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Nuestra provisión diaria

Del número de julio de 1950 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Al meditar sobre el problema de la provisión y de cómo hacer frente a las necesidades humanas, los Científicos Cristianos recurren instintivamente a la declaración de Mary Baker Eddy que tienen en tanto aprecio y que aparece en su libro de texto “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 494): “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana.”

Puede que alguien se sienta inclinado a preguntar: “¿Cómo suple el Amor divino mi necesidad? ¿Debo yo dar algún paso o debo esperar pacientemente a que Dios me otorgue sus favores?” Contestemos estas preguntas mediante una simple ilustración. Supongamos que en una brillante mañana de sol uno se despertara y se hallara en una habitación cuyas pesadas cortinas cubrieran las ventanas. ¿Esperaría uno a que la luz del sol atravesara la obscuridad e iluminara la habitación? La respuesta es ciertamente: No, más bien se levantaría y descorrería las cortinas. Entonces la luz del sol penetraría en la habitación, disipando la obscuridad. Así, al hacer frente a nuestras necesidades humanas, la luz del Amor divino está siempre presente, pero primero tenemos que descorrer la cortina, o sea el velo, de los pensamientos materiales y permitir que la luz de la Verdad y el Amor ilumine nuestro punto de vista y espiritualice nuestra consciencia. Entonces hallaremos que el Amor divino vendrá a nuestro encuentro para suplir nuestras necesidades humanas. Si nosotros cumplimos con nuestra parte sincera y honestamente, hallaremos que el Amor divino está siempre pronto para suplir nuestras necesidades y para ayudarnos.

En la parábola del hijo pródigo tenemos justamente un claro ejemplo de tal afectuoso cuidado. A consecuencia de sus transgresiones, el hijo pródigo comenzó a padecer necesidad, pero cuando “volvió en sí” y se levantó “y fué a su padre, ... le vió su padre; y conmoviéronsele las entrañas; y corrió, y le echó los brazos al cuello, y le besó fervorosamente.” Así nos sucede a nosotros en la Christian Science. Tenemos que “volver en sí”, es decir, descartar el punto de vista material, el perseguimiento de las cosas y los placeres materiales, y con humildad reconocernos como en realidad somos, es decir, como ideas de Dios, espirituales y perfectas. Al tornar o retornar así a Dios, el Principio divino, con humildad y amor, hallamos que nuestro Padre celestial, lejos de tratarnos dura y fríamente, es tierno y afectuoso. Viene a nuestro encuentro y nos alimenta, sostiene, sana y bendice.

Puede que alguien se sienta tentado a decir: “Sí, todo eso está muy bien, pero el sentido de la materia es muy real para mí. ¿Cómo puedo yo hallar mi ser verdadero? ¿Cómo podré descorrer la cortina del sentido material, contemplar la luz y sentir el calor del Amor divino?” La respuesta se halla en el deseo puro, o sea, la oración. Mediante la Christian Science aprendemos que Dios es Espíritu y que Su universo, incluso el hombre, es espiritual. Dios no reconoce en absoluto a la materia, ya sea en forma de alimento, vestiduras u hogares. De manera que sólo podemos orar por aquello que Dios puede brindar — amor, ternura, compasión, paz, armonía, gracia. En el padrenuestro, con la interpretación espiritual tal como aparece en Ciencia y Salud, hallamos este pasaje (pág. 17): “Danos hoy nuestro pan de cada día; Danos gracia para hoy; alimenta los afectos hambrientos.”

Si bien los sentidos corporales declaran que lo que se necesita para vivir es alimento, vestiduras y dinero, en realidad es la gracia y el alimento para los afectos hambrientos lo que necesitamos. Si la mente mortal sostiene que no poseemos las cualidades tan necesarias de la gracia y el afecto, podemos legítimamente reclamarlas, percibiendo que ellas provienen del Dador de todo bien, y que nosotros, como hijos de Dios, las poseemos natural y espontáneamente. Entonces hallaremos que mediante el Amor divino estas cualidades suplen nuestras necesidades diarias.

