Al meditar sobre el problema de la provisión y de cómo hacer frente a las necesidades humanas, los Científicos Cristianos recurren instintivamente a la declaración de Mary Baker Eddy que tienen en tanto aprecio y que aparece en su libro de texto “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 494): “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana.”
Puede que alguien se sienta inclinado a preguntar: “¿Cómo suple el Amor divino mi necesidad? ¿Debo yo dar algún paso o debo esperar pacientemente a que Dios me otorgue sus favores?” Contestemos estas preguntas mediante una simple ilustración. Supongamos que en una brillante mañana de sol uno se despertara y se hallara en una habitación cuyas pesadas cortinas cubrieran las ventanas. ¿Esperaría uno a que la luz del sol atravesara la obscuridad e iluminara la habitación? La respuesta es ciertamente: No, más bien se levantaría y descorrería las cortinas. Entonces la luz del sol penetraría en la habitación, disipando la obscuridad. Así, al hacer frente a nuestras necesidades humanas, la luz del Amor divino está siempre presente, pero primero tenemos que descorrer la cortina, o sea el velo, de los pensamientos materiales y permitir que la luz de la Verdad y el Amor ilumine nuestro punto de vista y espiritualice nuestra consciencia. Entonces hallaremos que el Amor divino vendrá a nuestro encuentro para suplir nuestras necesidades humanas. Si nosotros cumplimos con nuestra parte sincera y honestamente, hallaremos que el Amor divino está siempre pronto para suplir nuestras necesidades y para ayudarnos.
En la parábola del hijo pródigo tenemos justamente un claro ejemplo de tal afectuoso cuidado. A consecuencia de sus transgresiones, el hijo pródigo comenzó a padecer necesidad, pero cuando “volvió en sí” y se levantó “y fué a su padre, ... le vió su padre; y conmoviéronsele las entrañas; y corrió, y le echó los brazos al cuello, y le besó fervorosamente.” Así nos sucede a nosotros en la Christian Science. Tenemos que “volver en sí”, es decir, descartar el punto de vista material, el perseguimiento de las cosas y los placeres materiales, y con humildad reconocernos como en realidad somos, es decir, como ideas de Dios, espirituales y perfectas. Al tornar o retornar así a Dios, el Principio divino, con humildad y amor, hallamos que nuestro Padre celestial, lejos de tratarnos dura y fríamente, es tierno y afectuoso. Viene a nuestro encuentro y nos alimenta, sostiene, sana y bendice.
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