En el Evangelio de San Juan hallamos las siguientes palabras de Jesús (20:29): “¡Bienaventurados aquellos que no han visto, y han creído!” ¿En qué creemos nosotros — en el bien o en el mal? Muchos hay que creen en ambas cosas; algunos creen sólo en el mal, y unos pocos sólo en el bien. En la Christian Science aprendemos que el bien es la única realidad, y que es espiritual, sin el menor vestigio de materia o de pensamientos materiales. ¡Qué gozo tan grande nos proporciona percibir esto y probarlo cada vez más!
Para los sentidos materiales, el bien espiritual parece inexistente. ¿Es acaso esta una razón para no tener fe en la realidad y presencia del bien? Citemos nuevamente las palabras del Maestro, quien probó como ningún otro la presencia del bien: “¡Bienaventurados aquellos que no han visto, y han creído!” Todos desean esperar el bien; algunos lo esperan con plena fe, otros sin sentir entera confianza. Muchos quedan desilusionados. ¿De dónde proviene esa desilusión? ¿Acaso no se debe al hecho de que los hombres en general esperan que el bien siempre se ha de manifestar en algún tiempo futuro? “Bienaventurados aquellos que no han visto, y han creído”— creído que el bien está presente ahora, y no que lo estará en un futuro remoto.
Hace varios años una estudiante de la Christian Science tuvo una experiencia que la obligó a probar que el bien está siempre presente. Había estado viviendo en el extranjero y regresó a su país natal para buscar empleo justamente cuando la desocupación había llegado al grado máximo. Las sugestiones de temor y de duda abrigadas por seres queridos que no conocían la Christian Science fueron rechazadas y substituídas con la verdad alentadora que hallamos en la página 578 del libro de texto de la Christian Science “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras”, donde Mary Baker Eddy da la interpretación espiritual del salmo número veintitres: “El [AMOR] adereza mesa delante de mí en presencia de mis adversarios”, esto es, en presencia de toda opinión humana errónea.
No halló en seguida el empleo buscado, pero la estudiante, que ya había tomado todos los pasos humanos necesarios, consideró que su tarea principal era la de resolver este problema mediante la Christian Science, y se dedicó a hacer esto en el ambiente tranquilo de una sala de lectura, la que visitaba todos los días. Una mañana cuando se hallaba ahí, tomó la Biblia y comenzó a leer en el capítulo cuatro del libro de Daniel la historia del rey Nabucodonosor, especialmente la parte que da cuenta de cómo aprendió la humildad y de cómo entonces le fué restituído su reino. Después de haber estudiado este pasaje dos veces, se detuvo en el versículo 34, que dice: “Mas al cabo de los días, yo Nabucodonosor alcé mis ojos hacia el cielo, y mi juicio me fué restituído; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive eternamente.” Nabucodonosor dió gracias a Dios y Le alabó antes de que hubiera manifestación alguna del bien. El había sido expulsado “de entre los hombres” y su morada era “con las bestias del campo”; sin embargo “al cabo de los días”, bendijo a Dios, el bien. En el versículo 36 leemos: “Al mismo tiempo mi juicio me fué devuelto; y para gloria de mi reino, mi majestad y mi esplendor me fueron restituídos; y mis consejeros y mis grandes me buscaron; y fuí restablecido en mi reino, y grandeza preemiente me fué añadida.” Cuando percibió la presencia del bien y dió gracias por ella, Nabucodonosor quedó establecido en su reino.
Cuando podemos dar gracias con toda sinceridad por la presencia del bien, esto significa que lo hemos comprendido, y esta comprensión trae a su vez prueba prueba visible.
La estudiante entonces se preguntó: ¿Estoy verdaderamente agradecida de que el bien ya se halla presente? Su respuesta fué: ¡No! pues se daba cuenta de que siempre pensaba acerca del bien como cosa del futuro. Ciertamente esperaba el bien, pero había perdido de vista lo principal: la necesidad de reconocer que el bien está siempre a nuestro alcance. Ahora comprendía claramente que su primera tarea era la de adquirir este entendimiento de la eterna presencia del bien, y en seguida se puso a trabajar sincera y devotamente en este sentido. Su entendimiento aumentaba de día en día y una mañana, después de unos diez días, se dirigió a una agencia de empleos con el corazón lleno de júbilo y gratitud por la presencia del bien. Ahí le dieron la dirección de una empresa que necesitaba una empleada. Dirigiéndose a ella, habló con el jefe, quien, al finalizar la entrevista, le preguntó: “¿Cuando puede usted comenzar a trabajar?”
Ella le respondió: “Inmediatamente”. Sin más trámites, quedó contratada.
Poco tiempo después le fué ofrecida una posición mucho mejor, en la cual pudo utilizar todo lo que había aprendido. La primera posición que ocupó le había proporcionado los medios para hacer el viaje que la llevaría a su nuevo empleo, a una larga distancia de su hogar. Su gratitud por la presencia del bien aun antes de que se manifestara, había traído como consecuencia la prueba visible del bien.
Muchas son las personas hoy en día que buscan y esperan el bien, sin estar seguros de alcanzarlo; muchos hay que han perdido toda esperanza. ¡Qué tarea tan gloriosa tienen los Científicos Cristianos! la de afirmar la omnipresencia del bien, dar gracias por el hecho de que el bien ya está presente, y demostrarlo. Ayudemos a la cansada y emprobrecida humanidad a aprender, mediante una gratitud constante por la omnipresencia del bien y la prueba de ello, que el bien está presente ahora mismo, y a dar gracias por ello, percibirlo como un hecho, experimentarlo y comprenderlo.
