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Dios está allí

Del número de octubre de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ocurrió durante los tumultos estudiantiles en —, cuando yo estudiaba en el exterior. Debido a que los disturbios se habían extendido, era difícil no hallarse comprometido a menos que uno permaneciera en su casa. Nuestro colegio optó por proseguir sus clases.

Una noche, mientras caminábamos del colegio a la casa, mi amigo y yo fuimos detenidos por la patrulla antitumultos. Acababan de dispersar un tumulto y estaban arrestando a los supuestos participantes y llevándolos a una prisión para someterlos a interrogación. A nosotros también nos llevaron en el coche celular de la policía.

A mí siempre me había agradado la aventura, y tengo que admitir que estaba bastante excitada ante la posibilidad de estar en prisión. Pero después que fui interrogada y llevada a una celda, mi excitación pronto se transformó en ansiedad y después en temor — en un temor más grande del que jamás había experimentado antes.

Desde mi celda podía ver a cada uno de los que eran llevados a través del patio a su calabozo. Menores y adultos, haciendo caso omiso de edad o sexo, eran golpeados y arrojados de un lado para otro. Jamás había sido testigo de tanta crueldad y brutalidad. Noté que hasta aquellos que ya estaban en sus celdas no eran inmunes al castigo, pues algunos eran sacados periódicamente y regresaban físicamente maltratados.

Traté de orar, pero por primera vez mis palabras parecían no tener sentido. Traté de repetir himnos para mis adentros, pero ni siquiera podía terminar una línea. Me sentí totalmente separada de Dios, rodeada de confusión, discordia, duda, injusticia y desorden.

El único pensamiento que me venía era: “¿Dónde está Dios?”

Finalmente, después de una hora de lucha conmigo misma, cerré los ojos al cuadro discordante y escuché. Entonces fue como si oyera en pensamiento la divina afirmación repetida: “Aquí estoy”, y recordé el pasaje de Salmos: “Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tu estás”. Salmo 139:8; La paz y la alegría inundaron todo mi ser; el Cristo, la Verdad, estaba presente; el miedo se había ido.

Entonces pensé en el Salmo noventa y uno. Cada línea se aplicaba directamente a mi situación. Vi que realmente estaba habitando “al abrigo del Altísimo”. Puesto que Dios era la “esperanza mía, y castillo mío”, podía esperar en Él con confianza. Yo sabía que Él me libraría “del lazo del cazador” — el sutil error que quería hacerme creer en un hombre rencoroso y bestial — lo opuesto diametralmente de la afectuosa creación de Dios. Declaré que no temería “el terror nocturno” porque no había nada en la creación de Dios que pudiera dañarme.

Si usted está familiarizado con la Ciencia Cristiana, habrá oído decir que cuando uno ora debe “vencer el magnetismo animal”. No obstante, muchos de los recién iniciados en el estudio de esta Ciencia no saben realmente lo que esto significa. La Sra. Eddy, en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, escribe: “Tal como se emplea en la Ciencia Cristiana, la expresión magnetismo animal o hipnotismo es el término específico para el error, o la mente mortal. Representa la creencia errónea de que la mente está dentro de la materia, y que es tanto buena como mala; que el mal es tan real como el bien y más poderoso”.Ciencia y Salud, pág. 103. Ese día en la prisión aprendí acerca de cómo orar para vencer el magnetismo animal.

Cuando creemos que el disturbio está en las personas, lugares, o acontecimientos mundiales, el magnetismo animal permanece inadvertido como causante del daño. Pero cuando vemos que las sugestiones hipnóticas son la raíz de todo disturbio, comenzamos a ver cómo oponernos al error, y permanecer inmunes a sus ataques.

Puesto que Dios, el bien, es omnipotente, el mal y sus formas tienen que ser impotentes. Puesto que Dios, el bien, es omnipresente, entonces el mal no está en parte alguna — no está en la consciencia humana o en las acciones humanas. Puesto que Dios, el bien, es omnisciente, no puede haber conocimiento alguno que no se derive de la Mente divina única. Puesto que Dios, el bien, es todo acción, ¿puede haber realmente una actividad discordante, improductiva o destructiva?

Pensando en todo esto, desperté de algunas de las sugestiones hipnóticas que había estado aceptando acerca de las ideas de Dios — de que el hombre fue originalmente creado por Dios pero que podía ser no inteligente, ciego, bestial, teniendo el poder de destruir la armonía que Dios había establecido. Me di cuenta de que puesto que Dios es la única Mente, no había ninguna otra que causara fricción u odio dentro de esa gente en la prisión. Todos estaban protegidos y guiados por Él.

Entonces me di cuenta de cómo mi Padre celestial ya me había protegido. Cuando fui llevada a mi celda por primera vez, uno de los guardias empezó a darme empellones, y estuve a punto de volverme a él y decirle que dejara de hacerlo, pero me vino el pensamiento: “Quédate tranquila y sigue caminando”. Fue bueno que lo hiciera.

Continué orando para ver el gobierno armonioso de Dios sobre todos. En ese momento, el otro estudiante que fue arrestado conmigo fue llevado a través del patio sin daño alguno. Desde ese momento en adelante cesaron los maltratos. Los guardias dejaron de gritar; la gente cesó de condolerse; y pronto las autoridades nos dejaron salir a algunos de nosotros. Yo fui una de las primeras personas puestas en libertad.

Al día siguiente, cuando mi amigo salió, me dijo cuán tranquila había estado la prisión durante el resto del tiempo que él estuvo allí. Él no podía creerlo, pero yo sí, porque yo no había aceptado la creencia de que podía haber un contrario del bien en mi experiencia. Estaba agradecida por la protección, pero más agradecida por haber visto que no hay ningún poder en ninguna parte sino el poder de Dios.

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