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La posesión

Del número de abril de 1947 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¡Que significativa es la palabra posesión! tan llena de posibilidades infinitas para el bien o para el mal, según donde se coloque; es decir, o bien en manos de Dios o en otros lares. Dios hizo el cielo y la tierra, las aguas y todo lo que ellas contienen; a El, pues, le pertenecen. Según las Escrituras, la batalla misma es del Señor. La posesión es prerrogativa divina, mas las pretensiones a la posesión son humanas.

Es de lamentar que los mortales se hayan asumido las prerrogativas de su Hacedor, presumiendo tener una voluntad aparte de la de Dios, una Vida aparte del Espíritu, un amor aparte del divino; en una palabra, ¡pretendiendo rivalizar con el mismo creador! De tales presunciones vienen los Goliats, o sean los egotistas, de nuestros tiempos. Se pavonean, jactándose del poder y de la posesión, buscando a quien devorar.

¿Seremos merecedores del Cristo si insistimos en seguir al egotista, con su modelo de barro, que posee, modela y gobierna sin consultar la única inteligencia que es capaz de poseer, modelar y gobernar un universo y todo aquello que habita en él? ¡Qué vano resulta el tratar de vivir sin consultar a Dios a cada momento! ¿Puede uno disfrutar de acción armoniosa sin acudir a la fuente de toda acción, o sea a Dios, a quien Mary Baker Eddy define, en parte, como: "El gran Yo soy; el que todo lo sabe, todo lo ve, que es todo acción, sabiduría y amor, y que es eterno" (Science and Health with Key to the Scriptures [Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras], pág. 587)? ¿Podrán brillar los rayos sin el sol?

¿Por qué no adoptamos la manera impersonal de obrar del rayo de sol? Este no admite a otro poseedor que no sea el sol, "el símbolo del Alma gobernando al hombre" (ib., pág. 595). Cuando nosotros así lo hacemos, los pensamientos y la conversación resultan tan impersonales como la misma inteligencia, y la oración se hace para "ti y los tuyos." Los pensamientos de posesión restringen a todo aquel que se deje dominar por ellos, a las limitaciones del "mi" y "los míos", en tanto que los pensamientos impersonales mantienen abiertas las puertas a las bendiciones que vienen a "ti" y a "los tuyos", e incluyen las que corresponden a "mí" y a "los míos."

El atribuirse las prerrogativas de posesión que pertenecen a Dios, equivale a usurpar las responsabilidades de Dios, a la manera del Adam de los tiempos antiguos—como él de los nuestros—exclamando: "Esta vez, hueso es de mis huesos y carne de mi carne", y ¡he aquí, como se multiplican las responsabilidades! pues la posesión falsa y las responsabilidades falsas se dan de la mano. Lo uno implica lo otro. El que se aferre a uno, sufre a manos del otro, hasta que descubre que el falso concepto acerca de la posesión, que data de la "época de Adam", está sentenciado por la Ciencia de la realidad. La sabiduría le dice, "de seguro morirás." Los mismos gravámenes del sentido de la posesión y las responsabilidades que le incumben, obligan a la víctima—al hombre Adam—a descartar ambas, por medio de la demostración de que todo gobierno le pertenece a Dios. ¡Qué curación tan vital tiene lugar cuando ponemos nuestra confianza en el infinito! "Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones" (Science and Health, Prefacio, pág. vii).

Todo lo real tiene su justo lugar, y la posesión (inclusive las responsabilidades que ésta nos trae) es cosa muy real y muy necesaria a la creación del universo y a todos los que habitan en él. Pero siempre se trata de algo que pertenece a Dios, y no al hombre; al poseedor y no al que es divinamente poseído. El ser del hombre radica en la Mente, y allí sus posibilidades, como el reflejo de Dios, son infinitas. El hombre posee todas las capacidades, toda la abundancia de la Mente para gozarlas, pero, fuera de su Hacedor, nada tiene que puede llamar suyo. De la misma manera, la luna no posee luz propia, sino que refleja la luz del sol.

Qué alegría y regocijo nos ocasiona el hecho de que existimos en el Principio omnipresente del ser, sin cargas materiales ni cuidados de ninguna especie. Pruébelo como usted quiera, con clavos y martillo, con hilo y aguja, con brocha y pegamento, ni una sola discordancia de la carne puede ser adherida a aquello que carece de carne y de barro. La seguridad del hombre está en el reflejo espiritual. Almencionar el nombre de la lila en la primavera, nos hacemos susceptibles a su belleza y fragancia. Al mencionar el nombre del Santísimo, con toda su significación, inducimos la paz y la calma de Su presencia celestial.

