A pesar de completar un programa de educación vial y recibir un permiso de aprendizaje a los dieciséis años, no comencé a conducir regularmente hasta dos años después, durante mi primer año de universidad. Había sufrido de un persistente sentimiento de temor y peligro ante la idea de operar un vehículo sola, al punto de que no manejaba a menos que fuera absolutamente necesario.
Pero el año en que comencé la universidad, me fui a vivir con unos familiares en un pueblo que estaba a veinte minutos en coche de la escuela, en una zona rural sin transporte público. Los miembros de esta familia, que también eran Científicos Cristianos, me dijeron con mucho amor, pero con firmeza, que tendría que empezar a conducir por mi cuenta.
Como fui criada en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, estaba familiarizada con la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy; así que tenía una idea de cómo orar acerca del temor. Recuerdo haber orado con conocidos himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana, uno de los cuales comienza: “No teme cambios mi alma / si mora en Santo Amor” (Anna L. Waring, N° 148). Luego continúa:
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