El ritmo de mi respiración en la piscina debería haberme llenado de alegría, en cambio, al realizar la serie de vueltas más difíciles hasta ese momento, lo único que sentía era rabia.
Nadaba desde que tenía memoria. Me gustaban tanto el deporte y las prácticas, que comencé a participar competitivamente. Todos los días estaba en la piscina, a veces dos veces al día, y como tenía competencias los fines de semana, mi tiempo libre era muy limitado.
Al principio, me sentía bien cuando me llamaban nadadora. Pero cuando me convertí en adolescente, comencé a perderme en la identidad de esa nadadora. Me preguntaba quién más era, fuera del deporte, y cómo conectar todos mis otros intereses. No sabía cómo encajaban todas las piezas de mi vida.
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