, porque sabía que era sumamente propicia para la curación. Cuando llegué a su casa, él expresó su preocupación pues sentía que estaba en un punto crítico. Le aseguré que yo estaba allí para ayudar y tomé todas las medidas prácticas que pude para que se sintiera lo más cómodo posible. Pero igualmente importante, me esforcé por sacar de mi pensamiento cualquier sugestión de que mi hermano fuera menos que la semejanza de Dios perfecta y libre de dolor.
El libro de texto de la Ciencia Cristiana enseña cómo desterrar del pensamiento las sugestiones de los sentidos físicos mediante la oración. La Sra. Eddy escribe: “Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado te tiente, aférrate firmemente a Dios y Su idea. No permitas que nada sino Su semejanza more en tu pensamiento. No dejes que ni el temor ni la duda ensombrezcan tu claro sentido y calma confianza de que el reconocimiento de la vida armoniosa —como la Vida es eternamente— puede destruir cualquier sentido doloroso o cualquier creencia acerca de aquello que no es la Vida. Deja que la Ciencia Cristiana, en vez del sentido corporal, apoye tu comprensión del ser, y esta comprensión sustituirá el error por la Verdad, reemplazará la mortalidad con la inmortalidad y silenciará la discordancia con la armonía” (Ciencia y Salud, pág. 495).
Me esforcé por mantenerme firme en reconocer a mi hermano como totalmente espiritual, hecho a imagen y semejanza de Dios, que es el Espíritu divino. Eso era lo que el practicista de la Ciencia Cristiana sabía acerca de él, y yo quería apoyar su tratamiento. Mentalmente insistí en que mi hermano no podía sufrir por haber elegido confiar en Dios, la ayuda más confiable que podía obtener. Oré para comprender que en las manos de Dios —donde todos estamos realmente—estamos seguros y bien. No permití que mi serena confianza en Dios fuera ensombrecida por la tentación de tener miedo o dudar del bienestar de mi hermano.
Después de asegurarme de que él tenía todo lo necesario, salí por un momento para tomar un poco de aire fresco. Era un cálido día de otoño, y me sentí inspirado por la belleza de la naturaleza que me rodeaba. En ese momento, tuve la muy clara sensación de que todo estaba bien con mi hermano. Me había negado a permitir que el miedo se afianzara en mi pensamiento, y eso ayudó a purificar el ambiente mental. Me regocijé en silencio y di gracias a Dios antes de regresar a la casa.
Cuando entré, mi hermano me informó que sentía que la crisis había pasado. El dolor y el miedo habían disminuido, y pudo acomodarse y estar en paz. Juntos reconocimos el poder de Dios.
Mi hermano durmió bien esa noche, y aunque algunos síntomas persistieron, progresó de manera constante durante los días siguientes. De hecho, regresó al trabajo el día después de mi llegada (trabajaba desde casa en ese momento) y para el final de la semana estaba completamente libre de dolor y comía normalmente. Dijo que esta fue una de las curaciones más significativas de su vida.
La experiencia fue una buena lección para mí, la de confiar en que cuando somos llamados a ayudar a otro, tenemos la ayuda de Dios y podemos hacer lo que sea necesario sin miedo y con la expectativa de que se producirá la curación. También me hizo sentir profunda gratitud por los Científicos Cristianos entrenados que trabajan profesionalmente en el campo de la enfermería de la Ciencia Cristiana y mantienen una atmósfera mental tranquila y llena de esperanza mientras asisten a los pacientes con atención práctica —como comidas, baños y motricidad— y limpian y cubren heridas.
En cualquier capacidad en la que estemos cuidando de alguien, en la medida en que seamos “alegres, ordenados, puntuales, pacientes, llenos de fe, receptivos a la Verdad y al Amor”, expresamos las cualidades de enfermería que son tan necesarias en el mundo y contribuimos al consuelo y la curación de la humanidad.
