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Hace algunos años serví como Segundo Lector...

Del número de octubre de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años serví como Segundo Lector en mi iglesia. Pocos meses después de haber asumido el puesto me resfrié y perdí totalmente la voz. El sábado por la noche aún no la había recobrado, a pesar de que, para resolver el problema, oré tal como lo enseña la Ciencia Cristiana. Mi esposa y yo acostumbrábamos leer la Lección-Sermón juntos como preparativo final para el servicio dominical. Aquél día a pesar de estar sentada junto a mí no pudo oírme.

El domingo por la mañana le pedí a otro miembro que estuviera listo para reemplazarme. Al llegar a la iglesia, le pregunté a la Primera Lectora si prefería que él la acompañase a leer. Con amor y sabiduría me respondió: “No, ésta es su tarea. Los miembros lo han elegido Lector. Recuerde que cuando los israelitas iban a cruzar el Jordán dirigidos por Josué, las aguas no cedieron hasta que los sacerdotes entraron en ellas llevando el arca del pacto. Frecuentemente, el error no cede hasta que no lo enfrentemos resueltamente”.

Sintiéndome fortalecido, ocupé mi lugar. Durante el primer himno ni un sonido salió de mis labios, y mientras transcurría el período de la oración silenciosa, luché para eliminar todo temor, preguntándome qué sucedería cuando dirigiera a la congregación en la recitación del Padrenuestro. Cuando llegó el momento, mi voz salió clara y potente. Leí en el servicio en danés, y después del acostumbrado intervalo de quince minutos, en el de inglés, con una voz clara que llegó hasta el último rincón del auditorio.

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