El hecho de que el hombre es el reflejo de la Mente eterna nos asegura, en este mismo momento, la protección absoluta de Dios. Este hecho espiritual, tan significativo, se hace fácil de comprender en la Christian Science.
El uso de la palabra "reflejo", hecho por Mary Baker Eddy, al definir la naturaleza del hombre, se aparta considerablemente de la manera en que se había empleado el término hasta entonces. A juzgar por el uso constante que ella hacía de esta palabra, la preferencia que ella le daba debiera constituir un estímulo para que todo discípulo de la Christian Science se esfuerce por obtener la mayor comprensión posible de su significado.
El reflejo de un paisaje sobre el lago, y el reflejo de la cara en el espejo, no son del todo comparables con la verdad espiritual de que el hombre es el reflejo de Dios, aunque por cierto algo nos demuestran acerca de la naturaleza de esta verdad espiritual tan importante.
Si el lago se pusiera inquieto por efecto del viento, o si el espejo se convirtiera en añicos por un golpe, en ambos casos el reflejo desaparecería. Los originales reflejados no tienen poder sobre todas las fuerzas necesarias para la continuación del reflejo. Entran, además, los elementos de espacio y separación entre los originales aludidos y su reflejo. Pero, entre la Mente y su reflejo no hay espacio ni separación, sino una unidad completa. Nada puede afectar al hombre, como reflejo, sino Dios, que en todo momento proteje Su obra. La causa divina tiene forzosamente que protejer su efecto, su propia evidencia, o sea, la manifestación de su naturaleza, y así lo hace.
La razón por la cual los mortales carecen de manera tan deplorable, de la protección absoluta que Dios le depara al hombre, es que ellos no conciben a Dios como el bien infinito, y al hombre como Su reflejo. Más bien han aceptado la conclusión errónea de que su entidad es un estado de conciencia material unido a un organismo material, y de que se ven rodeados por un mundo de personalidades mortales, y expuestos al peligro de pensamientos y fuerzas materiales que son capaces de hacerles sufrir, deteriorarles y destruirles. Han preferido adorar a otros dioses y no al Espíritu, la Mente; han hecho de la mente material, que carece en absoluto de Dios, una deidad, la que han identificado con un sentido impío de su propia entidad.
Para empezar a comprender al hombre como el reflejo de Dios, bajo la protección natural y continua del gobierno de la Mente, uno tiene que volverse al hecho científicamente cristiano de que la entidad del hombre no consiste en carne y sangre, ni en una serie de pensamientos, propósitos y deseos materiales. En verdad, el hombre es espiritual, semejante a la Mente, semejante a Dios, la expresión o reflejo continuo de la única Vida, Amor e inteligencia, que comprenden la Deidad.
Mientras creamos en una existencia separada de Dios y unida a la materia, nos encontraremos sin protección contra las fuerzas materiales adversas. Pero no bien empecemos a darnos cuenta que, como el reflejo de Dios, poseemos la capacidad para entender lo que es espiritual y eterno, y para comprender nuestra unidad natural con lo que así sea, entonces hallaremos nuestra superioridad legítima, conferida por Dios, sobre toda circunstancia falsa y perjudicial.
El Científico Cristiano debiera estar libre de temor en todo tiempo y bajo toda circunstancia. El está aprendiendo que, según lo indicado por Mrs. Eddy en la página 105 de su libro Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos), "Dios es la suma total de todo lo que hay en el universo"; que el hombre es el reflejo de Aquel que es Todo-en-todo, y que, por lo tanto, se halla tan salvo y seguro como Dios, su causa fundamental. La única razón lógica de la existencia del hombre es para que refleje la Vida y la Verdad que es Dios. Dios encierra en Sí al hombre, manteniéndole en completa inmunidad de toda suposición del pensamiento material o de las fuerzas de la mente mortal. Ninguna influencia entrometida del mal jamás puede afectar al reflejo de Dios. Nada puede llegar al hombre a no ser por medio de Dios, con quien el hombre está unido. Puesto que Dios lo es Todo, nada puede haber que afecte al hombre sino Dios.
