A Todos nos toca visitar a los enfermos en diversas ocasiones. Sea que lo hagamos por condolencia o por ser nuestro deber, la actitud que asumamos hacia la enfermedad y especialmente hacia el enfermo puede causar un efecto profundo. Consolar al paciente, alentar o infundirle esperanza puede que lo saque del cautiverio de la enfermedad, mientras que una actitud contraria de desesperanza o fatalismo sólo lo ata más fuertemente a sus cadenas patológicas. Aun sin que se hable ni una palabra, el paciente puede sentir la confianza o la desesperanza que abrigue el que lo visite en cuanto al estado en que esté. De ahí la importancia de la actitud que asumamos ante los abrumados por la aflicción, la enfermedad o por cualquier clase de penas.
Una de las primeras cosas que hace el Científico Cristiano en lo que su experiencia le depare es que en vez de consentir con la enfermedad u otra discordancia, la llama a cuentas impugnándola naturalmente y le niega el derecho de esclavizar al hombre. Pero hay que entender con claridad que esto no implica una simple declaración de que “todo está bien,” sino una actitud razonable y bien razonada mediante la cual el Cristiano Científico reconoce y confirma lo que ha aprendido respecto a causa y efecto.
El Científico Cristiano aprende que la causa primordial y que existe de por sí como origen de toda existencia real, es enteramente buena y constructiva, pues de otro modo habría caos universal. Las Sagradas Escrituras definen la naturaleza de esa causa primordial como Dios, o Amor, y tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo se reconoce ese Dios que es Amor como el único poder verdadero. Por tanto, cuando se le enfrenta alguna enfermedad su actitud tiene que ser distinta de la de quien esté criado y educado conforme a las teorías múdico-materiales que atribuyen poder al mal y a la enfermedad.
Ilustrándolo: Al hallarnos en semejante ocasión, pensamos: “He aquí un caso de enfermedad grave,” o “he aquí un hombre enfermo.” Aceptamos como final la evidencia de los sentidos, y convenimos con la materia y sus condiciones. Pero si en cambio reconocemos que Dios está donde nos hallemos y que la materia no es nada, inmediatamente comenzamos de ese modo a refutar la existencia de todo lo que sea desemejante a la Vida que es Dios, conviniendo pronto con nuestro adversario bajo las condiciones que Dios fija, que deben ser también las nuestras siempre. Impugnando la enfermedad y dando a Dios o sea al Amor la prioridad en existencia y poder, nos aproximamos a la obediencia plena al Primer Mandamiento que daba a Jesús su admirable autoridad sobre las enfermedades y la muerte.
Leyendo las Sagradas Escrituras nos damos cuenta de que Jesús no aceptaba la perspectiva médica y material que prevalecía entonces respecto a las enfermedades. Su definición de una enfermedad como hallarse uno atado por Satanás y de otras como el resultado directo del pecado evidencian que él se contraponía a las teorías de aquellos tiempos. Además, sabía que la muerte aparente de la hija del superior de la sinagoga y la de Lázaro eran casos de sueño y no de que cesaran de vivir. Exactamente lo contrario de lo que creía la gente. Por lo cual él curaba instantáneamente las enfermedades y con una sola palabra resucitaba a los muertos. Nada lo desconcertaba, y él mandó a sus doce discípulos y a los otros setenta a que hicieran las mismas obras que él hacía. Dijo asimismo (Juan 14:12): “El que creyere en mí, las obras que yo hago, él las hará también.”
La Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. viene causando un cambio radical en la actitud de la humanidad respecto a la enfermedad. Y mucho más aún, va ocasionando cambios igualmente radicales en nuestro modo de mirar y de tratar nuestra salud. Pablo declara (Romanos 8:6): “El ánimo carnal es muerte; mas el ánimo espiritual es vida y paz.” Y dice además (Efesios 5:14): “Despiértate tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo.” Con esta luz del Cristo, Jesús legó a la humanidad mediante sus obras admirables una perspectiva de progreso en cuanto a la salud y la enfermedad. Gracias a esa perspectiva las gentes han venido despertando a través de los siglos que han trascurrido desde entonces de la apatía y el mesmerismo de la materialidad a la contemplación de la presencia y el poder del Espíritu. Y esa misma perspectiva, que Mary Baker Eddy percibió con claridad jamás lograda antes, despierta ya los hombres a impugnar la enfermedad con la Ciencia del Cristo que revela el amor y el poderío de Dios.
