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La comprensión espiritual reduce el formulismo

Del número de enero de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La necesidad de obtener permisos, licencias, certificaciones, formularios por triplicado, etc., es algo de lo cual pocos estamos exentos. Son ellos recursos humanos destinados a ayudar en la administración de la ley y el mantenimiento del orden, y debiéramos verlos como amigos — y son amigos si operan bajo el gobierno de la inteligencia divina. Pero, con mucha frecuencia tenemos, al parecer, razón para verlos como enemigos, como frustraciones simbolizadas por un formulismo, o papeleo, que nos embrolla en una trama de formalidades legales que nos impiden hacer lo que nos sería razonable hacer y de adquirir cosas que realmente debiéramos tener.

Frustraciones de este tipo no son fenómenos propios de la burocracia del siglo veinte únicamente. Son productos de las maniobras del mal, o mente mortal, que operan en toda época por medio de la administración de variados formas de la ley humana que afirma que la ley de armonía que procede de Dios puede ser puesta de lado, y Su voluntad impedida. Si hubiera podido, esta forma de magnetismo animal hubiera puesto trabas incluso a Cristo Jesús en su demostración del amor sanador de Dios. En cierta ocasión, por ejemplo, por medio de la rígida interpretación de la ley eclesiástica, le hubiera impedido sanar a un paralítico en el día de descanso.

Mas, refiriéndose a la ley de Moisés, el Maestro dijo: “No he venido para abrogar, sino para cumplir”. Mateo 5:17; Nada pudo detenerlo en el cumplimiento de su misión designada por Dios de demostrar la perfección del hombre. El formulismo de la ley de César, la interpretación literal de los mandamientos dados por Moisés, la creencia de que las leyes físicas de la higiene gobiernan la salud del hombre — nada de esto pudo frustrar la operación de la ley divina como él la practicaba. Demostró la superioridad de la ley espiritual sobre la falible ley física, silenció los argumentos de los eruditos doctores de teología y medicina mediante la sabiduría divina, y curó la parálisis, la demencia y la lepra, en oposición a las supuestas leyes materiales. La Sra. Eddy escribe: “De ser su paciente un teólogo de alguna secta fanática, un médico o profesor de filosofía natural, — del género más rudimentario que predominaba en aquel entonces, — jamás agradeció a Jesús por haber sanado su mano insensible; pero ni el formulismo ni el ultraje impidieron el proceso divino”.La Unidad del Bien, pág. 11.

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