¿No anhela toda persona, sea de humilde cuna o de arrogante alcurnia, mandar soberanamente en el reino de su periencia? Pero cuán a menudo le frustra ese anhelo una u otra fase de la creencia material. Cae bajo el dominio de la enfermedad, del pecado o de las limitaciones u obstáculos aparentemente insuperables. Sólo unos cuantos parecen superar a la mediocridad de los mortales, alcanzando ese estado de consciencia en el que se dan cuenta del destino espiritual del hombre. Así y todo, persiste la innata intuición de que el hombre tiene derecho a su dominio en cuanto le ataña individualmente, sin distinción o parcialidad. Razón ha de haber, en algo, de uno u otro modo, para que prevalezca ese intuitivo percatarse, alguna causa que trascienda mero albedrío personal y el egoísmo y la prerrogativa de mortal linaje. ¿No debe ser esa razón el estado propio de la fuente de que emana el hombre real, la naturaleza divinamente soberana de su Padre-Madre Dios que le confiere el título de hijo del Rey?
A este respecto, el libro No y Sí por Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Christian Science, contiene un párrafo esclareciente del cual extractamos lo que sigue (pág. 36): “El Cristo verdadero no estaba consciente de la materia, del pecado, la enfermedad o la muerte, y sí estaba consciente únicamente de Dios, del bien, de la Vida eterna y de la armonía. Por lo cual el humano Jesús podía refugiarse en su entidad más elevada y en su relación para con el Padre, y allí podía descansar de las pruebas irreales en la consciente realidad y realeza de su ser,— teniendo por irreal lo mortal, y lo divino por real.” Jesús estaba consciente de su realeza espiritual y así reinaba en pleno dominio de su experiencia en los años de su existencia terrenal. También enseñó a sus discípulos a que conocieran a Dios como su Padre y a que así lo reconocieran ejerciendo en sus propios asuntos el poderío inherente al hombre. Los vientos, las olas, el espacio y la tierra, las angustias del mundo, los crímenes de la mente mortal y los sufrimientos de la carne cedían ante la majestad del que sabía que el hombre es el hijo de Dios y ejerce el cetro de la inmortalidad. Porque se daba cuenta de esto, él reinó en su propio jornada ascendiendo de los sentidos al Alma, sabedor de que su autoridad era la de la Omnipotencia que en él obraba. Y oraba por que sus discípulos se percataran también de la relación divina del hombre para con Dios como Su hijo, y así estuvieran donde él ya estaba a este respecto de consciente entronamiento con Dios.
La profundamente reverenciada Leader en la Christian Science, cuya percepción espiritual era análoga a la del Maestro en la revelación de la Verdad que la envolvió en su luz, entendía asimismo que el hombre refleja la soberanía de Dios y elevó los pensamientos de la humanidad de su irremediable mortalidad al poderío de la dignidad del hombre espiritual en el reino de su Padre. Esto puede que sea una de las muchas razones por las que ella declaró que es deber de todo miembro de La Iglesia Madre orar diariamente: “ ‘Venga Tu reino;’ haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; ¡y que Tu palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, gobernándoselos!” (Manual de La Iglesia Madre, Art. VIII, Sec. 4.) ¡Qué ceremonia de coronamiento individual puede ser este acto de orar así! porque Dios responde a la oración e inviste a la consciencia que despierta del poder del reino de los cielos.
¡Cada miembro de La Iglesia Madre, en diaria comunión con Dios a fin de que se establezca en él el reino de la Vida divina, como lo estaba en el Maestro; que el gobierno del Amor espiritual more en él; que la supremacía de la Verdad sea el estado de consciencia en que él se halle de continuo! ¡Qué experiencia tan sagrada! ¡Qué solemne acto en el que cada miembro de La Iglesia Madre se prepara para emprender los negocios del reino de día en día, imperando sobre todo lo que el error le depare imponiendo así la ley de Dios como el gobierno regente en su ser, reflejando la justicia de la sabiduría divina y la misericordia de la omnipotencia! De seguro que así investido, extirpará todo pecado y se mostrará discípulo de Cristo capaz de andar con Dios regiamente, pero con humildad.
Qué esencial es “La Oración Diaria” que prescribe el Manual (Art. VIII, Sec. 4). Contiene elementos tanto individuales como universales. Respira gloria, majestad y palpitante potestad. Se funda en el Padre Nuestro que en inglés se titula “La Oración del Señor,” impregnándola así de un ambiente de sagrada realeza. Los siglos se dan cita en ella. Su tema repercute música de coronación, porque la Christian Science es la corona del Cristianismo. Una corona que ciñe todo miembro devoto de La Iglesia Madre que, por serlo, atiende a lo que San Juan transmite del Cristo regente a la iglesia de Filadelfia (Apocalipsis 3:11): “Yo vengo pronto; retén firme lo que tienes, para que nadie tome tu corona.”
En las enseñanzas de la Christian Science la humanidad aprende que el hijo de Dios es el único hombre que realmente existe. Este hombre espiritual refleja todas las cualidades del Unico infinito, la majestad, autoridad y gobierno absoluto de Dios. Este es el caso de todo hombre, dondequiera. Nunca puede en realidad ser menos que el heredero del trono celestial. Esta es la gloria que se hace valer constantemente en él, la potencia que lo habilita para ser semejante a Dios. No en vano lleva el hombre el nombre de su Padre, sino que le corona sus sienes de honor y gracia. El expresa perennemente la soberanía del bien. Cuando uno se da cuenta de esto, deja de afanarse por lograr prestigio humano, apropiándose en cambio la realeza espiritual de su entidad verdadera como hijo de Dios. A mayor altura no puede ascender.