Una practicista se demoraba en su oficina, muy perturbada. Tenía tres pacientes que todavía no se habían curado pero que indudablemente tenían el derecho de recibir su curación sin demora alguna. Dirigiéndose a Dios, le dijo: "O Padre mío, díme lo que tengo en mi conciencia que necesita corregirse para poder ver a estos tres tal como Tu los ves." La respuesta le vino, tan clara como si fuera escrita en la pared: "¡Coloca en el altar todo sentido de posesión!" La practicista meditó este mensaje angelical, en la soledad del crepúsculo, hasta que su significado se le aclaró de la siguiente manera: "Yo, de mí misma, nada poseo; ni oficina, ni paciente, ni problema que resolver. ¡Todo lo que verdaderamente existe pertenece al Hacedor, y en cuanto a lo demás, no existe! Asombrada por esta deducción, se dirigió a la Biblia y allí leyó lo siguiente: "¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios? ... no sois dueños de vosotros mismos" (I. Cor., 6:19). ¡Qué revelación! ¡Ni nos pertenecemos a nosotros mismos ni pertenecemos a otras personas! ¡Sólo pertenecemos a Dios!

Esto produjo un alivio completo; y a su debido tiempo le vino recado de que los pacientes estaban sanos. Fueron desatados por las mismas manos del Padre. El Padre, que todo lo hizo, es el que lo posee todo, y por lo tanto es responsable de Sus posesiones. Su semejanza, si bien refleja todas las cualidades de su fuente original, no tiene mayores responsabilidades que las del reflejo del espejo.

El reclamar a una criatura como "mía", constituye una intromisión entre la criatura y la inteligencia divina que le es tan necesaria para su desarrollo, libre de todo sentido personal. La intromisión siempre pone obstáculos al que la practica. Muchos son los padres que sin querer hacerlo, y motivados por un falso sentido de posesión y la ansiedad correspondiente, se convierten en piedras de molino colgadas al cuello de la confiada criatura. La creencia en el origen humano, a la par que la de la posesión paternal, restringe la alegría, libertad y agilidad inherentes a toda persona.

El primer caso que se le presentó a una practicista después de haber empezado el estudio de la Christian Science, fué el de una pequeña criatura que padecía de una fiebre. Luego de pedir a los que rodeaban la cuna que abandonasen la habitación, la practicista tomó a la criatura en sus brazos y se la entregó a Dios, diciendo: "Dios sabe bien lo que hay que hacer. Dios es Amor, y el Amor sana." Esto era suficiente al momento. Su fe absoluta hizo lo demás. Dentro de media hora la criatura estaba durmiendo.

Es muy posible para cualquier persona que humildemente confíe en las enseñanzas del Cristo, la Verdad, y que las obedezca, poner en manos de Dios, al niño, el hogar, la iglesia, el negocio y el colegio, de la misma manera que abandona el concepto de posesión al dejar caer una carta en el buzón. Entonces seguirá su camino cantando: "Todo le pertenece a Dios, hasta la misma inteligencia que me posee y me proteje, y aun todo lo demás. Reconozco que El es el que provee, proteje, guía e ilumina, la única inteligencia que existe o que jamás puede existir. ¡Padre mío! no permitas que yo reconozca ninguna otra presencia, ni mantenga pensamiento alguno que no proceda de Ti, porque ningún pensamiento menos que el Tuyo, puede honrar a esta Tu casa, ni glorificar Tu nombre." Tal canto y oración aleja todas las cargas. ¡Pruébelo usted!

"Porque del Señor es la tierra, y cuanto ella contiene." Le pertenece por derecho divino, el derecho del Rey de los reyes. El ejercicio de ese derecho es prerrogativa Suya, pero ¿será posible que el ejercicio de tal derecho le quite al hombre algo bueno? Aquel que lo sostiene todo en la palma de Su mano, lo mantiene a usted en la luz de Su amor, y así a su prójimo. No existe separación ni barrera alguna entre usted y los demás hijos de Dios: ni entre usted y la luz del sol. No hay sino la unidad de la inteligencia—un creador, un protector, un poseedor. ¡Todo en Uno, y Uno en todo!

¡Dios reina!
¡Vano es que trate el hombre
su destino a modelar
si propone los designios
de su Padre alterar!

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