A la edad de dos años fui inscrita en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y asistí regularmente durante quince años. Sin embargo, durante mi adolescencia, me rebelé contra las disciplinas de la Ciencia Cristiana y contra las restricciones que yo pensé que me eran impuestas. Los próximos años habrían de hacerme ver intensamente la verdad de la declaración de la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 536): “Las pasiones y apetitos tienen que acabar en sufrimiento”. Y más adelante en el mismo párrafo: “Sus supuestos goces son engaños. Sus estrechos límites aminoran sus satisfacciones y rodean sus triunfos con espinas”.
Cuando al fin, como el hijo pródigo, los sombríos efectos del desengaño y la derrota me hicieron volver en sí, descubrí que lo que le sucedió a él también me sucedió a mí. Mientras yo “aún estaba lejos” (Lucas 15:20), el Padre vino a encontrarme. El retorno a la Ciencia Cristiana pareció bellamente natural y justo.
Casi al instante mi vida adquirió un sentido de propósito y de dirección inteligente. Lejos de restringir mis actividades, el renovado estudio y aplicación de la Ciencia Cristiana me guió a un empleo por el cual el mundo entero se convirtió literalmente en mi campo de actividad. El viajar y la diversidad de experiencias que siempre había anhelado formaron una parte íntegra de mi vida diaria.
De los días pasados en la tal llamada libertad, había traído, sin embargo, lo que parecía ser un apego incurable al hábito de fumar. Durante varios años había fumado sin cesar hasta dos paquetes diarios de cigarrillos. A pesar de que había tenido curaciones físicas rápida y fácilmente por medio de la aplicación de la Ciencia Cristiana, todo intento de dejar de fumar, ya fuera con la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana o mediante mis propias oraciones, terminaba tarde o temprano en una derrota humillante.
Un invierno, mientras pasaba unas vacaciones en los Estados Unidos, hablé sobre el problema con un practicista cuya guía valoro y cuyo trabajo para mí había comprobado una y otra vez como sumamente eficaz. Para entonces estaba yo obsesionada con la necesidad de vencer el hábito de fumar y con mi aparente incapacidad para lograrlo. El practicista concluyó nuestra conversación aconsejándome que no me preocupara tanto por el asunto. “Tu pureza”, dijo en tono de profunda convicción, “te traerá la victoria”.
Regresé a casa animada por este estimulante encuentro con el gran y básico concepto cristiano de la inocencia del hombre — el Cordero venciendo al dragón, como lo muestra el libro del Apocalipsis en la Biblia.
Anteriormente, en mis intentos por liberarme del hábito del tabaco, siempre había arrojado los cigarrillos, guardado todos los ceniceros y esperado con espanto la lucha que se avecinaba. Esta vez, siempre que sentía lo que parecía ser un aparente deseo abrumador por un cigarrillo, me fumaba uno. Pero mientras fumaba, me iba sola a una habitación. Y mientras lo iba fumando, por muy incongruente que pareciera, le agradecía a Dios desde lo profundo de mi corazón por una pureza tan profunda que servía de base a todo mi ser, por una inocencia tan penetrante que purificaba y bendecía la atmósfera misma que me rodeaba. Esta pureza era ahora, y siempre había sido, la verdad de mi sola y única identidad a la imagen de mi divino Padre-Madre Dios. En una semana este reconocimiento de una individualidad pura e inocente había eliminado todo deseo de fumar.
Pero una mañana algunos días después desperté y percibí que todo el mesmerismo había vuelto, y sentí un deseo casi abrumador por fumar un cigarrillo. Alarmada llamé al practicista que me había estado ayudando.
— ¿Has estudiado la Lección-Sermón hoy? — me preguntó.
— Sí— respondí—, pero trata totalmente acerca de la Nueva Jerusalén, y no me sirve de nada.
— Identifícate con esa ciudad — respondió. “La santa ciudad... establecida en cuadro”, en la cual no entra “ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira”. (Ver Apocalipsis 21.)
No recuerdo cuántas horas pasé ese día explorando las profundidades y alturas espirituales de la ciudad establecida en cuadro y en estudio devoto de las referencias a ella en la Biblia y en Ciencia y Salud, pero cuando dejé a un lado finalmente mis libros, estaba completamente libre del hábito de fumar. He permanecido así desde entonces, y eso fue hace más de quince años.
Desde entonces he tenido muchas curaciones por medio de la Ciencia Cristiana, pero es por ésta que ahora puedo expresar gratitud por mi afiliación a La Iglesia Madre, por mi afiliación y alegre actividad en una iglesia filial, y por la sagrada experiencia de instrucción en clase.
Munich, República Federal de Alemania
 
    