Este concepto espiritual del hombre trueca el sentido humano de la realeza por la idea divina de ella. La realeza ya no parece ser prerrogativa de unos cuantos otorgada por su nacimiento mortal, sino que viene a ser lo que cada uno puede ya saber que constituye la realidad de su propio ser que Dios le da. Todos los hijos e hijas de Dios forman la verdadera familia real del universo que se perpetúa por toda la eternidad. A cada cual se le da su derecho patrimonial de dominio. No hay hermanos mayores ni menores, puesto que todos existen con el Padre desde el principio. Ni linaje de Dios que obstruya la carrera o el sendero de otro o que le robe su herencia. En esta familia no hay hijos falsos ni favoritos. Cada quien, reinando sobre sí mismo mediante su obediencia a Dios, coexiste y coopera con todos sus hermanos y hermanas para expresar el reino universal de la armonía.
Esta comprensión no da al traste con la idea de la nobleza sino que la engrandece espiritualizando su significado. Y eliminando así los errores de que hay diferentes clases, privilegios especiales, inequidad de vida, servil adoración personal. La creencia en que la revolución se hace necesaria halla su antídoto en la comprensión de que no hay nadie que destronar a efecto de que otro pueda gobernar, sino que cada cual debe entender su propio entronamiento eterno como descendiente que es del Rey. En ese ambiente mental aparecen las ventajas comunes a todos, la libertad individual para progresar, el respeto mutuo y el enaltecimiento colectivo. Consumado lo cual, se encuentra que todos tienen el mismo modo de ver y el mismo propósito, y sirviendo a una al Gobernador único y supremo que es la Mente divina, prevalece la armonía universal. Así se eleva el concepto de gobernante y gobernados del sentido mortal al reconocimiento del hombre individual gobernado de por sí bajo esa autoridad divina y consciente del reino espiritual que funciona dentro de él.
Una compenetración devota del significado de la oración que prescribe el Manual nos revela el reino de la realidad nunca antes visto que, aunque viejo, es siempre nuevo en su perenne amanecer sobre toda la tierra. Su reinado fomenta nuestra fructífera exploración del imperio del Espíritu que nos reserva mayores maravillas de la creación que a su tiempo saldrán a luz. Bajo el régimen de la Ciencia divina, la invención humana cederá su puesto a la comprensión espiritual y lo que así se nos revele vendrá a ser el prolífico universo de la Mente. Los que persistan con inmortal clarividencia, valor y obediencia a Dios, alcanzarán cimas cristiano-científicas, jamás logradas todavía, que las montañas de la tierra apenas simbolizan.
La pompa y ceremonia de la coronación de un monarca terrenal no pueden compararse con la grandiosidad imperceptible a los sentidos que aureolaba a nuestro Ejemplificador del camino cuando la voz de los cielos lo declaró el Hijo amado del Altísimo. En la medida en que la humanidad le derrochó su afecto, enriquecida fué, quedando libre de sus pecados, no sólo perdonándoselos, y curándole sus enfermedades, no proveyéndoles caritativamente sus medios para continuar. El no decretó la muerte de sus enemigos, antes bien resucitó a los muertos. En vez de conferir rangos más altos a unos pocos, procuró elevar a todos a que se dieran cuenta de estar a una con la omnipotencia infinita. En vez de asumir mando personal y permanente de los que lo seguían, enseñó a cada cual cómo regirse a sí mismo, cómo dejar que “el reino de la Verdad, la Vida y el Amor” imperara en la tierra por cuanto a él atañera. El ordenó que todos hicieran lo que él mismo hacía, que vivieran conscientes de la alteza regia del hombre y que vivieran en consonancia con ella. El Cristianismo verdadero enseña que sus adeptos son coherederos con Cristo del reino de los cielos, el reino que supera a todos los del mundo puestos juntos.
El coronamiento de un monarca es ceremonia que dura usualmente meras horas. En cada miembro de La Iglesia Madre puede constar de la investidura que se apropia diario con el ropaje resplandecientemente blanco de la rectitud, el oleo de la consagración, el vino de la inspiración y la diadema de los deberes cumplidos. Así hacen ellos carne o sea experiencia práctica la esencia de la oración que da el Manual, por cuyo medio asciende el pensamiento humano a la comprensión de que el ser es divino. En la proporción en que los miembros asimilan la solemnidad y aceptan la jurisdicción que da toda coronación de un soberano, se aprestan a que reine con ellos la inmortalidad, a que entre a imperar el orden supremo. La responsabilidad plena de tan glorioso reflejar no es privativa de ningún solo miembro ni se les inviste a unos pocos, sino que es común a todos ellos. Nadie queda exento de su lealtad individual a Dios con todo lo que eso implica. Y de seguro que nadie ha de querer abdicar ni renunciar a asumir las obligaciones de su eminencia el hombre bien amado de Dios.
Es de rigor que la celebración del ascenso de un soberano a su trono incluya su solemne promesa de ser fiel al cargo que se le confiere. Al conferir la oración diaria del Manual a los miembros de la Iglesia Científica de Cristo una consciencia más clara del dominio que Dios les da, despierta en ellos el deseo y la habilidad al mismo tiempo para que se apropien tal dominio. Entonces se halla que Mrs. Eddy nos ha provisto no sólo la oración que nos ilumina espiritualmente, sino también el juramento de lealtad al reino de la Ciencia divina entre los hombres en el sexto Artículo de Fe de La Iglesia Madre, que dice: “Y prometemos solemnemente velar y orar por tener en nosotros aquella Mente que estaba también en Cristo Jesús, hacer con los demás lo que quisiéramos que hicieren con nosotros, y ser misericordiosos, justos y puros” (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 497). El mundo aguarda, con esperanza y a la expectativa, que todo miembro de La Iglesia Madre cumpla esta sagrada promesa.
