La Sala de Lectura de la Christian Science significa muchas cosas para muchos. Para los tímidos es un refugio, para los que navegan azotados por la tempestad un faro, para el forastero un amigo, para el vagamundo un hogar. El Científico Cristiano sabe que en su sentido espiritual la Sala de Lectura representa una divina actividad específica que dimana de la Mente y manifiesta los atributos de la Vida, la Verdad y el Amor. Nuestra amada Guía, Mary Baker Eddy, percibió que la Sala de Lectura satisfaría el anhelo de paz y amor de la humanidad y la vió como actividad esencial de su Iglesia.
Entre las Reglas y Estatutos del Manual de La Iglesia Madre por Mrs. Eddy se halla uno respecto a las Salas de Lectura especificando que cada Iglesia Científica de Cristo debe tener una Sala de Lectura. Este mandato que Dios le inspiró constituye la autoridad para que se pongan en acción los atributos espirituales que representa la Sala de Lectura dentro de la idea verdadera de la Iglesia. En el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave das las Escrituras” por Mary Baker Eddy, se define la Iglesia como sigue (pág. 583):
“La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino o procede de él.”
“La Iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza humana, despertando el entendimiento dormido de sus creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos.”
Es pues el privilegio y el deber de todo miembro de una Iglesia Científica de Cristo elevar su concepto de la Sala de Lectura por encima del punto de vista de que es simplemente uno de los diversos proyectos de la organización humana que se toma como una iglesia. Debe reconocer su sentido espiritual y que el Principio la gobierna conforme a las normas de la Mente. Estas normas incluyen cualidades tales como el orden, la armonía, belleza, pureza y ternura. Todos los requisitos para que desempeñe su papel u objeto como Sala de Lectura los proporciona la demostración de la Iglesia como “la estructura de la Verdad y del Amor.”
Es obvio que nadie pretendería declarar en tales o cuales palabras el objeto cabal de las Salas de Lectura ni conjeturar cuál ha de ser el papel completo que han de desempeñar. Pero puede mantener en su consciencia la definición de la Iglesia y luego esperar y velar hasta que aparezca el divino propósito del Amor de tal manera que lo entiendan todos sea cual fuere su grado de comprensión. Puede también fomentar apreciativamente una comprensión positiva de que el sentido espiritual de la Sala de Lectura coincide con su expresión humana, aprovechando toda oportunidad que se le ofrezca de ver que se busca y se encuentra y se prueba que la Verdad es todo. El personal depende de lo que necesite la Sala de Lectura de que se trate. Tal personal no sirve concertada o colectivamente sino más bien cada miembro de por sí o en pares, según lo que se haga. La tendencia humana que prefiere consultas entre unos y otros o que se repartan las responsabilidades puede que tome ésto como una desventaja. Al contrario, puede ofrecer la ventaja definitiva de obligar a cada uno de los que allí sirven a que dependa plenamente de la Mente para que le revele progresivamente el plan y propósito de Dios asignados a la Sala de Lectura, a que escuche lo que le diga la “voz callada y sauve” de la Verdad y a entender que su única responsabilidad consiste en responder a la habilidad que del Amor refleja él.
El bibliotecario concienzudo naturalmente que da los pasos humanos que se requieran para aprender todo lo que se precise para que se proceda con orden por ser éste una de las cualidades del Principio. Obedece las reglas y requisitos que se hayan adoptado según se vaya haciendo necesario, puesto que la obediencia es elemento de la Verdad. Coopera con sus semejantes en toda forma aceptable, en prueba de la armonía que hay entre la Mente y sus ideas. Atiende diligentemente a todos los detalles de los negocios que se relacionen con el servicio de la Sala de Lectura. Y cuando hace todo eso, reconoce con gratitud y gozo que la Sala de Lectura existe primordialmente para ayudar a todos a que encuentren su camino hacia Dios. A toda hora confía en el Principio divino para que lo guíe y se esfuerza por obedecer la voz de la Verdad.
Hay muchos modos de expresar la gratitud profunda de que se ufana todo Científico Cristiano por haber provisto tan tiernamente Mrs. Eddy las Salas de Lectura para toda la humanidad. Uno de esos modos es utilizarlas. Son indecibles las bendiciones que le esperan al que visita fielmente la Sala de Lectura de la filial a que pertenezca. Sin ir más allá, lo que en ella piense correctamente constituye de por sí una bendición. Es imposible calcular la certeza y el valor que fluyen reafirmativamente en el corazón del tímido forastero al hallar la Sala de Lectura, a la que acaso entre por primera vez, llena de gente que estudia irradiando la felicidad que siente.
Varias veces ha quedado corroborado este importante punto en la experiencia de una bibliotecaria. En uno de esos casos, cuando la Sala de Lectura estaba especialmente bien concurrida, una joven a la que acababa de asustar su médico con un diagnóstico desfavorable del estado en que ella se encontraba, entró a la Sala de Lectura para indagar con respecto a la Christian Science. Aparentemente demasiado preocupada para poder hablar, se le invitó con amabilidad a que pasara a descansar por un momento en el cuarto de estudio. Cuando para esto la bibliotecaria procuraba, orando, saber qué hacer, se le hinchió de gratitud y amor su corazón por la Christian Science, por Mrs. Eddy y también por la Sala de Lectura e igualmente poro todos los queridos que ocupaban los asientos al estudiar buscando y encontrando a Dios. Vió que la nueva visitadora palpaba el efecto de la Verdad ante sus mismos ojos en la salud, la paz y el contentamiento que reflejaban los devotos estudiantes y que la pesarosa había sido atraída a allí al momento oportuno. Los sucesos que siguieron probaron que ella había recobrado entonces la esperanza y el valor de todas veras, a lo que siguió su curación inmediata y permanente.
¡Tiene tanto qué ofrecer la Sala de Lectura! Y el mundo tiene hambre de lo que ella da. ¿Cómo pues atraer ese mundo menesteroso y anheloso a nuestra puerta? Mediante una comprensión más elevada de la Verdad y del Amor de parte de la congregación. En la medida en que mostremos una consagración más profunda de nuestros pensamientos al concepto espiritual de la Iglesia, reconoceremos no sólo la atracción irresistible del Amor sino también el refrescamiento espiritual y la curación de los que se sienten atraídos a la Sala de Lectura en busca de la Verdad. Este reconocimiento de la atracción siempre en vigor del Amor divino ha de impedir que decaiga el número de los que concurren a las Salas de Lectura y promoverá su servicialidad.
En la Biblia (II Crónicas 7:15 y 16) se relata que Salomón percibió intuitivamente el significado verdadero del templo que había construido para la gloria de Dios. El Señor se le apareció de noche y le dijo: “Ahora pues mis ojos estarán abiertos, y mis oídos atentos a la oración que se me haga en este lugar; porque ahora he escogido y santificado esta Casa, para que esté mi Nombre en ella perpetuamente; y estarán mis ojos y mi corazón allí todos los días.”
Bien podemos regocijarnos de que el significado de la Sala de Lectura está incluido en esta exaltada visión de “la casa del Señor” revelada completa y concluyentemente a nuestra amada Guía como Iglesia, “la estructura de la Verdad y del Amor; todo lo que descansa en el Principio divino o procede de él.”
