Poco después de que mi novia aceptara mi propuesta de matrimonio, de repente me preocupé mucho al darme cuenta de que necesitaríamos un lugar para vivir después de casarnos. Para un joven a punto de embarcarse en un cambio tan grande en su vida, esto, momentáneamente, pareció muy desalentador, por decir lo menos.
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy nos dice: “Los pensamientos inexpresados no son desconocidos para la Mente divina. El deseo es oración; y ninguna pérdida puede ocurrir por confiar a Dios nuestros deseos, para que puedan ser moldeados y exaltados antes de que tomen forma en palabras y en obras” (pág. 1). A lo largo de mi vida, he descubierto que expresar un deseo sincero, además de albergar motivos puros, es una forma muy eficaz de orar. Cuando recurrí a Dios, el Amor divino, y oré de esta manera acerca de nuestra necesidad de tener muy pronto un hogar, esta respuesta me vino al pensamiento: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2).
Inmediatamente me liberé de toda sensación de carga. Fue una curación instantánea. Ahora bien, esto no quiere decir que se me apareció repentinamente una casa, sino que desapareció todo el peso de la preocupación humana, y sentí una profunda paz.
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