El progreso en todas las fases de la experiencia humana puede compararse con un despertamiento gradual mediante el cual salen a luz y rinden fruto una realidad y unas verdades nunca antes oídas ni soñadas. La Christian Science clasifica toda curación espiritual como un despertamiento a la presencia y el poder de Dios con la salud y el vigor naturales al hombre hecho a Su semejanza. Constriñe a sus adeptos a que despierten de los conceptos tan viejos como el tiempo de que la salud y la vida están en la materia. Demanda pureza y un solo punto de mira y modo de razonar, partiendo de la base o causa primordial, constructiva y positiva que enuncia así Isaías (46:9): “Yo soy Dios, y no hay otro alguno.” Indica también la Biblia que esta causa magna es la Vida, Espíritu, Luz y Amor. Impugnar la enfermedad con este concepto espiritual y lógico de Dios es oponerse al testimonio de los sentidos que atribuyen lugar y poder a la enfermedad. Pues sólo insistiendo así en la infinitud del Dios que es Espíritu se logra la plenitud de obediencia al Primer Mandamiento y al Padre Nuestro con que el Maestro nos enseña a orar atribuyendo a Dios todo el reino, el dominio y el poder.
Despertar a la verdad y grandeza de una sola causa: el Amor divino que nunca se altera es comparable con el despertar de una pesadilla. El que sueña, los soñados y lo que ocurre en la pesadilla son meras fases del mismo soñar y toda esa ilusión se desvanece ante la consciencia que despierta. Pero la consciencia así despertada tiene que seguir despertando más despejadamente hasta desprenderse por completo del sueño o la creencia en un poder y presencia aparte y además de Dios o sea el Espíritu. Tiene que impugnar lo mortal con su cúmulo entero de materia, enfermedad, pecado y la muerte, quedando transformado por el mismo Cristo, o semejanza de Dios, mediante el cual Jesús impugnaba y dominaba el pecado, la enfermedad y la muerte.
La convicción plena de que uno es un hombre enfermo, malo o infeliz, no es sueño del hombre creado por Dios que nunca se duerme ni sueña. Es una fase de la mente carnal, y se desvanece ante la Mente que estaba en Cristo Jesús. Dice Mrs. Eddy en el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 250): “La existencia mortal es un sueño; la existencia mortal no tiene entidad verdadera, pero dice: ‘Yo soy.’ El Espíritu es el Ego que jamás sueña, sino que entiende todas las cosas; que nunca yerra, y que está siempre consciente; que jamás cree, sino que sabe; que nunca nace y nunca muere. El hombre espiritual es la semejanza de este Ego.” Esta semejanza es nuestra entidad real, y la Christian Science viene haciendo que los mortales despierten a la dignidad, grandeza e inmortalidad del hombre. Por eso cantaba el Salmista (17:15): “Estaré satisfecho, cuando despertare a tu semejanza.”
No hay que tomar en cuenta al mal y la enfermedad ni tienen origen que explicar. Sólo como engaño pueden explicarse o exponerse. Hay que verlos como irreales. Y así pueden verse sólo tomando como punto de partida la omnipotencia e infinitud absolutas del Amor que es Vida y Espíritu. Sólo así se explica que es supuesto su origen y aparente la naturaleza del mal y la enfermedad. Pero mientras no despierte la humanidad a la verdadera naturaleza de Dios, ha de continuar creyendo que Dios crea o que permite que haya enfermedad, muerte y aun el mismo mal.
Jesús y sus discípulos probaron que la muerte puede anularse y los accidentes o sus consecuencias evitarse y que la enfermedad aunque sea orgánica puede curarse instantáneamente, sin necesidad de convalescencia o de cuidado o tratamiento especial del convalesciente. Lo que se necesita es despertar de la profunda convicción o sueño de que hay vida en la materia al significado completo de la enseñanza bíblica de que el hombre es ahora mismo el hijo de Dios. Con su admirable clarividencia o percepción de la realidad espiritual, Mrs. Eddy nos muestra nuestro derecho patrimonial en estas palabras de Ciencia y Salud (pág. 218 a la 219): “Cuando despertemos para percibir la verdad del ser, toda enfermedad, debilidad, cansancio, pecado y muerte serán desconocidos, y el sueño mortal cesará para siempre.”