José fue vendido a la edad de diecisiete años por sus envidiosos hermanos a unos mercaderes que lo llevaron a Egipto y lo vendieron a Potifar, capitán de la guardia real egipcia (ver Génesis 37:36; 39:1). En esta forma, aquel cuyos sueños de grandeza futura habían enfurecido tanto a sus hermanos, era ahora un esclavo desdichado en un país extranjero. Sin embargo, aunque sus hermanos lo habían rechazado, “Jehová estaba con José” (Génesis 39:2), y su exilio forzado no limitó en modo alguno su prosperidad y su éxito.
Muy pronto y con toda justicia, reconociendo las habilidades latentes en su joven y bien parecido esclavo, Potifar lo nombró superintendente de toda su casa y de sus asuntos personales, y “Jehová bendijo la casa del egipcio a causa de José” (versículo 5). Sin embargo, antes que pasara mucho tiempo tuvo que enfrentar sin flaquezas una severa prueba, conservando su pureza y su lealtad a su dueño, aunque su valiente actitud le trajo como consecuencia la calumnia que le privó de su cargo y lo llevó a la prisión por un crimen que no había cometido.
Aun en la prisión su conducta invariable recibió su recompensa, porque el jefe de la cárcel dejó a su cargo el cuidado de los demás presos, comprendiendo que “Jehová estaba con José, y lo que él hacía, Jehová lo prosperaba” (vers. 23). Por otra parte, José tuvo una nueva oportunidad de practicar la habilidad que había mostrado antes cuando estaba en su hogar en Canaán: la de entender e interpretar los sueños.
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