En la escuela secundaria me vi cada vez más comprometida con un joven que se oponía mucho a la Ciencia Cristiana. Aunque me había criado en la Ciencia Cristiana y siempre había asistido a la Escuela Dominical, nunca había sentido la necesidad de usar lo que se me había enseñado. Raramente tenía problemas, y si surgía alguna dificultad, era eliminada rápida y tranquilamente por medio de la oración de mis bondadosos padres.
Cuando ingresé a la universidad (a la misma que asistía mi amigo), éste me enfrentó con preguntas y argumentos expresamente destinados a apartarme de “mi religión heredada”. Yo no estaba preparada para dar respuesta a sus argumentos, ni tenía siquiera el deseo de resistir a la sugestión de rechazar esta religión que afirma la perfección del hombre en lo que parece ser un mundo imperfecto. Me prohibió asistir a la Escuela Dominical, amenazándome con: “Tu iglesia o yo, porque no puedes tener ambos”. No me fue difícil tomar una decisión precipitada, y probablemente Uds. adivinarán cuál fue la que tomé — una animada vida social que de seguro me llevaría a casarme con el muchacho más bien parecido y donairoso de la universidad, en lugar de participar en una pudibunda actividad matutina dominical destinada a ayudar a gente solitaria, desafortunada y enferma. Al menos así me parecía a mí.
Durante el resto de mi primer año universitario tuve solamente un leve remordimiento de conciencia cuando al ir a casa de vacaciones asistía a la Escuela Dominical y respondía a preguntas que se ponían a discusión, como siempre lo había hecho. Pronto olvidé el sentimiento de hipocresía al reunirme nuevamente con mi amigo. Su influencia era tan poderosa en todos los aspectos de mi pensar que me parecía que no tenía que hacerlo por mí misma — ¡casi como si estuviera hipnotizada! Si surgía algún problema, él lo resolvía; y un bello mundo artificial estaba habitado sólo por nosotros dos. Pensaba que en realidad yo no necesitaba de la Ciencia Cristiana, porque ni la había usado o vivido y sin embargo todo era magnífico. No sufría de enfermedad o depresión, y mis calificaciones tampoco eran un problema. Encontraba seguridad y felicidad en él, y eso era lo que importaba.
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