El que esto escribe vive en un país que durante los últimos nueve años se ha visto severamente racionado en artículos alimenticios, y hasta hace poco también en prendas de vestir. Sin embargo, al igual que muchos otros, puede decir con humildad y gratitud que merced a la comprensión adquirida mediante la Christian Science, de que las cualidades espirituales más bien que las cosas materiales son lo esencial, no le han faltado ni a él ni a los suyos alimentos, ropa, combustible ni ninguna otra cosa. En ciertas ocasiones recibieron ayuda, muy bienvenida por cierto, pero no solicitada, gracias a la amabilidad y generosidad de personas que vivían en un país de menos restricciones. Pero el hecho es, no obstante, que si reconocemos a Dios como la fuente de todo bien, hallaremos que nuestra provisión verdadera no está en la materia sino en las cualidades divinas que reflejemos. Sólo entonces podemos confiar en que el Amor divino proveerá sus propios cauces por los cuales fluirá la abundancia de Dios.

En uno de los diccionarios hallamos esta definición entre las tantas que definen la palabra “gracia”: “La influencia divina actuando dentro del corazón, para regenerarlo, santificarlo y guardarlo.” Mrs. Eddy nos enseña cómo crecer en gracia (Ciencia y Salud, pág. 4): “Más que nada necesitamos la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, expresándose en paciencia, humildad, amor y buenas obras.” Aquí tenemos entonces las cualidades que conducen a la gracia. El valor de la paciencia se aprecia cuando experimentamos la perturbación que suele ocasionar un acto de impaciencia. La paciencia proviene del reconocimiento de la presencia y el poder de Dios, y de tener tanta fe en El que podemos esperar con entera confianza el desenvolvimiento del bien. Nosotros bien sabemos cuán inútil es, por impacientes que estemos, el tratar de abrir por la fuerza un pimpollo a fin de apurar la aparición de la rosa abierta en todo su esplendor. Lo único que nosotros podemos hacer es esperar pacientemente el natural desarrollo de la flor. Es así como en nuestro anhelo de ver la pronta solución de un problema, a veces nos maravillamos del porqué de la demora, y quizá aun nos sentimos tentados a buscar una rápida solución recurriendo a algún medio material o alguna acción violenta. Pero si nos apoyamos en Dios para hallar una solución, fiándonos únicamente de los medios espirituales, estamos conformes en esperar pacientemente y confiar en la inevitable acción del bien que es la ley de Dios.

La paciencia conduce a la humildad, y la humildad verdadera es fortaleza y nunca debilidad, pues quien posee esta cualidad sabe que de sí mismo no puede hacer nada, pero que él sólo refleja el poder de Dios. Vemos esta humildad y fortaleza ejemplificadas en la vida de Jesús, quien predicó (Mateo, 5:5): “Bienaventurados los mansos; porque ellos heredarán la tierra.” La palabra “heredar” indica la adquisición de algo por derecho y no por la fuerza ni por la casualidad. Una herencia a menudo trae consigo cierta medida de responsabilidad; y si nosotros aceptamos esa responsabilidad, la herencia tiene más probabilidades de duración que aquello que se adquiere por la fuerza o por la buena fortuna. Jesús no poseía herencia material alguna, así es que “la tierra” a que se refiere nuestro Maestro como la herencia de los mansos es sin duda alguna el universo de las ideas espirituales, el reino de la armonía, o el reino de los cielos, que se hace nuestro por herencia divina, mediante la mansedumbre.

La paciencia y la humildad conducen al amor. El amor que es tan necesario para el éxito en la práctica de la Christian Science no se obtiene por fuerza ni ejerciendo la voluntad humana, sino que llega al corazón a través de la paciencia, la humildad y la gracia. Esforcémonos entonces por alcanzar ese amor que nunca falla, pues es mediante el amor que llegamos al mismo corazón de Dios. La paciencia, la humildad y el amor conducen inevitablemente a las buenas acciones, y en estas cualidades y acciones hallamos “gracia para hoy” y el alimento para los afectos hambrientos, los que a su vez nos proveen de nuestro pan de cada día y suplen todas nuestras necesidades humanas.

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