El Salmista percibió la verdad acerca de su propia naturaleza cuando dijo: "Yo diré de Jehová: ¡Refugio mío y fortaleza mía!" (Salmos, 91:2). ¿Cree usted esto? ¿La idea que usted mantiene de Dios, le capacita para entender que su única vida y entidad individual está completamente incluida en el Amor infinito, dentro del cual usted disfruta de la protección de Dios contra todo lo que sea malo?
La infinitud de la Mente positiva relega el error fundamental, o sea la mente mortal negativa, al reino de lo falso y quimérico. Y ahí no se puede convertir de ficticio en verdadero, de mítico en positivo, o de falso en verídico. Lo que tenemos que hacer es reconocer esto y comprender que todo efecto del mal es tan falto de substancia y realidad como lo es la misma mente mortal. El mero hecho de que el sentido material presente a nuestra creencia latente en la mente mortal, el argumento agresivo de que existe vida, substancia e inteligencia en la materia, o de que una persona malintencionada nos pueda hacer daño a través de sus pensamientos malos, no es razón para que aceptemos tales tonterías.
Piénselo bien. ¿Será posible que la Mente infinita, que para siempre constituye y posee al hombre, pueda ceder el poder que tiene sobre su propio reflejo, a una entidad negativa contraria, que carece de toda inteligencia? ¿Podrá la Mente infinita permitir que su contrario ignorante, asalte, maldiga y aflija al que es testigo de la Verdad? ¿Será posible que la Deidad abdique, de vez en cuando, a favor de la ignorancia, o el mal?
Para Dios, la Mente que todo lo sabe, la mente mortal es desconocida. Asimismo, el hombre que refleja a Dios, no podrá conocer el mal, ni creer en él, ni menos temerlo. El mal, con sus temores, odios y maldiciones, está fuera de la infinitud de Dios. No hay puerta alguna que se pueda abrir para dejarlo entrar. No existe brecha en la impasable barrera de la universalidad de Dios.
Una multitud furiosa y dominada por el odio podrá quemar la efigie de su víctima, pero ni la vida, ni la identidad de la víctima puede ser afectada por esta violencia mental. El ataque se hace sobre la efigie. Lo mismo sucede en nuestras experiencias personales. Si la malicia, el resentimiento, los celos o la sugestión hipnótica se proyectaran sobre lo que un mal pensador tomara por nuestro verdadero ser, tal concepto no sería nuestra verdadera entidad individual. No sería sino una falsa imagen de la mente mortal, o una mera ficción, que no tendría nada que ver con nuestra identidad constituida por Dios,—con el reflejo inexpugnable de Dios.
El punto importante es el de negarnos a creer que nosotros formamos parte del cuadro que la mala sugestión nos quisiera presentar. Es de igual importancia que nos neguemos a creer que nuestro prójimo pertenece a ese cuadro negativo del error. Los mortales de ánimo materialista, que piensan mal de otros mortales, están muy alejados de la familia, íntimamente unida, de Dios, la que se ve compuesta de individuos que piensan rectamente, todos reflejando a Dios, y por Dios capacitados para conocerse mutuamente como es debido. ¿Cual es el concepto de la existencia que usted va a admitir hoy, mañana y pasado mañana? ¿Va a creer que usted y su prójimo son creados por la materia, y que se hallan bajo la influencia perniciosa del mal negativo, o va usted a adherirse a la comprensión del hecho espiritual de que tanto la entidad suya como la de su prójimo, son reflejos de Dios, morando salvos y seguros en Su reino, bajo el gobierno benévolo del Amor?
Aquél que vió con tanta claridad y que probó de manera tan cabal, que el hombre no es nada menos que el reflejo de Dios, dió a sus discípulos las siguientes seguridades de protección: "He aquí, os he dado potestad ... sobre todo el poder del enemigo; y nada os dañará" (Lucas, 10:19). La idea del Cristo acerca de Dios y el hombre está aquí ahora mismo, para mostrarnos que por la precisa razón de que Dios posee todo el poder que es real y eficaz, no queda ningún poder que pueda ser usado por ese supuesto enemigo, llamado el mal, o por sus emisarios ficticios. El hombre, como reflejo de Dios y Su omnipotencia, siempre se halla tan seguro como Dios mismo. Su protección innegable es inherente a su estado como reflejo de Dios.