La necesidad de obtener permisos, licencias, certificaciones, formularios por triplicado, etc., es algo de lo cual pocos estamos exentos. Son ellos recursos humanos destinados a ayudar en la administración de la ley y el mantenimiento del orden, y debiéramos verlos como amigos — y son amigos si operan bajo el gobierno de la inteligencia divina. Pero, con mucha frecuencia tenemos, al parecer, razón para verlos como enemigos, como frustraciones simbolizadas por un formulismo, o papeleo, que nos embrolla en una trama de formalidades legales que nos impiden hacer lo que nos sería razonable hacer y de adquirir cosas que realmente debiéramos tener.
Frustraciones de este tipo no son fenómenos propios de la burocracia del siglo veinte únicamente. Son productos de las maniobras del mal, o mente mortal, que operan en toda época por medio de la administración de variados formas de la ley humana que afirma que la ley de armonía que procede de Dios puede ser puesta de lado, y Su voluntad impedida. Si hubiera podido, esta forma de magnetismo animal hubiera puesto trabas incluso a Cristo Jesús en su demostración del amor sanador de Dios. En cierta ocasión, por ejemplo, por medio de la rígida interpretación de la ley eclesiástica, le hubiera impedido sanar a un paralítico en el día de descanso.
Mas, refiriéndose a la ley de Moisés, el Maestro dijo: “No he venido para abrogar, sino para cumplir”. Mateo 5:17; Nada pudo detenerlo en el cumplimiento de su misión designada por Dios de demostrar la perfección del hombre. El formulismo de la ley de César, la interpretación literal de los mandamientos dados por Moisés, la creencia de que las leyes físicas de la higiene gobiernan la salud del hombre — nada de esto pudo frustrar la operación de la ley divina como él la practicaba. Demostró la superioridad de la ley espiritual sobre la falible ley física, silenció los argumentos de los eruditos doctores de teología y medicina mediante la sabiduría divina, y curó la parálisis, la demencia y la lepra, en oposición a las supuestas leyes materiales. La Sra. Eddy escribe: “De ser su paciente un teólogo de alguna secta fanática, un médico o profesor de filosofía natural, — del género más rudimentario que predominaba en aquel entonces, — jamás agradeció a Jesús por haber sanado su mano insensible; pero ni el formulismo ni el ultraje impidieron el proceso divino”.La Unidad del Bien, pág. 11.
El ejemplo del Maestro es eterno. Sus seguidores pueden emularlo hoy en día y negar el aparente poder de la voluntad errónea de estrangular, mediante el abuso de procedimientos legales inteligentes y sistemáticos, la debida expresión de armonía y libertad en los asuntos humanos. Podemos utilizar la comprensión, a la manera del Cristo, de la ley divina para anular los desconcertantes efectos de la exageración desplegada por los funcionarios burocráticos en el cumplimiento de la técnica envuelta en la ley humana — como también corregir las desviaciones y elucidar las ambigüedades que ocasionalmente aparecen en ella. También podemos, por medio de la Ciencia Cristiana, neutralizar el exceso de celo por parte de los oficiales públicos en el desempeño de sus deberes, que es a veces la causa de que personas íntegras sean ultrajadas y humilladas. Podemos así restablecer la armonía de la acción correcta en todo aspecto del diario vivir.
Los sistemas de la ley humana debieran siempre ayudarnos, no estorbarnos; la experiencia nos enseña que el formulismo se reduce cuando reconocemos la actividad de la ley más elevada de la Mente divina en una situación que parece estar estrangulada por procesos legales. Cuando es nuestra propia ignorancia, descuido, u olvido lo que parece ser responsable de un obstáculo aparentemente insalvable en un trámite oficial, la comprensión del perdón que otorga el Espíritu cancela el error. Cuando la equivocación o descuido proviene de otra persona haciéndola evidentemente responsable de una situación frustratoria, la comprensión de la gracia divina lo nulifica.
La voluntad de Dios para el hombre, Su idea perfecta, es siempre de realización, no de frustración. Cuando comprendemos esto, ni “el formulismo ni el ultraje” son capaces de detener el desarrollo ordenado del propósito del Principio divino en todo aspecto de nuestra vida.
Una señora pasó más de un año manteniendo correspondencia fastidiosa con una oficina gubernamental sobre la administración de los bienes de una amiga. Llenó varios formularios, suministró información adicional, y eventualmente tuvo que hacer una declaración jurada para cubrir un punto especial en disputa. Pero sin resultado. Los funcionarios encargados del asunto rechazaron la declaración jurada y se mantuvieron inexhorables en exigencias de índole monetaria que eran, de hecho, totalmente injustificables.
Cuando la situación parecía haber llegado a una desaveniencia irreconciliable, la señora le relató los antecedentes de las negociaciones a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien de inmediato le recordó la declaración antes mencionada del libro de la Sra. Eddy La Unidad del Bien. Durante unos minutos hablaron ambas sobre la imposibilidad de que el “proceso divino” en este asunto pudiera ser impedido por el formulismo oficial, y cómo el ultraje de haber dudado de la autenticidad de su declaración jurada podía ser superado al conocer este hecho espiritual.
Cuando la señora se retiró del teléfono, sintió una inspiración y una sensación de paz sobre este asunto, como no la había experimentado durante meses. Pocos días después recibió las buenas nuevas de que el pedido injusto de dinero había sido anulado. Todo el asunto fue pronto terminado a satisfacción de ambas partes.
Casos como el anterior no son obra de la casualidad, sino de la operación de la ley divina del Amor en los asuntos humanos. Quien comprende los hechos verdaderos del propósito benigno de Dios en Su creación y Su modo de operación armoniosa en el perpetuo desarrollo del bien, puede ayudar a liberar la administración de la ley humana de la influencia paralizadora del formulismo.