Cuando era niña, asistía a la Escuela Dominical de una iglesia cristiana. A medida que crecía, comencé a hacer preguntas y realmente quería entender las cosas más profundas de la vida. Especialmente quería comprender los conceptos espirituales y las experiencias descritas en la Biblia.
A los once años de edad, en mi afán por adquirir entendimiento, comencé a hacerle preguntas inquisitivas a mi maestra de la Escuela Dominical. La primera vez que hice una pregunta, me dijeron: “No tenemos el propósito de saber eso”. El domingo siguiente hice otra pregunta más profunda y obtuve la misma respuesta. Esto ocurrió un domingo tras otro. Finalmente, les dije a mis padres que ya no quería asistir a la Escuela Dominical. Estuvieron de acuerdo, ya que ellos ya habían dejado de asistir a la iglesia.
Un día en la escuela, cuando estaba en séptimo grado, noté a una niña que estaba sola en el recreo. Me acerqué y me presenté, y gradualmente esta chica y yo nos hicimos amigas. A menudo había tratado de hablar sobre temas espirituales con mis otras amigas, pero ninguna de ellas parecía interesada en hablar de tales cosas. Sin embargo, cuando le mencioné conceptos espirituales a mi nueva amiga, comenzamos a hablar sobre ellos. Esto continuó cada día. Después de un tiempo, ella me invitó a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana a la que asistía. Me dijo que podría obtener respuestas a mis preguntas allí.
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