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La verdadera femineidad

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 14 de agosto de 2023


¿Sabías que el Día Internacional de la Mujer se observó por primera vez a principios de los 1900? Y me sorprendió saber que las protestas contra la desigualdad de género comenzaron mucho antes, con la Primera Convención de Derechos de la Mujer que se celebró en Seneca Falls, Nueva York, en 1848.

Es interesante para mí que esta fue también la época en la que Mary Baker Eddy (1821-1910) experimentó cambios profundos en su vida. Pasó de ser una madre sola que luchaba con problemas crónicos de salud y dificultades financieras a ser reconocida como líder religiosa y fundadora de una iglesia mundial.

A pesar de la desigualdad que enfrentaban las mujeres de su tiempo, Mary Baker Eddy tuvo éxito como autora, editora, redactora, sanadora, conferenciante; todo en un momento en que las mujeres no podían votar y eran consideradas incapaces de manejar sus propios asuntos. Su libro sobre la espiritualidad y la curación (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras) fue incluido en la lista de los “75 libros escritos por mujeres cuyas palabras han cambiado el mundo” de la Asociación Nacional de Libros Escritos por Mujeres.

De este libro, es obvio que la Sra. Eddy vio la necesidad de que hubiera progreso en los derechos de las mujeres, ya que escribió: “La ley civil establece diferencias muy injustas entre los derechos de los dos sexos”. En la misma página de Ciencia y Salud también dijo: “Nuestras leyes no son imparciales, por decir lo menos, en su discriminación de las personas, las propiedades y la patria potestad de los dos sexos”, y más aún, “Si un marido disoluto abandona a su esposa, ciertamente se le debiera permitir a la agraviada, y tal vez empobrecida mujer, cobrar su propio salario, firmar acuerdos comerciales, poseer bienes inmuebles, depositar fondos y ser dueña de sus hijos libre de interferencia” (pág. 63).

No obstante, su enfoque estaba en algo mucho más profundo. Su protesta era contra la “esclavitud mental” subyacente (Ciencia y Salud, pág. 225) de creencias falsas que impedirían que tanto mujeres como hombres alcanzaran su pleno potencial como hijas e hijos de Dios. Su descubrimiento de la Ciencia Cristiana, que su libro explica por completo, ha ayudado a muchos miles de personas a encontrar curación en situaciones humanas infelices al reconocer el derecho a la libertad que Dios les ha dado.

El poderoso ejemplo de su vida y las ideas de su libro han probado ser un cambio de vida para mí. Si bien siempre había creído en la igualdad de derechos para todos, el estudio de la Ciencia Cristiana me ha dado la comprensión espiritual sobre la cual basar esta creencia.

El primer libro de la Biblia dice: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27). Dios es nuestro Padre divino, y Su naturaleza incluye cualidades tanto paternas como maternas; tanto las que se consideran cualidades masculinas, como fuerza, valor, inteligencia, así como las cualidades femeninas de amor, ternura, gentileza, gracia. Por ser hijos de Dios —la imagen o reflejo de Dios— cada uno de nosotros es una expresión completa de la paternidad y maternidad de Dios. Ciencia y Salud explica: “La unión de las cualidades masculinas y femeninas constituye la compleción” (pág. 57).

Identificarme como sana y completa contribuyó en gran medida a tener un matrimonio feliz. Aprendí que el matrimonio no consiste en dos mitades que se unen para formar un todo. Más bien, son dos ideas completas que se mueven juntas en armonía con Dios. No hay lugar para la desigualdad, la dominación o la debilidad. Encontré la receta para un matrimonio exitoso en Ciencia y Salud: “Cumpliendo las diferentes exigencias de sus esferas unidas, sus preferencias debieran fundirse en dulce confianza y buen ánimo, cada compañero sosteniendo al otro, santificando así la unión de intereses y afectos, en la cual el corazón encuentra paz y hogar” (pág. 59).

También fue este sentido de plenitud espiritual —cada uno reflejando la plenitud del Espíritu divino, Dios, nuestro Padre-Madre— lo que me ayudó a mantenerme firme cuando mi esposo falleció mientras vivíamos en el extranjero. Regresar a mi país de origen no estuvo exento de desafíos. Lo que realmente me ayudó a superarlos fue el reconocimiento de que, como todos somos hijos de Dios, los hombres no pueden carecer de cualidades femeninas, ni las mujeres pueden ser privadas de cualidades masculinas.

Me di cuenta de que lo que aparece como una “brecha de género” es solo una brecha en el pensamiento general que necesita ser llenada con estas ideas correctas acerca de nuestra integridad, basadas en la universalidad de las cualidades espirituales. La verdadera femineidad no se trata de cuán diferente es la femineidad de la masculinidad, sino de comprender que cada uno de nosotros es para siempre la expresión intacta de la unión de esas cualidades. Uno nunca le quita al otro, sino que mejora al otro.

Es nuestro derecho expresar nuestra totalidad, nuestra masculinidad y nuestra femineidad. Reconocer esto nos brinda la grandiosa sensación de estar libre de restricciones y limitaciones, y abre maravillosas posibilidades.

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