Consideremos la historia de un hombre que fue encarcelado por la autoridad máxima de la localidad por vivir de acuerdo a su sentido más elevado de lo que es correcto. Uno de sus amigos acababa de ser ejecutado y él iba a ser enjuiciado pronto. Estaba rodeado de guardias constantemente y sujeto con cadenas.
Entonces, la noche antes de su juicio, las cadenas se le cayeron mientras los guardias dormían y pudo escapar de la cárcel.
¿Suerte increíble? ¿una cerradura oxidada o una cadena defectuosa? El Apóstol Pedro no lo consideró así. Estaba seguro de que había un poder espiritual que actuaba, que era el responsable directo de este aparente milagro. Después de su liberación dijo: “Ahora entiendo verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel, y me ha librado de la mano de Herodes, y de todo lo que el pueblo de los judíos esperaba”. Hechos 12:11;
Pedro no creyó que estaba sometido a los caprichos del destino sino que confiaba y obedecía a Dios, y, por eso, trajo a su experiencia el efecto de una ley que superaba todo tipo de ley material o esclavitud. La Ciencia Cristiana la denomina la ley perfecta de Dios. Es todo poderosa. Toda armoniosa. Sostiene nuestro ser verdadero. Y siempre está a nuestra disposición.
Al igual que Pedro, podemos orar para poner nuestro pensamiento a tono con la omnipotencia de Dios. El hombre es la imagen de Dios y por eso refleja e incluye todas las cualidades de Dios, tales como justicia, libertad y armonía perfecta en su vida. El azar no gobierna a Dios, la fuente de la Vida, y no puede gobernar al hombre.
Esta comprensión de que Dios y Su creación están en armonía, nos da a cada uno de nosotros algo de lo cual podemos depender bajo cualquier circunstancia, una ley infalible del bien. Es nuestro deber escoger y expresar este bien. El Mostrador del camino, Cristo Jesús, ciertamente dependió de la ley divina, no de la casualidad, en su obra curativa. Antes de levantar a Lázaro de la tumba, dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes”. Juan 11:41, 42;
Puede ser que alguien pregunte: “Pero ¿qué hay de malo en depender del azar si me hace feliz?”
Cuando dependemos del azar o de la casualidad para nuestra felicidad, nos encontramos actuando sobre una base inestable. Nunca sabemos qué clase de suerte atraeremos a nuestra situación. Y si nos hallamos en una situación desesperada, como la de Pedro, vamos a necesitar algo más seguro que el azar.
Al estudiar Ciencia Cristiana, descubrimos que Dios no le da al hombre la felicidad sobre una base fortuita. El amor de Dios para con el hombre es invariable. “La Ciencia revela que la Vida no está a merced de la muerte, ni admitirá la Ciencia que la felicidad está jamás a merced de las circunstancias,” Ciencia y Salud, pág. 250; escribe la Sra. Eddy.
El gobierno de Dios sobre todas las cosas, incluyendo nuestra vida, es bueno; nunca nos causa discordia. Cuando entendemos que dependemos totalmente de Dios, el Principio divino, erradicamos el infortunio de nuestra experiencia. La Sra. Eddy afirma en Ciencia y Salud: “Los accidentes son desconocidos para Dios, la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el concepto correcto de la dirección infalible de Dios y de esta manera sacar a luz la armonía”.ibid., pág. 424; Cuando nos valemos de la ley de Dios, la casualidad pierde todo el poder que alguna vez pretendió tener.
Hace poco comprobé que el depender de Dios trae resultados seguros. Estaba trabajando en un proyecto de investigación que iba a durar un año. Tenía que encontrar información histórica específica en muy poco tiempo. Cada vez que me dirigía a la biblioteca de la ciudad, afirmaba la totalidad de Dios y Su poder rector. Sabía que Dios, la Mente única, me guiaría en mi investigación.
Tenía que encontrar datos sobre la ubicación de un cuartel de bomberos de fines de siglo. Había una enormidad de periódicos en micropelícula que podía examinar, pero en media hora encontré exactamente lo que buscaba.
Cuando iba hacia mi casa, me sentí muy agradecido por esta prueba de que Dios nos ama lo bastante como para proveer una ley que responde a nuestras necesidades, y me sentí impulsado a apartarme de mi camino e ir a un parque. ¡Allí descubrí algo esencial para mi investigación!
Sé que éstas no fueron sólo circunstancias “afortunadas”. Más bien, prueban la afirmación de la Sra. Eddy: “Cuando esperamos a Dios con paciencia y buscamos la Verdad con rectitud, Él dirige nuestra jornada”.ibid., pág. 254.
Dios, el Espíritu, no es material y nunca creó la materia. No sabe nada de cadenas o tumbas o cuarteles de bomberos. No obstante, Pedro dependió de Él para su liberación; Jesús para probar la impotencia de la muerte; y yo, años más tarde, para demostrar dirección infalible.
Lo que Dios sí sabe es que Su ley es suprema y que Él ha hecho que Su creación, incluso el hombre, refleje esa ley. Así es como Dios nos ama. Nos da la ley divina, de eficacia absoluta, cuya operación está garantizada para que recurramos a ella. La ayuda que recibimos al recurrir a lo Divino no es algo del azar. Mejor dicho, nuestra ayuda está tan cerca como nuestra consciencia. Debido a esta constante disponibilidad de la ley de Dios, no hay razón, espiritual o material, para dejar los acontecimientos librados al azar.
A medida que ponemos nuestra confianza en Dios y nos damos cuenta de que Él nos ama y tiene reservado solamente el bien para nosotros, dejamos de atribuir poder a la casualidad. Encontraremos que no es necesario participar en loterías o rifas para ganarse un viaje muy ambicionado, o desear contar con buena suerte antes de jugar un partido de golf. Cuando dependemos del azar, estamos diciendo que el bien es limitado y que tal vez obtendremos sólo una parte de él. Cuando dependemos de Dios, hallamos que nuestra vida viene a ser más abundante y completa porque Dios, y solamente Dios, es la fuente inagotable de todo bien.