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Cómo calmar el dolor

Del número de octubre de 1955 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


De vez en cuando alguien cree que otro le ha dicho o hecho algo que lo trastorna mentalmente. Y le oímos decir que eso le duele mucho. Semejante dolor no es físico sino mental, y se calma cuando el que lo sufre cambia su modo de pensar acerca del incidente o del que lo causó. La Christian Science revela que toda clase de dolor físico o mental no es más que el falso concepto y consecuente estado de la supuesta mente mortal.

Según las ciencias materiales, el dolor siempre implica perturbación o trastorno de los nervios. Pero ¿qué hace que se calme el dolor cuando se duerme el que lo siente o al hallarse bajo el influjo de las drogas o cuando algo le atrae la atención absorbiéndolo al grado de olvidarse de su cuerpo? En tal caso la evidencia material indica que los nervios siguen lo mismo, pero el que los tiene no siente nada de dolor. Esa es una prueba de que el dolor no está en el supuesto cuerpo material ni en los nervios, sino en la consciencia mortal o sea la mente mortal.

La Christian Science revela que el cuerpo físico no es una realidad sino un falso concepto o ilusión de la supuesta mente mortal. Por tanto, son las creencias falsas de la mente mortal en cuanto al cuerpo material lo que hay que corregir con la Verdad antes de que pueda calmarse el dolor, sea físico o mental. Y la verdad que corrige todo dolor es el hecho magno de que el Espíritu — la divina consciencia pura que el hombre real refleja, como su idea o imagen — es por siempre armonioso, impecable y sin dolor.

El cultivo de la espiritualidad es una actividad fundamental con la cual se evita que aparezcan dolores. El pensamiento humano tiene que ser regenerado y purificado por obra del Cristo, la Verdad. Mary Baker Eddy da esta provechosa instrucción en uno de sus sermones (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 128): “Velad y orad a diario para que las malas sugestiones, sea cual fuere su forma, no se arraiguen en vuestro pensamiento ni den fruto. Examinaos a menudo y cercioraos de que nada en ninguna parte obstruya la Verdad y el Amor, y ‘retened lo bueno.’ ” Este consejo hay que seguirlo diariamente, nos dice nuestra Guía.

Para calmar el dolor o librarnos de él hay que librarnos de las creencias erróneas que causan dolores. Los falsos apetitos, el sensualismo, los pensamientos de malicia o envidia, de lástima de uno mismo o de amor propio producen inevitablemente su fruto en el supuesto cuerpo físico, si uno no está espiritualmente alerta para rechazarlos. Cuando dejamos de guardarnos de las impresiones mentales que inculcan la radio y la televisión, que sugieren los anuncios respecto a males que con lo anunciado pretenden curar, o los relatos de calamidades en los periódicos, o de altercados en la familia o entre compañeros de ocupación, dejamos la puerta abierta a posibles dolores o discordancias.

Consultando el diccionario en su definición del dolor, encontramos que lo asocia clara y estrechamente con defectos mortales como ansiedad, pena, disgusto, desdicha y lamento. Mrs. Eddy nos dice que debemos aprender a precaver la consciencia humana contra tales errores tan cuidadosamente como nos protegemos contra toda mala intrusión cerrando con llave o cerrojo la puerta de la casa.

El que guarda con cuidado su estar consciente pregunta sin cesar a todo pensamiento que le llegue pidiendo entrada: “¿Provienes de Dios?” Si la respuesta es afirmativa, puede dársele entrada y esperar el bien. En caso negativo hay que dejarle cerrada la puerta al error. Pregúntate: “¿Quién me dice que temo, que soy infeliz, que estoy enfermo o apenado o con algún dolor? ¿Es Dios?” ¡No ! Entonces ha de ser esa mentira llamada mente mortal. Siendo mentira, no es cierta, sino irreal, y por lo mismo no es para mí, no puede dañarme ni dolerme. Dijo Jesús refiriéndose a las sugestiones de la mente carnal (Juan 14:30): “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí.”

Importa que descubramos los primeros síntomas de cualquier discordancia o dolor, y hacer algo con ellos inmediatamente. No hay que dejar que arraiguen en nuestra consciencia las sugestiones del mal. Consentir en que “Tengo un dolor,” o “soy un infeliz,” o “estoy enojado” es apartarnos, en creencia, de Dios y de Su creación armoniosa. El que esté alerta invierte inmediatamente las sugestiones de la discordancia o del dolor mediante su reconocimiento de ser inseparable de Dios, de que en la realidad de su ser él es completamente espiritual y por tanto impecable, sin temor y sin dolor.

Es a menudo de los placeres de los sentidos de lo que hay que estar en guardia para probar que son irreales, si quiere librarse uno de los dolores de los sentidos. Nadie se goza de sentirse enfermo ni de sufrir dolor mentalmente. Pero quien gratifique los apetitos falsos, la intemperancia o los actos pecaminosos, incurre en el castigo de la desobediencia a la ley divina. Deben venir el remordimiento o compunción, el arrepentimiento y la regeneración, de lo contrario esas falsas creencias han de seguir produciendo la correspondiente proporción de sufrimiento.

Declara Mrs. Eddy en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 265 a la 266): “Los dolores de los sentidos son saludables, si desarraigan las creencias erróneas acerca del placer y trasplantan los afectos de los sentidos al Alma, donde las creaciones de Dios son buenas y ‘alegran el corazón.’ ”

Consagrándonos con fervor y devoción a la espiritualización de nuestra consciencia y reconociendo que Dios gobierna y cuida incesantemente de Sus ideas, podemos obtener el concepto verdadero de nuestra inviolable inseparabilidad del Espíritu, calmando así las inquietas y dolientes impresiones de la mortalidad.

Cuán bellamente el poeta describe la paz que disfrutan los que confían en Dios en estas palabras (Himnario de la Christian Science, No. 134):

Te busco en mi necesidad
y siempre Te hallaré;
al roce Tuyo, eterno Amor,
renace el bienestar;
pensando en Ti vencer podré
el mal, la pena y el dolor.

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