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La ambición

Del número de julio de 1950 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La ambición, debidamente entendida, es una ventaja y no un obstáculo. La Christian ScienceEl nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la “Ciencia Cristiana”. no destruya la ambición. Como con todas las cosas, así también con la ambición, la Christian Science sólo destruye el sentido falso, reemplazándolo con el concepto correcto. La ambición que se dirige hacia un objetivo material es falsa; aquella que conduce al progreso es verdadera.

La ambición verdadera se asemeja a la oración. Es el deseo que se encamina hacia un objetivo bueno de manera tan resuelta y tan asiduamente que el deseo se ve absorbido en la consecución, apaciguado por la comprensión de que el deseo espiritual o justo no es nunca estéril, sino que su cumplimiento es una eterna realidad siempre presente.

Algunos diccionarios incluyen este concepto correcto de la ambición. Al mencionar varias acepciones inferiores, señalan también el hecho de que la ambición es un “deseo enaltecido de alcanzar una meta o de obtener un buen resultado.” Para el Científico Cristiano, el deseo que puede describirse como “enaltecedor” es de un valor inapreciable. Tiene en verdad el mismo carácter que la oración.

Esto queda atestiguado en el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras”, en el cual Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Christian Science, declara (pág. 1): “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes de que tomen forma en palabras y en acciones.”

Cabe notar que en esta declaración Mrs. Eddy no califica al deseo, pero expone claramente que en cuanto a su realización hay que dejarlo todo en manos de Dios, pues ahí estará a salvo. En otras palabras, el deseo sólo es correcto en la medida en que se realiza en términos de substancia y de realidad, es decir, en términos de lo auténtico y no de los conceptos materiales, que son siempre ilusorios y que tarde o temprano serán expuestos como tales.

En la vida humana, la pregunta suele presentarse en diversas formas: ¿Me esforzaré por conseguir este puesto? ¿Debo aspirar a aquella posición? ¿Encaminaré mi vida en forma de alcanzar el prestigio? Para la pregunta formulada de esta manera, la respuesta es: “No.” Pero esta negativa no implica la destrucción del deseo loable. El deseo verdadero es protegido y preservado cuando la interrogación es hecha de una manera que admita la siguiente respuesta: Me dedicaré a estar listo para servir. Revelaré las aptitudes que Dios me ha conferido, y El guiará su aplicación. Seré merecedor y permitiré que el mérito traiga su propia recompensa.

Hablando relativamente, el mundo tiene necesidad de toda persona que se halle preparada para resolver los problemas que confrontan a la humanidad. El requerimiento a la acción normalmente recae sobre aquel que revela su capacidad para hacer frente a los problemas a resolver. Si uno no es llamado, es inútil rogar que se le llame; más bien debiera prepararse mejor para responder al llamado que se le pueda hacer, y seguir perfeccionándose hasta el punto en que tal llamado se haga inevitable. Pues inevitable es y lo será para todo aquel que verdaderamente sepa cómo responder a él.

El saber cómo actuar es espiritual. Acompaña siempre el verdadero conocimiento de sí mismo. Se manifiesta en el individuo que se comprende a sí mismo porque comprende su origen divino. Es por esto que sólo puede haber una ambición y una realización. Esta es la gloriosa razón por la cual no hay necesidad de ninguna otra.

Si la ambición es única, si se la dirige hacia el conocimiento de sí mismo como el hombre creado por Dios, si su sinceridad se ve confirmada por el deseo verdadero de ser y representar las cualidades de la Mente divina, individualizadas como uno mismo, entonces todo lo demás nos será dado por añadidura. La actividad que satisface, las realizaciones llenas de gozo, el completo dominio sobre el mal, aparecerán como la infalible dote de aquel que sólo busca a Dios y que se esfuerza por se la manifestación de Su voluntad.

Dios es la Mente divina, el Espíritu infinito. El hombre es aquello que es creado o concebido por la Mente divina o el Espíritu infinito. De manera que el hombre es una idea espiritual. La idea concebida por la Mente o el Espíritu infinito es una representación o reflejo de Aquel que la concibe; la imagen y semejanza de su origen. Por tanto ella refleja individualmente todas las aptitudes, fuerzas y facultades de su origen. Satisfecha, se da cuenta de que su propia individualidad es íntegra. Esta integridad, espiritualmente comprendida, se manifiesta en las diversas formas que constituyen la ambición realizada.

Ambicionemos entonces conocernos espiritualmente, morar en la consciencia de nuestra filiación con Dios. El cumplimiento de tal ambición incluirá todo lo demás. Pero cuidemos de no tener ambición que pueda traducirse en las contiendas o los celos, ni deseos que puedan estar sujetos a la frustración. Mrs. Eddy ha dicho en Miscellaneous Writings (pág. 154): “Dios sólo espera el merecimiento del hombre para aumentar los medios y la medida de Su gracia.”

En esta declaración, la Guía del movimiento de la Christian Science ha confirmado lo eternamente demostrables que son las palabras de Cristo Jesús (Mateo, 7:8): “Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” De acuerdo con el Maestro, ella afirma que la búsqueda del bien, es decir, la ambición verdadera, es la condición mediante la cual la humanidad imperfecta cede a la perfección de la divinidad.

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